Problemas familiares, asumir tareas del hogar o incorporarse al trabajo desde temprana edad,
maternidad adolescente y falta de motivación en los estudios encabezan las razones de por qué,
según Unicef, sólo el 48.5 por ciento de los adolescentes termina el secundario en la Argentina. Un
dato al que Santa Fe no es ajena.
Dicho de otro modo: el 51,5 por ciento de los chicos está fuera de una enseñanza que desde
diciembre de 2006 es obligatoria; y, que según las mismas palabras del ministro de Educación de la
Nación, Juan Carlos Tedesco, ya deja de ser un problema para el Estado y lo enfrenta con la
ilegalidad. La mención fue durante la presentación del Seminario Internacional de Educación
Secundaria: “Derecho, inclusión y desarrollo”, organizado por Unicef, en esta semana en
Buenos Aires.
Pero, ¿qué dicen los chicos que no están en las escuelas? Sólo basta escuchar sus historias para
comprender el cambio urgente de mirada que requiere el sistema educativo para cumplir con la meta
de impartir educación obligatoria y ser verdaderamente inclusivo.
Ricardo Godoy tiene 16 años y llegó hasta 9º año de la EGB (ahora el 2º de la secundaria).
“Dejé porque de la escuela no me gustaba nada, ahora trabajo en distintos lugares y aprendí
cosas que estando en la escuela no iba a saber”, dice con cierta desazón.
Sin embargo, Ricardo tiene en claro qué escuela no le gusta y cuál le ofrecería algo diferente:
“Volvería, pero para hacer lo que me gusta, me anotaría en una escuela técnica para aprender
un oficio”.
Trabajar y estudiar. La historia de Gastón Vallejos, también de 16, es diferente:
“Dejé porque tenía que trabajar y casi no podía cumplir con los horarios. Iba a la Técnica 6
y como me contaban las faltas quedé libre. No me gustaría volver, son muchas horas y muy
difíciles”.
También la necesidad de trabajar de ayudante de albañil hizo que Cristian Ledesma, de 15 años,
dejara la escuela apenas iniciado el ex polimodal. “Ahora no tengo trabajo y me gustaría
seguir algo”, dice Cristian con una remera roja con tintes negros que denota su preferencia
por Newell’s.
A pesar de sus 18 años, Romina Camara es menudita, llegó a Rosario desde Mar del Plata.
“Fui hasta 9º año y dejé porque quedé embarazada. Me gustaría volver a la escuela para poder
conseguir un buen trabajo”, dice convencida de que el estudio le puede ofrecer un futuro
diferente a ella y a su hijo Rodrigo, ya de un año.
“De la escuela extraño mis amigos y a algunos profesores”, agrega con una gran
sonrisa.
“Yo no dejé la escuela porque quise, sino por un problema familiar que hizo que me quede
libre. La verdad es que volvería y después estudiaría periodismo”, confiesa muy decidida
María de los Angeles Gutiérrez, de 18 años, y que llegó también al ex 9º de la EGB. Y agrega de su
paso por la escuela: “Me gustaba música, los profesores eran remalos, menos el
tutor”.
En abril de este año, cuando apenas había comenzado a cursar su primer año de la secundaria, a
raíz de un problema familiar Livia Núñez tuvo que dejar la escuela para cuidar a sus hermanos más
chicos. Tiene 17 años y asegura que le encantaría regresar a las aulas. “Me gustaría seguir
estudiando, pero lo veo difícil, sé que me va a costar”, dice y recuerda: “Las materias
que más me gustaban eran biología y química, y extraño a mis compañeros”.
Ricardo, Gastón, Cristian, Romina, María de los Angeles y Livia viven en Tío Rolo, un barrio de
Rosario donde las carencias corren más rápido que los sueños. Los seis, junto a otro grupo de
chicos y chicas, disfrutan de las actividades que les ofrece el Programa Joven de Inclusión
Socioeducativa, un plan (ver aparte) de la Municipalidad de Rosario que se propone nada menos que
acompañar a los adolescentes excluidos del sistema escolar a recorrer un camino diferente, que los
acerque de nuevo a un estudio o un oficio.
“Es diferente a la escuela, conversamos de todo, hacemos desafíos de cocina, aprendemos,
nos divertimos y nos sentimos felices. Sólo quisiéramos tener más horas de estos encuentros”,
dicen Rocío Aranda, Valeria Mena y Jésica Sandoval, otras tres adolescentes que participan de este
programa municipal y disfrutaban de las clases de juegos y acrobacia en el Galpón 17.
Romper con la pobreza. Las historias de estos chicos les ponen nombre y apellido a
los informes que describen los caminos de la exclusión escolar y refrescan el desafío que implica
asumir la obligatoriedad de la escuela.
Fue el mismo director regional de Unicef, Nils Kastberg, quien sentenció en el seminario que
“sin secundario es difícil romper con el círculo de la pobreza”.
Pero Kastberg fue más explícito al mencionar a los peligros que se expone a ese 29 por ciento de
jóvenes latinoamericanos que tiene entre 15 y 25 años y que no están ni en la escolaridad ni en el
trabajo: “Tenemos demasiados jóvenes en las cárceles y pocos en las escuelas, ante esta
realidad el pedido de muchos sectores de bajar la edad de imputabilidad resulta demagógico. En todo
caso, habría que poner ese esfuerzo para aumentar la inserción en las escuelas”.
Su par, representante de Argentina, Gladys Acosta Vargas, no fue menos explícita: “La
obligatoriedad enfrenta al Estado para asumir la inclusión de los que están fuera de la
escuela”.
Y sí, el pedido de los chicos no habla de otra cosa que de nuevas y diferentes oportunidades
para retomar la escuela.