El hombre se llamaba Francisco. Era bajito y su mirada transmitía una tristeza profunda e irremediable. También era humilde, pero eso lo hacía sentirse orgulloso. Igual que su larga militancia en el peronismo de Villa Gobernador Gálvez, decía.
Por Jorge Salum
El hombre se llamaba Francisco. Era bajito y su mirada transmitía una tristeza profunda e irremediable. También era humilde, pero eso lo hacía sentirse orgulloso. Igual que su larga militancia en el peronismo de Villa Gobernador Gálvez, decía.
Francisco llegaba temprano a los tribunales, se paraba frente a uno de los viejos juzgados de Instrucción, el que estaba a cargo del juez Carlos Carbone, y esperaba. No quería perderse detalles de una investigación judicial a la que sin embargo casi no tenía acceso. Pasaba horas aguardando cruzarse con el magistrado. Quería saber quién había asesinado a Nahuel, su nieto de tres años. Y quería asegurarse de que ese crimen no quedara impune.
A Nahuel Taiana lo mataron de un tiro la mañana del 15 de marzo de 2002. Fue en la modesta casa en la que vivían sus tíos, al lado de la suya. El nene era el único hijo de Esteban y Daniela, que a la hora del crimen estaban trabajando, aunque no era el único nieto de Francisco.
Cuando lo asesinaron, Nahuel jugaba con dos primitos sobre una cama. Los chicos saltaban, gritaban, se divertían. De pronto, en segundos, la casa se convirtió en un infierno. Alguien rompió los vidrios de la ventana que daba al dormitorio donde estaban los chicos y dos armas empezaron a escupir balas hacia adentro de la vivienda.
Uno de los proyectiles dio en la cabeza del pequeño Nahuel. Después se sabría que salió de un Magnum, de un poder letal difícil de igualar. Semanas más tarde, cuando ya había sido secuestrada por la policía en el marco de la investigación, esa arma desapareció del subsuelo de los tribunales junto a otras 15 más. Este gravísimo episodio nunca fue esclarecido.
Nahuel era un rubiecito hermoso y tenía unos ojazos negros que lo distinguían. En una foto familiar se lo veía feliz y juguetón. El propio Francisco se la cedió a La Capital para que ilustrara las crónicas sobre su absurda muerte. Cuando hablaba de él, el hombre bajito y humilde se quebraba, por más que se esforzara en disimularlo.
Después se supo que el nene murió por una venganza. Horas antes había habido un robo en un taller mecánico y esa mañana nueve personas, incluido un menor, llegaron hasta esa casa para hacer justicia por mano propia. Así mataron al nene.
Aquel horroroso crimen ocurrió en una casa de la calle Edison al 900, en Villa Diego. Eso es a pocas cuadras de donde la madrugada de ayer murió Candela Abigail Maciel, de 2 años, también alcanzada por disparos realizados contra la precaria casa en la que vivía con sus padres. Un drama que replica el de Nahuel, aun con parecidos y diferencias, y que desnuda con una crudeza brutal los niveles de violencia y de impunidad con el que conviven los habitantes de muchos barrios precarios y periféricos.
El asesinato de Nahuel por fortuna no quedó impune. Hubo una investigación rápida que logró probar la participación de los nueve sospechosos con distintos roles. Sólo dos habían disparado sus armas contra la casa en la que el nene jugaba con sus primitos. Todas esas personas, excepto el menor, fueron a juicio. Los dos que abrieron fuego fueron acusados de homicidio. Uno, el que mató al chico, fue condenado a 14 años de prisión.
El abuelo Francisco se enteró antes incluso que los periodistas que contaban el caso. Su perseverancia nunca le serviría para recuperar al nieto, pero al menos lo ayudó a saber que los culpables fueron identificados.
Desde ayer hay en la castigada ciudad de Villa Gobernador Gálvez otra familia destruida por el mismo drama. Más allá de los matices, otra vez hay una víctima inocente y una familia destruida por una violencia estructural que no se agota en las balas que mataron a Candela e hirieron a su padre. También incluye la pobreza extrema, el abandono del Estado y la condena a muchas personas a una vida miserable. Aunque en el caso de la nena, lo último ni siquiera ya será posible.