Por lo que se observa, a muchos de nuestros funcionarios y gobernantes les falta haber empezado desde abajo. Y esto no es para nada una crítica, ya que suelen ser personas que durante sus estudios, en buena hora y dichosos de ellos, no necesitaron trabajar. Y esto nos ocurre desde tiempos de la conquista. Son en su gran mayoría profesionales teóricos que arriban a un cargo por razones que no vienen al caso analizar. Si bien la teoría es muy importante porque contribuye en parte con la organización de la tarea, en los hechos son el fogueo y la práctica que marca y enseña con imprevistos, los que señalan la diversidad de los probables y más apropiados rumbos a seguir. Al respecto viene al caso mencionar el hecho que me tocó vivir en Europa, cuando en una escuela de gestión pública y en un curso equivalente al cuarto año del secundario nuestro, entre los apellidos de chicos de las más diversas nacionalidades, religiones y situaciones sociales, había de familias de relevancia social y uno portador de un apellido que es una marca conocida mundialmente. Fue este chico que jugando con otros al fútbol en el recreo que no correspondía, pateó la pelota con tan mala suerte que pasó por sobre la reja que separa el patio de la playa de estacionamiento y rompió uno de los vidrios del auto del portero. Como se estila y como docente a cargo del curso me correspondió citar a los padres para que firmaran las actas respectivas. Para este alumno, la dirección determinó que fuese suspendido por dos semanas debiendo al culminar la sanción rendir exámenes de todas las asignaturas. Confieso que esperaba de los padres la reacción de sus similares argentinos. El padre del alumno se dio cuenta que estaba yo muy temerosa, y luego de firmar el acta me dijo que sabía como suelen actuar algunos padres en Latinoamérica, pero que tanto su hijo como los otros alumnos con buena situación social no eran ninguna excepción y para cuando se hicieran cargo de las empresas, o fueran elegidos para gobernar, tenían que tener bien en claro sus responsabilidades y asumirlas seriamente; conocer las distintas realidades y dificultades de los habitantes; los problemas que podrán tener sus empleados y saberse apoyar en aquellos con mucha más experiencia y conocimientos para el bien de todos. Es común ver en Europa a jóvenes estudiantes con apellidos ilustres, trabajando ad honorem en geriátricos, hospitales, cuidando niños; y trabajando de mozos o en las cocinas de los lugares de veraneo, y esto no para pagarse los estudios o las vacaciones, sino para aprender a convivir con todos. Nos guste o no reconocerlo, somos un país grupo porque esperamos que alguien nos diga qué y cómo proceder, y de ese modo, si nos va mal, tener a quien volcarle las culpas de errores que son, en general, comunes a todos. Llegar a ser nosotros un país equipo, es tarea dura porque muchas veces quemamos etapas, como esos alumnos que quieren aprobar escribiendo sólo el resultado sin demostrar cómo llegaron a él. Comenzar a ser un país equipo es tarea difícil y tediosa al principio, pero no imposible; es simple y sencillamente capitalizar lo que tenemos en las manos, ordenarlo, mejorarlo y aprender unos de otros.