Si hay una coincidencia en los discursos de funcionarios y especialistas es que
la calidad educativa es una cuestión clave para garantizar el derecho a educarse. Y en consecuencia
para lograrlo hacen falta docentes de calidad. Ahora bien ¿qué es un docente de calidad?
El pedagogo chileno Domingo Bazán Campos tiene más certezas que dudas para
responder: no se la puede definir sólo por el aspecto cuantitativo, algo así como cuánto aprenden
los chicos, sino por cómo se forman de manera integral. Asegura que para lograr este objetivo es
necesario que las inquietudes e interrogantes ganen la forma de pararse ante el mundo: "La
educación no es neutral, siempre tiene detrás un postura ética y política".
Bazán Campos es director de planificación y evaluación de la Universidad
Academia de Humanismo Cristiano (Chile) y estuvo en Rosario para disertar ante más de 1.200
educadores en el 11º Congreso Aula Hoy organizado por Homo Sapiens. Sus temas de debate fueron nada
menos que la convivencia escolar y el pensamiento crítico.
—¿Cómo se forma un docente de calidad?
—En Chile, como en otros países, hemos avanzado en materia de cobertura y
a la fecha gran parte de la población tiene escolarización alta. Por lo tanto es factible afirmar
que Chile tiene a las personas dentro del aula, estudiando. Pero el tema de la calidad, cómo
garantizar que sea un derecho de todos, que es una de las demandas de los movimientos estudiantiles
conocidos como el de los Pingüinos (por los uniformes escolares), es una pregunta abierta en mi
país.
—¿Por qué?
—Para algunos esta pregunta está asociada a la equidad, al hecho de que el
Estado gaste lo mismo en una persona de escasos recursos que lo que gasta una familia del sector
privado. Esa brecha es muy alta y en consecuencia hay menos recursos y un ambiente distinto para
enseñar. Sin embargo, trabajo con personas que tienen una mirada crítica de los problemas sociales
y nuestras preguntas se orientan al fondo de la razón pedagógica, y un poco buscan desentrañar,
como en una metáfora, "el lado oscuro de la luna": ¿Qué cuestiones más cualitativas se pueden hoy
sumar a una comprensión más compleja de qué es la calidad de la educación? En Chile la calidad de
la educación es una exigencia del Banco Mundial, que invita a evaluar en términos de cuánto
aprenden los estudiantes, por medio de pruebas cognitivas, que si bien se han mejorado, todavía no
dan cuenta de la cultura escolar, de la convivencia, de la formación ciudadana o de la aceptación
de la diversidad. El año pasado publicamos con otros autores el libro "Calidad de la educación y
convivencia escolar", donde planteamos que así como un papá le exige al Estado saber cómo su hijo
va a aprender "cosas importantes", también le informe por el tipo de convivencia que se ofrece, en
términos de una concepción amplia de calidad.
—¿Pero no cree que los padres suelen demandarle a la escuela más contenidos de
disciplinas que otros aprendizajes?
—Es porque los padres reciben influencia de los medios de comunicación, de
los mismos profesores que de manera bien intencionada les sugieren que cambie a su hijo de escuela
porque esa no ofrece lo que buscan. Sin embargo, así se combate a la cultura escolar y se
reproducen el sistema y un modelo de inequidad; por lo tanto un mensaje que parece bueno no resulta
tanto. Hay un estudio que se hizo en Chile que demuestra que el factor que más incide cuando se
aprende historia o química, por ejemplo, es lo afectivo. Es decir cuando los profesores nos hacemos
cargo de lo afectivo también avanzamos en la comprensión de calidad más tradicional.
—¿La conclusión sería que un docente de calidad es quien atiende su disciplina sin
descuidar la convivencia y humano de su acto?
—Exactamente, pero también digo que para que eso ocurra hay que darle un
sentido pedagógico distinto a nuestro rol. De tanto en tanto los profesores se sienten agobiados,
cuando un año, por ejemplo, aparece como un tema nuevo enseñar primeros auxilios, y al otro el tema
ecológico. Eso los lleva a hacer distintos cursos, donde van sumando capas de conocimiento pero no
integrados, entre otras cuestiones porque dependen de otros que les digan qué es lo que tienen que
aprender, qué es lo políticamente correcto. Y así termina, como decimos nosotros, como "una doble
pascua" (un árbol de navidad) lleno de figuritas, pero sin el menor sentido. Entonces, ¿qué es lo
que hace la diferencia? Formar críticamente a los profesores en una buena preparación teórica y
social que les permita entender la sociedad, tener una postura ética y política, que no significa
partidaria sino entender qué tipo de sociedad queremos, es decir, que pueda mirar más allá de su
aula presente. Es difícil.
—Es un poco hacer vivir la pedagogía de Paulo Freire lo que plantea...
—Sí, y que se nutre de pensadores más contemporáneos como Henry Giroux o
Peter McLaren; y en Chile, como Juan Ruz, que plantea una lectura más equilibrada. Por ejemplo, las
economías argentina y chilena deben ser eficientes, a nadie le gusta que estemos endeudados, si hay
que pagar deuda externa hay que pagarla, esa sería la razón instrumental. Sin embargo, nos hemos
perdido de preguntarnos por el sentido de las cosas: ¿vale pagar la deuda externa si todavía
tenemos una pobreza que éticamente es muy cuestionable? En la medida que como profesor intento un
nuevo equilibro, estoy probablemente en el término correcto de un nuevo profesor. Pero son
preguntas descuidadas, porque hay una hegemonía de la razón instrumental sobre la del valor con
sentido ético, y la única manera de tener sentido ético con condiciones de diálogo, donde aflore la
subjetividad.