A 25 años del primer trasplante de corazón que se hizo en Rosario, Más pudo conversar con personas que pasaron por esta cirugía que les devolvió la vida. Agradecidos y emocionados, contaron cómo vivieron esta experiencia. Destacaron la delicada tarea de los médicos que los acompañan hasta hoy, el apoyo incondicional de sus familiares y por supuesto la grandeza de alma de quienes decidieron donar sus corazones para permitir que otros puedan seguir en este mundo.
Luis Gattarelli tiene 65 años y hace 12 que tiene un nuevo corazón. “Soy un jovencito con un cuerpo de viejo”, dice con gran sentido del humor, porque el órgano perteneció a un chico de 18 años. Se siente con tantas ganas de vivir que en todo momento hace reír al resto de los trasplantados que se reunieron para conversar con Más.
Oriundo de San José del Rincón (Santa Fe) y pintor de brocha gorda, demuestra con cada palabra y cada gesto cuánto ama la vida. Es un detallista a la hora de explicar cómo hay que cuidarse después del trasplante. Ya es bisabuelo y trabaja activamente para promocionar la donación de órganos en su localidad. Junto a él, Guillermo Ponzetti, de 69 años, hace 9 que recibió el corazón nuevo. Rebosa de vitalidad, a pesar de que luego de esta operación, y por otros motivos, sufrió dos ACV y camina apoyado en un bastón. Sin embargo es feliz. “Llegué a conocer a mis nietos por la generosidad de quien me donó el corazón”, asegura.
Margarita mira a Luis y a Guillermo con admiración. Ella hace solo dos años que fue trasplantada. Tenía mal de Chagas y aunque le costó mucho aceptar que no había más opción que el trasplante, el día que pensó que se moría llamó a su médica y le dijo que sí, que estaba dispuesta a enfrentarlo.
Tiene una verdulería y hoy hace su trabajo con total normalidad. Se ríe porque al igual que Luis y Guillermo no puede creer, entre otras muchas cosas que hoy pueda dormir acostada porque antes por lo menos tenía que ponerse 5 almohadas o directamente pernoctar sentada.
La reunión se cierra con Juan Carlos Frette, de 67 años que acaba de cumplir el primer año de su nueva vida como trasplantado. Todo un señor, aguarda su turno para hablar. Aún está sobreponiéndose a la experiencia que para los demás ya es lejana. El pasó por muchos inconvenientes serios antes de trasplantarse, pero aún así anima a “no tener miedo” porque esta cirugía le valió el poder seguir vivo.
La médica que sigue el tratamiento de estos pacientes es Sharon Zajdel, subjefa del equipo de trasplantes cardíacos del Sanatorio Parque. Mientras rememora con ellos momentos clave de sus vidas, se emociona al comprobar el agradecimiento eterno de ellos, que luego de esta intervención deberán acostumbrarse a “sentirse bien”.
Por primera vez
El 24 de septiembre de 1990 se realizó el primer trasplante de corazón en Rosario. Fue en el Sanatorio Parque y estuvo a cargo del doctor José Luis Sgrosso, actual jefe del departamento de trasplante de órganos sólidos de ese efector. El paciente era un ingeniero de Santa Fe que evolucionó bien. Desde entonces el programa sigue activo y ya han trasplantado a más de 100 personas.
El primer trasplante en Argentina lo hizo René Favaloro en el sanatorio Güemes de Buenos Aires. Poco tiempo después se comenzó a realizar en Rosario, Córdoba y Mendoza.
En la ciudad, desde 1971, funcionaba el programa de trasplante de riñón y fue Sgrosso quien luego de capacitarse en París impulsó esta práctica para el corazón en la ciudad junto con los médicos Juan José Boretti y Adalberto Camou, que formaron parte de ese primer equipo de trasplante cardíaco.
“Fue un desafío difícil. Los cardiólogos no estaban convencidos de la eficacia del trasplante porque había poca experiencia en el país”, rememora Sgrosso desde su consultorio.
Entonces se organizó un curso en Rosario. “Traje a un profesor de Francia para que explicara a los cardiólogos clínicos en Rosario cuáles eran los resultados de los trasplantes, y entonces se animaron”, continuó. Aquel primer año se hicieron siete trasplantes cardíacos. El primer paciente falleció en el posoperatorio por un problema cerebral.
A la par Sgrosso conformó el primer equipo de trasplante cardíaco en un hospital público. Fue el primero del país y funcionó en el hospital Argerich de la ciudad de Buenos Aires. Allí, en 1994 hicieron el primer trasplante cardíaco y luego 20 más en ese mismo año.
También tuvo lugar el primer trasplante pediátrico en Argentina. Se trataba de un niño de Rosario. Tuvo una evolución muy buena, la noche del primer día de la cirugía estaba viendo un partido de fútbol por televisión. Este chico logró vivir 12 años más.
Mientras tanto, el programa siguió funcionando en Rosario. “En este momento tenemos muchos pacientes cercanos a los 20 años con una evolución excelente”, destacó el especialista, que explicó que el corazón provoca poco rechazo.
Donación de órganos
A medida que comenzaron a realizarse más trasplantes también crecieron las campañas para concientizar a la población sobre la importancia de donar órganos. Y es que muchos de los pacientes trasplantados se vuelven acérrimos defensores de la causa.
Sgrosso consideró que los rosarinos son “solidarios con la causa” y reconoció que en los últimos años creció la cantidad de donantes y dijo que “es rara la negativa familiar”. Según los datos del Incucai, en la provincia de Santa Fe hoy hay seis personas esperando un corazón.
Quienes pueden recibir un trasplante de corazón son personas, en general menores de 70 años, con una enfermedad cardíaca refractaria a cualquier otro tratamiento. En general el 50% ligado a una enfermedad coronaria como el infarto, o la angina de pecho; y el otro 50% a enfermedades desconocidas que llevan a una insuficiencia cardíaca.
Según Sgrosso hoy los pacientes tienen una sobrevida promedio de 10 años, datos a nivel mundial.
Guillermo Ponzetti a los 59 años ya había sufrido tres anginas de pecho y dos infartos. Trabajaba como chofer de colectivo de larga distancia. En 2005 su corazón ya no daba más. “Yo estaba como un auto que está en llanta total. Me habían dado seis meses de vida”, explica.
Entonces recurrió al doctor Sgrosso, quien le explicó que se le podía hacer un bypass pero tenía el 40% de probabilidades de éxito, o un trasplante con el casi 100%. Yo dije que no tenía nada que pensar, que lo hiciera”, recuerda.
Mientras, Guillermo miraba televisión y veía a los chicos que esperaban un corazón y pensaba que si tenía que llegar el trasplante, que fuera para ellos. “Yo había vivido bastante, aunque tenía algo pendiente: los nietos”, expresa con una sonrisa.
“¡Venite ya!" le dijo el médico cuando lo llamó a la madrugada. Habían pasado 45 días de su decisión y ya había llegado el corazón. “¡No me lo esperaba!”, confiesa y se pone serio. Cuando recuerda a otros que se trasplantaron y hoy ya no están. “Eso me duele, y es porque no se cuidaron ni tomaron la medicación que tenían indicada”, manifiesta con pena. Al principio Guillermo empezó tomando 17 pastillas, ahora ya son menos.
A los cuatro meses del trasplante, este hombre ya caminaba 12 kilómetros por día. Ya se ve que no puede quedarse quieto y así de animoso se lo ve 10 años después de aquella intervención que le devolvió la vida.
Al mes siguiente del trasplante "me mandé un macanón, cuenta, porque me sentía muy bien y un día a un amigo se le quedó el auto y fui a empujarlo. Eso me hizo tan mal que me costó una nueva operación". Era muy pronto para hacer ese esfuerzo. "Aparte tuve un aneurisma, cálculos en la vesícula y luego un ACV", relata. Y continúa: "Pero eso no fue nada, me compuse lo más bien, pero me volvió a dar un ACV hace dos meses, por eso ahora tengo problemas con las piernas y camino con bastón", dice mientras no deja de sonreír por haber vuelto a vivir.
Luis Gattarelli, de 65 años, es uno de los pacientes con trasplante cardíaco con mayor sobrevida. Hace 12 años que recibió un nuevo corazón. Santafesino, de San José del Rincón, sufrió una cardiopatía isquémica importante y había que internarlo con frecuencia porque se descompensaba. La última vez que acudió al sanatorio, el doctor le explicó que tenía una posibilidad de seguir viviendo: el trasplante.
A él nunca se le había pasado por la cabeza. Pero escuchó al médico y se dio cuenta de que no tenía otra salida. Esperó tres meses internado y el 6 de noviembre de 2003 llegó el corazón. Se acuerda que por esos días se estaba por inaugurar el puente Rosario-Victoria. Ese fue el comienzo de la nueva vida.
Luis hoy hace vida normal. Cuando sale algún trabajo en alguna una obra en construcción va porque es pintor. Y por sobre todo, lleva una vida sana, se cuida con las comidas, sale a caminar y disfruta de sus nietos. Y de su primer bisnieta, que nació hace 15 días.
“Cuando estaba tan mal el doctor me dijo que yo iba a vivir una vida mejor y eso ¡es cierto!”, reconoce Luis, entusiasta y feliz. Hoy es un activo luchador por la donación de órganos en su ciudad.
“Soy adventista y creo mucho en Dios. Sé que Él me llevó de la mano y me dejó en esta vida para trabajar para El. A los 10 días del trasplante los médicos me dijeron que me fuera”, relata. Ahora viaja cada dos meses para hacerse los controles, pero está perfecto.
“Cuando a mí me trasplantaron era un tema tabú del que se hablaba poco. Pero nosotros podemos contarlo y por eso es importante que se conozca cuánto te puede mejorar la vida”, dice, y agrega que “es fundamental cuidarse”. Y es que los pacientes están inmunodeprimidos de por vida y necesitan cuidarse para no contagiarse de ningún virus.
“Parece mentira, pero yo tengo otra vida, y les agradezco de todo corazón al grupo de médicos que lo hicieron posible, junto con los enfermeros, los kinesiólogos, las personas de la limpieza y a los que nos cocinaron durante esos días en los que volvimos a vivir”, concluye con una amplia sonrisa.
Una bala de oro
Juan Carlos Frette duda cuando se le pregunta la edad. Sabe que tiene un corazón muy joven a pesar de que su documento indique que tiene 67 años. Hace sólo uno que recibió el nuevo órgano que le permitió seguir viviendo. Ahora tiene una preocupación y es saber si podrá ser donante de órganos, incluso si podrá dar también ese corazón.
La médica le explica con paciencia que deberá tener en cuenta que ese corazón ya lleva “dos vidas” y tal vez esté un poco gastado...
Pero así son de agradecidos los trasplantados. Quieren que todos puedan tener una nueva oportunidad como les ocurrió a ellos.
Un año atrás Juan tenía su corazón muy desgastado porque había sufrido un infarto, le colocaron un stent. A eso se le sumaba la arritmia y el cardiodesfibrilador (un aparato que genera una descarga eléctrica para que el corazón siga funcionando). Esa pequeña maquinita tuvo que “disparar” 68 descargas para que el corazón de Juan siguiera latiendo.
Después de eso quedó dañado. “Me faltaba el aire y no podía respirar. Dormía sentado... No podía más. A cada rato tenía que internarme porque no soportaba la angustia de que me faltara el aire. Pensé que moría. Entonces el médico me dijo que tenía una “bala de oro” que me podía salvar. Era el trasplante.
En septiembre del año pasado comenzó el operativo. Juan fue internado y ya en la cirugía, con el pecho abierto, los médicos supieron que el corazón no podía llegar desde Mar del Plata, donde lo habían ablacionado, porque el aeropuerto estaba cerrado por el clima. “Tuvieron que cerrarme otra vez y cuando desperté me dijeron que me quedaban 48 horas de vida”, cuenta ya repuesto del estrés que pasó.
Ahora lo puede contar con detalle porque la prueba pasó, pero no disimula lo que sufrió en esos momentos. “Dios quería que siga porque a las 48 horas hubo otro operativo y me pudieron trasplantar”, relata ya con una sonrisa.
Y si bien pasó otras complicaciones en el posoperatorio, por lo que tuvieron que volver a abrirlo, hoy es un agradecido a la vida. “Hago todo lo que quiero, obviamente sin exigirme más de la cuenta como me dicen los médicos”, explica.
Juan es consciente de que tomar la decisión cuesta mucho, pero por experiencia sabe que le cambió el resto de su vida y recomienda a los que están en ese trance que “no tenga miedo” y destacó el aliento y la paciencia de los médicos que trabajan en el servicio de trasplante que supieron explicarle cada paso de lo que harían y también lo alentaron a seguir adelante.
Hoy está totalmente recuperado y no hace más que agradecer a quienes donaron los órganos y a los médicos que hicieron la intervención.
Volver a nacer a pesar del miedo
“Yo tenía mal de Chagas”, declara Margarita Montenegro, una mujer de 46 años que hace dos recibió un trasplante de corazón. A los 18 , cuando fue a donar sangre, le dijeron que tenía esa enfermedad. Nunca se preocupó hasta que años más tarde empezaron los problemas.
Margarita tiene tres hijos de 24, 21 y 13 años. Trabajaba en una verdulería que había instalado en su casa, pero cada vez se sentía peor. Le faltaba el aire, ya no podía dormir acostada. Necesitaba más almohadas, y le costaba caminar. “Doctora, no puedo llevar a mi hija a la escuela”, le dijo un día angustiada a Sharon Zajdel, la cardióloga que la atendió.
“Margarita llegó en muy mal estado, no podía atarse los cordones, había que ayudarla a vestirse, estaba muy invalidada por la enfermedad”, explica la médica del servicio de trasplante del Sanatorio Parque.
Fue entonces cuando el equipo médico le explicó que si quería podía recibir un corazón nuevo. Esa era la única alternativa viable para que pudiera seguir viviendo.
Aceptar la opción de los médicos le costó a Margarita. “Tenía mucho miedo al trasplante. Pensaba en mis hijos...”, cuenta y vuelve a emocionarse. En esos días hubo un operativo de corazón y la llamaron, pero ella se negó. “Me agarró un ataque de locura y cuando me avisaron les dije que no quería hacerme el trasplante. Tenía pánico”, rememora. Y confiesa que si no fuera por la paciencia y el aliento de los médicos no hubiera accedido.
Cuando ya pesaba 53 kilos y no podía siquiera estar en pie llamó a su médica y le pidió que la tuviera en cuenta si aparecía un corazón.
La especialista recuerda: “Era 23 de noviembre de 2013, a las 12 de la noche, cuando la llamé y le dije que había un corazón, y le daba un minuto para pensarlo, entonces escuché su sí”. Allí comenzó el operativo y 17 días más tarde Margarita estaba otra vez en su casa, pero sin dolor de pecho, sin esa angustia cada vez que le faltaba el aire y ya con independencia para moverse sola. Al mes de la intervención ya había vuelto a la verdulería. Ahora carga los cajones, va al mercado y atiende a sus clientes. Pero sobre todo, es feliz.
“Pasé mucho miedo pero hoy tengo una vida nueva. Me costó creerlo pero es así. Por eso yo soy donante y quiero que todos sepan que aunque es difícil la decisión, el resultado es increíble”, dice con una amplia sonrisa. Y confiesa que todo fue rapidísimo. “Fue como si me hubieran sacado una muela y no el corazón. Hasta ahora no lo puedo creer”, asegura la mujer mientras no deja de agradecer a su médica.