"Nieva en la Gran Bretaña. Un campesino viejo, sentado junto a un brasero, toma mate en el condado de Southampton". Así, la imágen calma de un anciano recluido en el otro extremo del globo no estaría adelantando un clima demasiado enérgico para sacudir la modorra de un feriado patrio.
Con el Auditorio Fundación casi repleto, las dos funciones en Rosario de "El farmer" se llevaron un aplauso arrasador que la convirtió en una de las visitas más esperadas del fin de semana del vallado Bicentenario de la Independencia.
"El farmer", una obra que se estrenó en julio del año pasado como una producción del Teatro San Martín de Buenos Aires, basada en la novela homónima de Andrés Rivera, comenzó este año su gira nacional y volvió a Rosario luego de su primera aparición en el Teatro La Comedia hace un mes atrás.
Con los protagónicos de Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna, y la dirección de ambos junto a Andrés Mangone, la obra refleja los últimos años de Juan Manuel de Rosas, una de las figuras más controvertidas de la historia argentina.
Un Rosas anciano (Audivert), en un eterno exilio de 25 años al sur de Inglaterra, se dirime con el Rosas eterno (De la Serna), el de la discusión interminable, el que representa mucho más que el colorado billete de 20 pesos, algunos mojones clave para pensar y repensar hasta el infinito una cuestión tan delicada como nuestra soberanía nacional.
Desde el punto de vista estrictamente teatral, la obra cumple con todas las expectativas. La fórmula parece infalible, un actor-director de gran trayectoria como Audivert conjugado con uno de los actores jóvenes más consagrados de los últimos quince años por sus inolvidables trabajos en cine, teatro y televisión, ya consagrado en el gusto masivo de la clase media argentina. Ambos se colocan con demasiada precisión en los dos momentos de la figura mítica de Rosas, con una presencia escénica y una fuerza interpretativa arrolladoras.
En este marco el texto ocupa un lugar tan predominante, tan central que de a ratos parece comerse toda la escena con semejantes actores. Esos momentos fueron propicios para convocar nuevamente a la modorra del feriado, un riesgo en el que puede caer toda conversación de próceres, en este caso consigo mismo.
La nueva narración de la historia oficial, la que sobrevino luego de Caseros, la de los comienzos del liberalismo en la reciente organización nacional de la década de 1870, empieza a ser el blanco del viejo general en el exilio. Las figuras de Urquiza y Sarmiento son la carne viva de la traición. "Quien gobierne podrá contar con la cobardía incondicional de los porteños", dice un Rosas joven y enérgico que irrumpe en una escena musicalizada en vivo por Claudio Peña.
Paradojas. Con pasajes de una emotiva profundidad, la obra transita por momentos que van de una declaración en la que puede asomarse cierta paradoja que envuelve a ese Rosas estanciero, que concentró su poder justamente en Buenos Aires, con frases tan resonantes como "yo soy la identidad clandestina de la patria", que lo conecta con la tradición más nacional-popular del pensamiento argentino.
Una constante de nuestra historia: la misma figura concentra la condición de tirano para algunos, y para otros fue uno de los defensores más acérrimos de nuestra soberanía en esa gesta crucial de defensa que fue la batalla de la Vuelta de Obligado en 1845. Rosas, una piedra en el zapato que altera la lógica binaria de unitarios y federales.
Así pasó "El farmer" por Rosario, una obra que nos interpela en el mito y su sombra, una herida inconclusa que puede cuestionar tanto el presente como los 200 años de una lejana declaración de la Independencia, celebrada ahora junto al Rey de España.
Ulises Moset
Especial / La Capital