Inconscientes, narcisistas, desinformados, animales (con el perdón de los animales), suicidas, asesinos, hijos de puta, basuras, brutos, retrógrados, egoístas, y mil epítetos más se escuchan hoy en día para aquellos que de una manera u otra rompen la cuarentena o no toman todos los recaudos necesarios para no contagiarse de Covid-19. Otras tantas linduras se pueden leer en los paquetes de cigarrillos con la esperanza de que disminuya el número de fumadores. Es que hoy en día la sociedad está sobremedicalizada. Si bien ya lo había hecho desde mucho tiempo antes, ahora con más razón por la pandemia la medicina busca ganar terreno en todos los ámbitos de la sociedad y ya hasta compite con la política, la economía, la filosofía, la sociología, la psicología y la religión. Para este nuevo dogma la salud ya no existe más: todos estuvimos, estamos o estaremos enfermos de algo, y por eso necesitamos tener al lado a un médico cada día de nuestras vidas. Parece que se hubiera deslizado el sentido de la palabra “cura”, de curar, a sacerdote. Los sacerdotes de la religión médica son los nuevos confesores de las masas y han hecho suya la famosa frase del dramaturgo latino Terencio: nada de lo humano les es ajeno. Estos nuevos dioses, que dictaminan qué es pecado y cuál es su castigo, nos quieren decir cómo tenemos que vivir, qué comer y cuánto, a quién visitar, con quién juntarnos y en qué circunstancias. Y, como todo dios que se precie, nos controla con el miedo, principalmente con el miedo a la muerte. Pero a pesar de todo esto gran parte de la humanidad se resiste a dejar de vivir para conservar la vida y eso desorienta a los galenos y a muchos comunicadores sociales seguidores del nuevo dogma sanitario. “Dame Covid o dame libertad”, rezaban algunos carteles de manifestantes yanquis contra la cuarentena; “Infectadura” es el término criollo que supo circular en nuestro país para describir esta situación. Millones de personas “rebeldes” se han volcado a las calles, a las plazas, a las playas en diferentes países del mundo. ¿Es que están todos locos? A sabiendas de lo dañino que era para su salud, Sigmund Freud fumó sus 20 habanos diarios hasta que su cuerpo dijo basta. “Dejar de fumar es inadmisible”, solía responder a los médicos que le aconsejaban abandonar el tabaco. ¿Freud estaba loco? El cómico Roberto Moldavsky ironiza diciendo: “La gente se cree que los gordos estamos desinformados. Me dicen: ¿no sabías que si en vez de comer pastas comés ensalada vas a bajar de peso? Ah, no, mirá, no sabía, pero qué boludo, si lo hubiera sabido antes ahora sería delgado”. ¿Moldavsky está loco? La medicalización, como toda religión, es dogmática y no admite detractores, a los que tilda de “sectarios” y los desacredita con todo el poder del que pueda ostentar. Como con las amenazas, los insultos y el descrédito no alcanza, para disciplinar a los rebeldes los sacerdotes sanitaristas han acuñado una original propaganda: si no es por vos, hacelo por el otro. Hacelo por tu familia, hacelo por tus hijos, hacelo por tus abuelos, disciplinate, no hagas lo que tengas ganas de hacer, hacé lo que nosotros te digamos que tenés que hacer. Miedo y culpa, los dos grandes disciplinadores de las masas ahora al servicio del sanitarismo, la mayor religión que haya habido en la historia de la humanidad.
El jueves 20 de agosto se conoció una noticia que pudo ser muy lamentable, pero que felizmente fue simpática, tierna y aleccionadora. La noticia tuvo origen en un hecho sucedido en Montes de Oca, una localidad situada a 60 kilómetros al noroeste de Cañada de Gómez y a 145 kilómetros de Rosario. Allí el señor Claudio Costilla sufrió un accidente mientras aserraba una madera con un disco de acero. Ello le provocó el corte de nervios, tendones y una arteria en una de sus manos. Ante su llamado de ayuda acudió de inmediato Priscila, su hija de 11 años quien sin titubear y con gran presencia de ánimo, le aplicó un efectivo torniquete hecho con una toalla. Si bien le temblaban las piernas y tenía ganas de llorar, la nena contó que no lo hizo para no asustar a sus hermanitos de dos y ocho años. Priscila llamó a su abuelo y se organizó el traslado del accidentado al sanatorio Los Alerces de Rosario, donde los cirujanos realizaron una difícil y exitosa intervención. Ahora vendrá la recuperación y la correspondiente rehabilitación. Si su hija no hubiese procedido tan rápida y eficientemente, él pudo haberse desangrado corriendo riesgo su vida. Este caso hace reflexionar sobre la necesidad de estar muy concentrados cuando se manejan herramientas peligrosas como entre otras, motosierras, hachas, discos cortadores de cerámicos, madera o hierro, sopletes, y máquinas con rayos o correas. Un segundo de distracción puede ocasionar un grave accidente. Según refirió la propia Priscila, aprendió esa práctica de enfermería en un curso que dictan los bomberos voluntarios de Montes de Oca. En el cuartel no sólo están atentos a cualquier incendio que se produzca en la localidad, sino que instruyen a quien lo desee en primeros auxilios. La nena dijo que concurre a ese curso porque piensa que en cualquier momento puede ayudar a una persona accidentada tal como ocurrió con su papá. En las escuelas debiera enseñarse la valiosa asignatura “primeros auxilios”, para socorrer a los que hayan sufrido un ACV, hemorragias, fracturas, quemaduras o asfixias. Mucha gente ha sido salvada gracias a la oportuna intervención de quienes sabían realizar una RCP. Especialistas de la Cruz Roja y de las facultades de Medicina, podrían preparar a expertos en primeros auxilios para que enseñen esos conocimientos. En este sentido, el conmovedor caso de Priscila, la pequeña salvadora, es un fuerte llamado de atención.
Edgardo Urraco
Transporte público urbano
Si hay un servicio público que simboliza la frustración y el enojo del usuario, es el transporte público urbano. En Argentina, 7 de cada 10 personas viven en ciudades y el transporte siempre fue un tema conflictivo; abarrotados en horarios picos, horarios que no se cumplen, tarifas caras y quejas de los vecinos por el estado de los coches. Es verdad que ese medio de locomoción transporta a lugares de trabajo, a comercios, a educación, a salud y a recreación. En particular, en nuestra ciudad, hace años que los distintos gobiernos municipales nos vienen hablando sobre la necesidad de estructurar, diagramar y modernizar el transporte urbano. A decir verdad, no pasó de las buenas intenciones, es muy poco lo que se ha logrado, y por estos días el sistema metido en una encrucijada de difícil solución. Como es sabido, a raíz del Covid-19 el gobierno aconseja el no uso del transporte público. Y como consecuencia de ello, los coches funcionan con muy pocos usuarios, los empresarios y los subsidios del gobierno no cubren su funcionamiento y los trabajadores del sector, como es lógico, quieren cobrar en tiempo y forma sus salarios, ecuación que a simple vista no cierra. Ya con anterioridad a la declaración de la pandemia, el sector venía en crisis, con una merma notable de personas transportadas, mayor uso de bicicletas, motos y autos particulares, entre otros motivos. En la mayoría de los países los sistemas de transporte público tienen importantes déficits en su funcionamiento. Principalmente en estados industrializados, los gobiernos siempre subsidian estos servicios, son vistos como un bien público que hacen que sus ciudades sean más productivas, dinámicas y vivibles. En las grandes capitales del mundo, incluida Buenos Aires, por ejemplo, el subterráneo apenas cubre la mitad de su costo con el pago del boleto. En varios países de América Latina, los distintos gobiernos que no tienen capacidad financiera para subsidiar el transporte público subsidian el combustible, con el resultado paradógico que benefician más a clases medias y altas, que tienen autos. Conviene aprovechar las nuevas tecnologías para asegurar que esos subsidios vayan realmente a los segmentos más necesitados de la población, en vez de “desviarse” a los bolsillos de los más pudientes, como sucede muchas veces en la actualidad. Los gobiernos y los técnicos del área, deben entender cómo y cuándo la gente decide viajar en un transporte público, para luego diseñar sistemas que reflejen sus verdaderas prioridades, sus derechos como usuarios y su disposición a pagar por un servicio digno.
Jorge Bustamante