En un mundo tan sacudido por la violencia, la insensibilidad, la corrupción, el egoísmo y toda otra expresión de maldad, es gratificante descubrir que detrás de los violentos están los mansos, detrás de los que matan están los que honran y cuidan la vida, detrás de los corruptos están los honestos, detrás de los egoístas están los dadivosos, como también detrás de los soberbios están los humildes. La mayoría de ellos, por cierto, son anónimos, no ocupan cámara ni salen en periódicos, es decir que no son noticia, pero están, y al igual que las rosas nos reconcilian con la vida, mitigando el dolor que producen las espinas. Por ello en vez de decir que no hay rosa sin espina, es mejor saber que no hay espina sin rosa. Entonces la esperanza que cual terca y empecinada semilla nos crece en el alma, nos hará soñar con un mundo mejor, donde reinen el amor, la paz y la justicia y donde el "amaos los unos a los otros" en vez de una frase de labios, sea una vivencia de cada corazón. Estos pensamientos me recuerdan los versos que hace muchos años escribiera una frágil y anónima adolescente, y que dicen así: "yo sueño con un mundo donde no exista la miseria de los pobres, ni tampoco de los ricos el hastío, donde los políticos no hablen tanto de un dolor de pueblo que muchos no han sufrido, ni las iglesias le pidan a la gente esa humildad que tantas veces no han tenido. Yo sueño con un mundo donde el amor hermanos nos haga, pero no sólo de nombre, que no lo prediquen palabras frías, que lo predique el corazón del hombre". Gracias a Dios nadie puede robarnos la esperanza, la fe, el amor y la libertad de soñar con un mundo mejor, más aún si recordamos que detrás de una corona de espinas, allá en la cruz del Gólgota, descubrimos a Jesús, alegóricamente también llamado por algunos teólogos: "la rosa de Sarón". Es verdad, alegrémonos porque no hay espina sin rosa.