Hace dos años la voz de Alejandra Bustamante dijo basta. Un día se levantó como todos para ir a enseñar al Jardín Nº 261 de Empalme Graneros y no pudo. La disfonía que cada tanto le hacía llamados de atención se había convertido en una enfermedad profesional, una de las que más aqueja al magisterio. "Después de dos años de tratamiento y licencias por enfermedad, lo que se venía era inaceptable para mí: me mandaban a una «tarea diferente», a hacer trabajo administrativo, algo inaceptable para mí que amo la docencia", repasa la maestra de nivel inicial. Pidió de la mano del gremio ante los médicos y la ART de la provincia, y consiguió que le reconozcan un micrófono para seguir con sus clases. Afirma que cuando le entregaron el aparato se emocionó hasta las lágrimas. Es el primer caso no sólo de la provincia de Santa Fe, sino del país. Un precedente histórico.
Alejandra tiene una voz pausada, muy tranquila en sus relatos. Es difícil imaginar la razón del desgaste de su voz. Pero no tanto, alcanza con conocer las condiciones laborales que llevan a un maestro a enfermarse, a someter su cuerpo y sus emociones a castigos silenciosos. Hasta que alguna vez estallan. Muchos alumnos en un salón, aulas con infraestructuras deficientes, mal ventiladas, con saturación de pibes corriendo en patio diminuto, mucho calor en verano y mucho frío en invierno, por mencionar algunas pocas de esas razones.
"En todos estos años de docencia, nunca me imaginé que me iba a pasar mí. Hasta que un día me levanto y no podía hablar, estaba absolutamente disfónica. Tenía un nódulo con una ampolla, además del hiatus (lesiones funcionales del aparato fonatorio). Primero estuve un mes sin poder hablar, luego todo un año de rehabilitación de la voz, incluyendo corticoides", recuerda y reconoce: "En realidad me pasaban cosas, a las que no les prestaba atención por la misma vorágine diaria, eran llamados, pero siempre pensaba que se me iba a pasar, con algún remedio o descansando la voz el fin de semana. No fue así".
Prevención. Su relato se corresponde con el reclamo que se hace desde Amsafé Rosario para que exista una política preventiva en la provincia (ver aparte).
Cuando le advirtieron a Alejandra que lo suyo "no era algo pasajero", y que por largo tiempo no podía volver al aula dice que pensó "que era el fin del mundo". "Yo amo lo que hago, elegí esta profesión porque me gusta, me divierto con los chicos, amo enseñar", expresa. Lleva 18 años en la docencia. Los últimos dos son los que vivió como un calvario. Sabía que cada vez que volviera a trabajar, su voz sufriría una recaída, más allá del tratamiento puntual que llevara adelante.
Como las licencias por enfermedad tienen su límite, y al final es una junta médica la que define si ese maestro puede seguir frente al aula o pasar a ejercer lo que se llama una "tarea diferente" —que en los hechos es estar detrás de un escritorio, en tareas administrativas— el panorama se volvía más que desalentador para esta maestra.
Fue entonces cuando les propuso a los médicos laboralistas la posibilidad de usar un micrófono para trabajar. Dice que primero se sorprendieron, pero enseguida lo vieron como una posibilidad real y lo consultaron con la ART de la provincia. Al final lo aceptaron. El dato sobre esta alternativa lo había conversado previamente con su fonoaudióloga y sabían que una profesora de educación física lo había adquirido, pero por cuenta propia.
El pedido se hizo el año pasado, y el micrófono portátil y con amplificador —tiene un costo de unos 1.400 pesos— llegó en marzo. "Estaba preocupada porque no llegaba y ya habían empezado las clases. Mis compañeras me cuidaron, no me dejaban hablar, por suerte era el período de integración donde estábamos todos juntos".
Con los chicos. Pasó un mes de esa entrega y ahora la docente cuenta feliz que se adaptó sin problemas a esta ayuda que le permite seguir enseñando. "Me resultó muy bien, fui practicando, y la fonoaudióloga me ayudó a encontrarle el tono adecuado para no tener que forzar la voz. Debo hablar normal y regular el volumen", explica.
El uso del aparato lo regula según la distancia que tenga de los chicos, "si están en ronda, en el patio o vamos a un paseo". Dice que acordó con la ART probar otros modelos para las salidas, ya que el amplificador de este aparato es bastante grande para cargarlo en los paseos. "Lo mejor es que los chicos saben por qué uso el micrófono y lo cuidan. Y yo juego con ellos, les hablo escondida, a la distancia y ellos piensan que hacemos algo de magia", describe con alegría.
Alejandra Bustamante define esta conquista como "un logro colectivo, de lucha permanente". Ella es también parte del equipo de delegados en prevención de Amsafé Rosario. Sabe muy bien que este logro es un antecedente valioso para otros casos de disfonía. Y sobre todo para demostrar que los índices de ausentismo docente no son caprichosos, que pueden revertirse, porque los maestros que eligen la docencia como oficio sólo aspiran a ejercerlo en las mejores condiciones.
Protocolo. Por su parte y consultado por La Capital, el superintendente de Riesgos del Trabajo, Juan González Gaviola, confirma que el caso de esta maestra de nivel inicial es el primero en el país. "Nosotros ya habíamos hablado el año pasado con algunas ART para iniciar pruebas pilotos con este tipo de tecnologías. Me parece fantástico que ya lo esté usando en sus clases. Hasta donde hemos registrado es el primero en el país. Me alegro que estemos arrancando con estas medidas", dice Gaviola.
El funcionario de la Superintendencia (depende del Ministerio de Trabajo de la Nación) recuerda que desde hace poco tiempo —unos dos meses— se aplica "un protocolo de tratamiento de las disfonías, protocolo que contempla diagnóstico precoz, tratamiento precoz". Agrega que están "hablando con las ART y dando directivas en las comisiones médicas que dentro de las prestaciones que se puedan dar esté la de la utilización de equipos de amplificación". Para Gaviola esta atención permitiría mejorar mucho en el terreno de la salud de los docentes, sobre todo "porque entre las licencias psiquiátricas y los trastornos de cuerdas vocales hay ausentismos muy elevados".
Además "permitiría que el docente siga haciendo su práctica sin seguir poniendo en riesgo al salud y sin tener que esforzarse". También reconoce que a esta tarea hay que sumar otras, como "talleres del uso de la voz, para que los docentes puedan trabajar usando su voz adecuadamente y sin que ellos los lleve a tener hiatus, ni nódulos ni ninguna patología que surge de una mala utilización de la voz, algo que empieza por saber manejar una buena respiración".