La primera Escuela Secundaria Especial (o especial secundaria) provincial funciona en Rosario
desde marzo de este año. Recibe a adolescentes desde los 13 años que están integrados en la escuela
común y trabaja para que su inclusión educativa sea plena. El establecimiento funciona en Paraguay
626.
La historia de esta institución arranca hace poco más de 10 años, cuando se implementaban los 8º
y 9º años de la EGB que extendían la obligatoriedad de la enseñanza (según la ex ley federal).
Atender a esta necesidad llevó a unirse a las distintas escuelas especiales.
“Nos dimos cuenta que cada uno peleaba por lo mismo desde su lugar, así unificamos el
pedido y sin querer nos encontramos trabajando juntos”, recuerda la actual directora de la
513 y ex de la Escuela Especial de Niños Sordos, Analía Gomítolo.
Eso les permitió conseguir horas disciplinares y un espacio para trabajar con los adolescentes
que comenzaban a transitar el nuevo tramo obligatorio. Por ese entonces, Adriana Cantero era jefa
de la Regional VI del Ministerio de Educación.
Pero también alcanzaron otros logros inesperados: rompieron con el trabajo por agrupamientos
(sordos, ciegos, etc.), discutieron “la infantilización” que suele hacerse de la
educación especial y diseñaron un lugar para los jóvenes.
Atención a la diferencia. Desde los inicios, este establecimiento trabajó con las
derivaciones de las escuelas especiales de sordos y ciegos, con el tiempo se amplió a algunos
alumnos que tienen alguna problemática de origen neurológica o de trastorno de la subjetividad.
Igual, el psicólogo de la institución, Angel Ayuso, indica que se trabaja desde “la
atención especial desde la diferencia y no desde la patología, sino se lo que se hace es encuadrar
y estigmatizar al adolescente”.
Con la aprobación de la ley nacional de educación (en diciembre de 2006), el desafío se duplicó
para esta iniciativa. Mientras la directora muestra una carpeta engrosada por papeles que son un
testimonio de los trámites realizados, confiesa que el 14 de marzo pasado se sorprendieron cuando
se aprobó la creación de la secundaria que ahora dirige.
¿Y cómo funciona? Lo primero que hay que hacer para entender la lógica de su trabajo es romper
con el imaginario de escuela común. Es que en realidad los 22 adolescentes —la actual
matrícula— que asisten a la 513 están todos integrados, con diferentes recorridos, a
distintas escuelas comunes secundarias.
Talleres y tutores. “Cada uno tiene un trayecto educativo diferente”,
dice Gomítolo a modo de presentación de qué implica seguir su educación. Según cada necesidad, los
chicos asisten a la 513 a recibir apoyo curricular y participar de talleres específicos,
coordinados por un médico y un psicólogo.
Para esto también cuentan con la ayuda de tutores, en este caso son profesores de sordos y de
ciegos y disminuidos visuales. La tarea que tienen es ayudarlos a estudiar las disciplinas como
lengua, historia, inglés o matemática.
Este trabajo se hace a de a dos (o de a tres): se sienta el alumno, con su tutor y el profesor
del área, y entre todos resuelven las dificultades.
De todos modos, las adaptaciones curriculares resultan sustanciales en los aprendizajes.
“No se trata de enseñar menos, sino de buscar estrategias distintas de acceso al
conocimiento”, dice la directora para explicar otra de las modalidades de enseñanza a la que
apelan a la hora de la integración escolar.
La acreditación de los chicos se da con la aprobación de los trayectos educativos que responden
al cumplimiento de la obligatoriedad escolar y a las necesidades de los alumnos. Todos reciben su
título.
La directora advierte que “el trabajo interdisciplinario y en equipo” es la clave
para que su escuela funcione. Señala como dato que ella recibe la supervisión de la educación media
y especial por igual. La primera a cargo de Jorge Aguilera, la segunda de Estela Perino.
Pero el proyecto apunta a crecer: “Estamos haciendo encuentros con las escuelas medias
para ver cuál es la potencial población de alumnos con discapacidad que tienen”.
“Los propósitos —agrega la directora— de esta escuela secundaria es para eso:
para pensar en lo que cada alumno necesita”.
La mayoría de los chicos que asiste a la 513 están en integraciones totales, allí reciben los
aportes más específicos. Por ejemplo, los chicos sordos participan en talleres de lengua y los
ciegos del sistema Braille.
La otra pata de la escuela 513 es la tarea con lo subjetivo del adolescente: “Qué pasa con
la discapacidad y el joven, con la sexualidad, cómo se sienten ellos en cuestiones
subjetivas”. También se avanza en la integración entre las distintas discapacidades.
El camino de la integración. Cada tanto sorprende la noticia —por el hecho y
la persistencia— de alguna madre que debe deambular por 30 o 40 escuelas primarias o jardines
“rogando” que acepten a su hijo con discapacidad.
A diferencia de estos casos repetidos y que violan las legislaciones vigentes, desde la misma
Convención de los Derechos del Niño, la directora Gomítolo asegura que en la escuela secundaria se
transita otro camino, quizás porque antes ya se sortearon muchos obstáculos.
Al tiempo que el psicólogo Angel Ayuso rescata como pilares de la integración a la educación
común, la especial, las familias y los chicos, la directora de la 513 insiste en decir una y otra
vez que “la integración escolar implica entender qué es un trabajo interdisciplinario, en
equipo, y no una isla donde se pueda trabajar solo”.
Para que este trabajo tenga sentido, dice Gomítolo que el secreto está en trabajar de cerca y
junto a los chicos. Y un paso decisivo para afrontar en este oficio es no negar el problema:
“Negar la discapacidad es una segregación encubierta”.