Lo que hace meses era una especulación teórica hoy se transforma en realidad: sólo la recurrente tentación del gobierno de caer en su propia trampa podría hacer naufragar la reelección de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Por Mauricio Maronna
Lo que hace meses era una especulación teórica hoy se transforma en realidad: sólo la recurrente tentación del gobierno de caer en su propia trampa podría hacer naufragar la reelección de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
La jefa del Estado conoce al dedillo las fortalezas y debilidades que conlleva la decisión de dar el sí, largamente reclamado y esperado por el kirchnerismo. Sabe la presidenta y saben los kirchneristas que no hay plan B ni figura de recambio posible de cara a las elecciones por venir. Se levanta aquí una contradicción merituada en su momento desde esta columna. La recurrencia a hablar de un “proyecto” que divide la historia en un antes y un ahora encuentra su limitante en una persona. Si no es Cristina se cae el proyecto. No hay kirchnerismo sin Cristina.
La mandataria hará valer su aceptación. Necesita airear la casa, maximizar los controles de calidad y pensar en el después. El primer día de su eventual segundo mandato será también el principio del final del recorrido por el poder. Y nadie se va de lo más alto de la cúspide (salvo excepciones) sin asegurar que ese adiós esté pleno de garantías, seguridades y buen futuro.
Una señal. Cristina ha dado algunas señales de continuidad, tal vez el gesto más claro tenga que ver con la provincia de Santa Fe. Nadie se va del poder decidiendo cómo serán las listas a diputado en las provincias. La presidenta actuó directamente para elegir a Omar Perotti (y no a un kirchnerista paladar negro) a la hora de darle un sesgo a la nómina. Los demás nombres sí se negociarán en la mesa de los operadores y las roscas.
Al tiempo que Cristina termina de madurar su decisión, la oposición sigue en su lúdico derrotero del prende y apaga. El brío con que nació el Frente Amplio Progresista quedó atalonada con disputas que nada tienen que ver con la declamada nueva política. Fernando Pino Solanas se abrió del espacio y presentó su propio frente. Si Hermes Binner le ofrece lugares expectables a Proyecto Sur en la lista a diputado nacional el cineasta volverá sobre sus pasos y dirá que “aquí no ha pasado nada”.
Al margen de la resolución de ese capítulo, lo peor que podría haberle pasado a la flamante alianza es lo que le pasó: indicios de poca empatía a la hora de demostrar affectio societatis pocas horas después de haber salido a la superficie. Al fin, socialistas, solanistas y otras caracterizaciones que abrevan en el espacio deberán conocerse adentro mismo de la cancha. Ni siquiera pudieron entenderse por señas en los vestuarios.
La levedad opositora. Queda en evidencia si se recorre el espinel de la oposición que no es su fuerza lo que puede abrigar alguna expectativa a la hora de hablar de recambio en lo más alto del poder. Es el propio gobierno el que persiste en su vocación de estamparse el helado en la frente.
Las constantes y diarias derivaciones del escándalo que vincula a la Fundación Madres de Plaza de Mayo y a Sergio Schoklender termina por pegar debajo de la línea de flotación del mítico relato oficial y abre severísimos interrogantes hacia el futuro. El uso y abuso que hizo el gobierno nacional de los organismos de derechos humanos parece hoy complotarse para generar una tormenta perfecta. Nada estuvo más alejado del deber ser que la relación entre Hebe de Bonafini y la Casa Rosada.
Relaciones peligrosas. Desde el inicio de la relación con Madres de Plaza de Mayo fueron pocos los que advirtieron sobre las consecuencias de la riesgosa vinculación entre poder político y organismos de derechos humanos. Pero, aunque cuantitativamente menguadas, esas voces siempre críticas se convierten ahora en imprescindibles para rescatar una tarea, una lucha, que debe mantenerse a prueba de corruptelas y tentaciones con las mieles del poder. Esa miel del poder que para Hebe de Bonafini parecen haber derivado en hiel.
No resiste ninguna lógica el abroquelamiento mediático que intentan hacer algunos reservorios al vincular las espectaculares denuncias sobre enriquecimiento ilícito y evasión fiscal (entre tantas otras) de Schoklender con un avance sobre la causa por los derechos humanos. Desde hace larguísimo tiempo la ligazón Schoklender-derechos humanos parecía un oxímoron.
La audacia y el cálculo. En el momento de comenzar su gestión, Néstor Kirchner buscó en Bonafini una punta de lanza que imante no sólo un pasado hueco en esa lucha, sino también que le abra las puertas a un relato épico que haga creer que a la izquierda de la pantalla oficialista sólo se tropezaba con la pared.
Un ex gobernador justicialista con pretensiones de llegar a la Presidencia de la Nación contó alguna vez cómo Kirchner se jactaba de mantener viva esa relación. “Cuando vos seas presidente vas a tener que mirar estos números...”, chicaneaba Néstor a su interlocutor mientras mostraba algunas planillas.
Para la foto. Hay decenas de anécdotas que describen la relación de funcionalidad. Otra de las más impactantes fue relatada por una gran luchadora de Madres de Plaza de Mayo. “Un día me invitan de urgencia a Casa Rosada para mantener una entrevista con Kirchner. Apenas llego, el fotógrafo de Presidencia de la Nación me toma unas fotos. Había un gran revuelo y después me comunican que el gobierno había decidido desendeudarse con el Fondo Monetario Internacional. Al otro día apareció, y con la foto, que yo apoyaba pagarle al FMI. Desde ese día tomé precauciones”, narró en su momento la mujer.
Las derivaciones judiciales del escándalo dirán cuál fue (si es que existe) la responsabilidad penal de Bonafini, pero en el mientras tanto lo peor que podría sucederle a los organismos es que merodee la duda sobre los alcances de la investigación. Al fin, los gobiernos pasan, pero las causas honorables quedan. Por siempre y para siempre.