La ideología es un conjunto de ideas emanadas de la interpretación que se hace sobre una determinada realidad. De esa manera, los múltiples aspectos de esa realidad remiten a un orden simple previamente establecida. Así, desde la ideología peronista extrema, los que no piensan como ellos son “cipayos” o “gorilas”; “neoliberalismo” es cualquier manifestación de capitalismo que no sea el de los amigos del poder, el de sus testaferros, o el de los pequeños empresarios; y el “pueblo” está conformado por sus votantes. Entonces, las anteojeras ideológicas transforman la fenomenal complejidad del mundo en un esquema simple que hasta un niño puede entender, y la lucha política, para la feligresía ideologizada, se transforma en una batalla épica. La ficción ideológica, por sí sola, no es capaz de modificar o entender la realidad, sino tan solo de generar la ilusión del control. Por lo tanto, necesita echarles la culpa a otros y generar nuevas ilusiones que reemplacen a las anteriores. Así los populistas de turno logran mantenerse en el poder. Por ejemplo, Cristina, al intentar descalificar las evidencias en su contra por causas de corrupción, logró hacerles creer a sus incondicionales que los medios de comunicación “hegemónicos” y la Justicia se habían complotado en su contra. ¿Cómo podrían tantos medios de comunicación, de diferentes países y tan diversos intereses e idiosincrasia, unirse y organizarse bajo el rótulo de “medios hegemónicos”, y sabotear a gobiernos populares? Además, también el exmandatario, Donald Trump, que es de derecha, calificaba a la prensa como enemiga y la atacaba. Como vemos, no son los medios los que alteran la realidad, sino los gobiernos autoritarios, los que por ser intolerantes con las críticas reaccionan fabulando.