Es el año 1979. En marzo, Carmen Zulema del Giorgio de Venturini cae redonda al suelo. Un paro cardíaco dicen los médicos. Además, en su casa faltaba un pagaré de 20 mil pesos. Un poco antes, en febrero, Nilda Gamba y Lelia "Chicha" Formisano de Ayala mueren en las mismas circunstancias. Las tres eran amigas de la prestamista y estafadora María de las Mercedes Bernardina Bolla Aponte de Murano, mejor conocida como Yiya Murano, y a las tres las habían envenenado. Tiempo después, testigos aseguraron ver a Yiya visitando a sus tres amigas con un paquetito en mano. Eran las famosas masas finas con cianuro.
Así, Yiya pasó a formar parte de la historia argentina del crimen como "la envenenadora de Monserrat". Estuvo presa dieciséis años y hoy, con 86 años, reside en un geriátrico, aunque su único hijo Martín no puede asegurarlo. De esta historia increíble pero real nace el libro del periodista y escritor Osvaldo Bazán, texto que el director Ricky Pashkus decidió adaptar para el teatro de revista.
Con gran elenco y con Karina K como Yiya Murano, llega hoy , a las 20.30 "Yiya, el musical" al teatro Fundación Astengo. Con años de trayectoria en el under porteño y grandes roles en las marquesinas más reconocidas del teatro porteño, como por ejemplo interpretando a Florence Foster Jenkins, la peor cantante del mundo, en la puesta "Souvenir", Karina K cuenta cómo es interpretar a "la envenenadora de Monserrat".
—El caso de Yiya fue una propuesta, es decir, me visualizaron para el rol y me lo ofrecieron. En realidad me ofrecen muchas obras, pero si no siento una química de inmediato o una identificación con el rol que me proponen, no lo hago. Hay una mística en el momento en que abordo y abrazo un rol determinado. El rol de Yiya me generó primero una suerte de resistencia mínima, pero cuando me acercan el excelente libro de Osvaldo Bazán empecé a entender la historia. Investigué a la par las famosas entrevistas de Lía Salgado con Murano, que estuvo también en la mesa de Mirtha Legrand. Después de la cárcel, Yiya se convirtió en la primera asesina mediática argentina, y yo encuentro en ella la metáfora de los años 70, una mujer dinosaurio, un poco milica. Pensé que podía desquitarme y descargarme interpretando a este tipo de personas extremas y psicópatas, con una cantidad de elementos de la teatralidad que sirven muy bien para contar y mostrar una realidad. Yiya es un medio para mostrar la condición más baja del ser humano.
—¿Y después de tanto investigar sobre Yiya, que encontraste en ella?
—Encontré un exacerbado estado de codicia. Más tarde, y de la mano de Ricky Pashkus, encontramos lo tragicómico de Yiya. Ella era fanática de la revista porteña, de Olmedo, de Porcel, de Marrone, no iba a ver Shakespeare. Iba siempre al teatro de revistas, era una mujer que contaba chistes verdes, era grosera y soez. La cantidad de aspectos de su personalidad me sirvieron para componer un bufón, un monstruo de la época militar, homofóbica, antisemita. Todos esos elementos están muy bien estudiados por Bazán, también sus aspectos y sus vínculos con el marido y su hijo, con el amante (aunque tuvo muchos) y con sus amigas... vínculos de una mujer metálica, sin sentimientos, no empatizaba con el dolor ni el sufrimiento ajeno.
—Y en la obra, ¿cómo la interpretás?
—Con una frialdad notoria, que exacerbamos y llevamos a un relato expresivo de teatro de revista, donde Yiya se convierte en una capo cómica, pero no para agradar, sino para mostrar su línea de pensamiento espantosa, su estado de codicia. Sumado todo el contexto de musicalidad tan bien entendido por Ale Sergi que captó, estudió y documentó con las películas de Olmedo y Porcel. La obra tiene una identidad muy porteña y de idiosincrasia argentina que el público entiende bien. Y el número final es una canción que revela los asesinos argentinos y está ella, ¡Yiya la vedette! Es de esos grandes finales apoteósicos del musical.
—¿Está ambientada en los años setenta?
—Si, tiene esa estética. Es una obra intensa, con los aditamentos del teatro de revista, y es intensa en el sentido existencial, del por qué la condición humana tiene estos aspectos tan tremendos. Lo interesante es el relato en sí, ahí está el reflejo de lo que fuimos en algún momento en este país. Representa una época de la Argentina, no es solo una biografía sobre Yiya, es una reflexión porque había mucha más gente que pensaba como Yiya. Esta obra es sobre la mentalidad impune de mucha gente y el personaje de Yiya lo dice todo, porque la vemos gestando sus estafas con una frialdad absoluta; en cambio, las otras mujeres son las amigas ingenuas, entran en el lugar de la ignorancia, de no poder ver esas financieras fantasmas y truchas que se borraban con la plata. La obra está ambientada en la época de la plata dulce, de la desesperación del argentino por duplicar la plata con poco esfuerzo. Y en el momento en que las amigas desconfían de Yiya, cuando empiezan a dudar, las mata. Algo muy actual.
—¿Cuanto tiempo estuvieron para gestar la obra y lograr el personaje de Yiya?
Empezamos en mayo de 2015, hicimos el laboratorio, que es un entrenamiento teatral basado en improvisar con el libro; la obra se fue armando en un año, fue un proceso largo en el que estuvimos sólo Tomas Fonzi y yo. Trabajamos con alumnos de Ricky hasta que se fue conformando el elenco que tiene la obra hoy. Pero hubo algo que me dijo Ricky sobre la mente de Yiya que me marcó: "A Yiya si la hacés feliz está todo bien, si no la haces feliz, te mata". Esa fue la frase a partir la cual construí una maquina humana desalmada, que arrasa hasta lograr su cometido, una mujer que se maneja en línea recta, así como su mente.
—¿Como es tu Yiya, personal y físicamente?
—Para la producción estética del personaje me ayudó que soy fanática de los anteojos, ¡como buena actriz! Tengo un montón de lentes, grandes, chicos, de colores... los he juntado de la calle, pero los que uso en la obra no puedo recordar el origen. Nacha Guevara, que también interpretó a Yiya en "Mujeres asesinas", me dijo que Yiya Murano sin los lentes es como Micky Mouse sin las orejas. Yiya siempre quiso ser famosa, quería salir en televisión, cuidaba su aspecto. Pero si te das cuenta, algo tenía para ocultar, porque siempre usaba lentes... tiene anteojos de distintos modelos de la época y los usaba para ocultar su mirada... nunca aparece en público sin anteojos.
¿Te contactaste con el hijo de Yiya?
—Sí, conocimos al hijo de Yiya y pude mantener un diálogo profundo. Más allá de haber leído el libro que escribió, tuve la oportunidad de preguntarle cosas sobre su madre, con la que vivió hasta los 13 años hasta que la llevaron presa. Martin tiene una coherencia total con la vida y tuvo que hacer un gran trabajo para entender por qué le tocó esta madre en su vida. El es un tipo que está bien parado. Vino a ver muchas veces la obra... encuentro conmovedora su historia de vida, él toma muy bien la obra, porque además se mantiene fiel a lo que sucedió en la realidad. En ningún momento Yiya tiene ternura con el otro, cosa que con el hijo tampoco tuvo. No hay nada en el musical que no haya pasado en la realidad, en el libro Martín dice que Yiya no tenía afecto con él, nunca fue alentado por la madre, al contrario, le decía que no servía para nada.
—¿Y cómo se ajusta la puesta en escena a la figura de Yiya?
—Es totalmente orgánica, es coherente a la música, al modo en que Yiya se expresa, porque ella es una mujer matemática que camina en líneas rectas por el escenario, es dura, pero también hace un tema muy divertido, muy aplaudido y que es la receta de cocina... ¡ése es un momento de locos! Ella cocina que parece un soldadito, es el único personaje que tiene interacción con el público... no te quiero contar pero... ¡ojo que Yiya ofrece masitas en plena función!
—¿Qué tiene de actual el musical?
—La historia de Yiya está muy instalada en el inconsciente colectivo, muchas personas todavía dicen "Traje unas masitas... ¡pero no son las de Yiya!" La gente todavía juega con ese chiste, porque ella lo hizo mediático, y hay toda una generación que se acuerda mucho de eso. La obra, además, hace una reflexión sobre la mentira y la verdad. El personaje de Patricio Contreras dice "todos podemos ser todo" y habla de la sociedad en que vivimos, del nivel de violencia, de cómo estamos plantados como sociedad y el poco respeto que tenemos por la vida del otro; quiero decir, cuidamos nuestra vida pero no nos importa la del vecino.
María Noel Do / ESCENARIO