El arado sintético cuyos contornos geométricos se desprenden del continuo de mosaicos venecianos que recubren una galería céntrica, las tres gracias poscubistas que con sus cestas cargadas de frutos reciben a los comensales de un conocido restaurante, la figura de Argos que con sus cien ojos y sus referencias al arte óptico nos miran desde lo alto de un edificio vidriado, todos nos recuerdan que hubo un momento en el que el arte moderno fue sinónimo de buen gusto y de actualización en materia cultural.
En efecto, a mediados de los años cincuenta, el arte moderno se hizo omnipresente en distintos espacios públicos y privados: museos, galerías de arte, comercios y oficinas, consultorios médicos, nuevas construcciones y domicilios particulares. Si bien este proceso no puede desligarse de la institucionalización de las nuevas tendencias a nivel internacional, en nuestra ciudad fueron centrales las acciones que por largos años desplegaron artistas y gestores culturales. En toda esta historia, Julio Vanzo fue un protagonista indiscutido.
Pese a que se inició en el mundo de la plástica de manera autodidacta, al margen de las academias y ateneos de la época, es importante tener en cuenta el rol que cumplieron a nivel formativo tanto los talleres de artes aplicadas como las oficinas de redacción de la prensa periódica. A comienzos del siglo XX, la multiplicación de publicaciones ilustradas permitió que muchos dibujantes jóvenes se nutrieran del contacto frecuente con otros más experimentados y de la disponibilidad de revistas provenientes de distintas latitudes. Tal fue el caso de la relación que con sólo 17 años estableció Vanzo con un artista formado en Europa y perteneciente a una generación mayor, Eugenio Fornells. En 1919 ya colaboraba en diarios y revistas y expuso por primera vez en la Galería Witcomb, una serie de caricaturas.
Sin embargo, este joven inquieto ya conocía las fuertes torsiones estéticas producidas por las vanguardias europeas y comenzaba a experimentar con los nuevos lenguajes artísticos. Por estos años se contactó con los exponentes porteños de la renovación en la artes y en las letras, iniciando un intercambio productivo que mantendría a lo largo de toda su vida. Fue también en la década del veinte cuando la vuelta de Lucio Fontana a su Rosario natal le brindó a Julio Vanzo la posibilidad de encontrar a un par con intereses similares con quien compartir el ámbito de trabajo. En el taller de calle España se gestaron obras atravesadas por el simbolismo, el cubo-futurismo, el “primitivismo” y las nuevas formas de la figuración, así como una serie de estrategias tendientes a favorecer la inserción de ambos en el ambiente cultural de la ciudad. Desde la presentación en salones oficiales hasta la formación de agrupaciones de artistas y nuevos proyectos editoriales, todas las alternativas fueron válidas para visibilizar sus propuestas en un espacio artístico cada vez más diversificado. En este marco podemos ubicar la reproducción de sus imágenes en dos revistas de artes y letras publicadas a lo largo de 1928: Ahora y La Gaceta del Sur.
Fontana volvió a Milán para completar su formación como escultor, mientras que Vanzo permaneció en Rosario, pintando y dibujando para compañías teatrales y en distintas revistas y periódicos de la ciudad. Durante gran parte de la década del treinta, la escenografía y la ilustración gráfica fueron los canales privilegiados para exhibir públicamente sus intereses en relación con el modernismo estético. Así se sucedieron sus trabajos para Brújula, Quid Novi?, Monos y Monadas, entre muchas otras ilustraciones para publicaciones periódicas o libros. En estos impresos se combinaron una tipografía y puesta en página moderna con el lenguaje visual legado por las vanguardias artísticas y sus reverberaciones en el mundo de la ilustración, desde los diseños abstractos hasta el art decó. Cabe destacar en este sentido las imágenes que realizó para los textos de la escritora Rosa Wernicke, su pareja y compañera intelectual. En consonancia con el realismo social que caracterizó su obra literaria, Vanzo optó en la mayoría de estas ilustraciones por la misma clave estética.
Luego de un resonado rechazo en el Salón de 1929, bajo la acusación de “inmoralidad”, Vanzo había decidido dejar de realizar envíos a salones hasta que las condiciones cambiaran. Esto recién fue posible a mediados de la década del treinta, tras su incorporación a la Comisión Municipal de Bellas Artes y posteriormente al equipo del nuevo Museo Municipal de Bellas Artes, acompañando desde el cargo de secretario la gestión de Hilarión Hernández Larguía. La activa participación de Vanzo en el marco de este proyecto modernizador sería recordada años más tarde por Iván Hernández Larguía, hijo del arquitecto, cuando al referirse a las exposiciones, los cursos, conferencias y visitas guiadas que allí se organizaron afirmaba: “A toda esta actividad realmente muy rica, Julio en verdad contribuye. No sólo desde su condición de secretario del Museo, sino también con el bagaje teórico con el que podía sostener y ordenar la introducción de temas que eran totalmente desconocidos (…) En el Museo de Bellas Artes por primera vez se habla a nivel masivo de cosas tan insólitas para la gente como el dadaísmo o el ultraísmo”.
El intenso trabajo de difusión del modernismo estético hizo que, al regresar al país en 1939, Fontana encontrara un panorama cultural muy diferente al que había dejado tiempo atrás. Nuevamente Fontana y Vanzo expusieron juntos y participaron de colectivos como la Agrupación de Artistas Plásticos Independientes. Diversas cuestiones hicieron que la amistad ingresara en un impasse, pese a lo cual el compromiso de ambos con el arte moderno y con los movimientos antifascistas de los cuarenta volvería a acercarlos. A partir de esta década, Vanzo comenzó a exponer en salones de todo el país y a participar en numerosas muestras individuales y colectivas tanto en Argentina como en el exterior. De las grandes composiciones con figuras y sus ensayos con las armonías cromáticas, pasó a una pintura impactada por el expresionismo abstracto de los cincuenta, de pinceladas enérgicas y tintas saturadas, donde sin embargo siempre mantuvo la estructura de las formas. Desnudos, paisajes del Litoral, naturalezas muertas, músicos y mujeres con paraguas conformaron un amplio repertorio de temas y formas modernas de un artista que buscó a lo largo de toda su trayectoria “ser moderno y permanente a la vez”.