Jaber al Bakr fue un refugiado sirio que se suicidó hace unos días en una cárcel de Leipzig, en el este de Alemania. Había ingresado en ese país el 18 de febrero de 2015 y dos semanas después pidió asilo, que generosamente le fue concedido. Hasta ahí una historia como otras miles en toda Europa.
Sin embargo, Jaber (22 años) comenzó lentamente un proceso de radicalización o bien ya era un militante convencido del islamismo fundamentalista que lucha contra los "infieles" de todo el mundo. Durante los últimos meses, los servicios de inteligencia alemanes y la policía lo venían vigilando porque sospechaban de un posible ataque de Estado Islámico y tenían dudas sobre las actividades de Jaber. Fue así que allanaron su vivienda en la localidad de Chemnitz (a 85 kilómetros de Leipzig) y encontraron un kilo y medio de un poderoso explosivo similar al que se empleó en los ataques de Bruselas y París. Se cree que su objetivo era atacar algunos de los aeropuertos de Berlín, Tegel o Schönefeld.
Jaber escapó al acecho de la policía y trató de encontrar refugio entre la comunidad siria de Berlín a través de un sitio web que ayuda a los refugiados. Tres compatriotas, también con asilo, le dieron albergue en su casa hasta que descubrieron el aviso de la policía difundido por las redes sociales sobre el pedido de captura nacional e internacional de Jaber. Los jóvenes que le dieron refugio en su vivienda fueron los encargados de reducirlo y entregarlo a las autoridades, con lo que ahora se encuentran protegidos por eventuales represalias. "No íbamos a permitir que le hagan nada a los alemanes", dijeron.
A los dos días de su detención, Jaber fue encontrado ahorcado con su propia camisa en su celda individual, que era controlada cada 30 minutos. Su muerte desató de inmediato una ola de cuestionamientos al sistema judicial, al penitenciario y a los servicios de seguridad alemanes que, en principio, no pudieron encontrar sin ayuda al joven sirio y después tampoco asegurar mantenerlo con vida para intentar desbaratar toda la célula de apoyo logístico con que seguramente contó para obtener el explosivo, que no se compra en un supermercado.
Los servicios de inteligencia y seguridad en Alemania vienen de soportar un golpe tras otro. Actualmente se desarrolla un juicio contra la única sobreviviente del grupo criminal neonazi "Nationalsozialistischer Untergrund" (Cladestinidad Nacionalsocialista) que durante años se dedicó a asesinar inmigrantes, especialmente turcos, sin que la policía pudiera evitarlo. Otros dos integrantes de esa banda se suicidaron antes de ser apresados tras el robo a un banco. Precisamente, un retazo de tela con el ADN de uno de estos dos neonazis fue hallado en junio pasado cuando apareció el cadáver de una niña alemana desaparecida en 2001. El grupo asesino, además de xenófobo y racista, es sospechado ahora también por pedofilia, algo que surgió absolutamente por azar aunque en allanamientos posteriores en la guarida de los criminales se hallaron juguetes de niños pequeños y pornografía infantil. Un mundo horroroso de la perversión que mezcla lo peor de la condición humana y que se repite en otras partes del mundo, no sólo en Europa.
Dilema filosófico. El escándalo del suicidio de Jaber impactó directamente contra la política migratoria de la canciller alemana Angela Merkel, a quien se acusa de abrir sin controles las fronteras del país. Por cada miles de refugiados de guerra o de la hambruna subsahariana en África, seguramente unos pocos cientos de "células dormidas" o mentes lábiles a la radicalización ponen en peligro un programa humanitario a gran escala y que también incluye a la Argentina. Pero, pese al escaso número de jóvenes dispuestos a cometer atentados, el daño que producen en vidas humanas es tan grave que surgen interrogantes de difícil respuesta y hasta interpretaciones filosóficas acerca de la coherencia de una ayuda que trae agregada serios riesgos a la población que la ofrece. ¿Cómo hubiera reaccionado la sociedad alemana si Jaber hubiera atacado en alguno de los aeropuertos y asesinado a decenas de personas? Estuvo muy cerca de lograrlo.
La clave del problema no parece restringir el ingreso de refugiados, como pretende la ultraderecha europea en ascenso, sino poder detectar a través de los servicios de inteligencia y de seguridad a potenciales lobos solitarios dispuestos a perder su propia vida para terminar con las de los demás, en un entorno psicopatológico de masas que parece imposible desentrañar, pero que sería la única manera efectiva de terminar con este desprecio a la vida humana que supuestamente emana de un Dios todopoderoso que lo exige perentoriamente.
Lejos de ser la de Jaber una historia aislada, se repiten casos similares por toda Europa y Estados Unidos, con la diferencia de que en esta oportunidad el protagonista decidió quitarse la vida una vez que no pudo cumplir su objetivo criminal.
En lo que aparenta ser un próximo derrumbe militar de Estado Islámico en Siria e Irak, donde pierde terreno a manos de la coalición internacional y las tropas iraquíes y kurdas, el número de combatientes solitarios por el mundo irá en incremento. La desbandada del grupo, especialmente los combatientes extranjeros que regresarán a sus países de origen, se transformará en un peligro adicional y más numeroso que el actual. Así, la "guerra santa" se instalará definitivamente en Occidente.
En la Argentina. El generoso programa argentino, el más importante ofrecido en Latinoamérica, de traer al país tres mil refugiados sirios que escapan de la guerra civil tendrá los mismos problemas de seguridad que en Europa y Estados Unidos. Dentro del contingente de personas realmente necesitadas de ayuda humanitaria podrían colarse lobos solitarios dispuestos a combatir en estas latitudes. Es imposible detectarlos con certeza antes de que ingresen porque, como ha ocurrido en muchos casos, el proceso de radicalización comienza tiempo después de haber llegado al país que los recibe, donde además de las frustraciones ya preexistentes se suman las dificultades propias de la adaptación en un lugar diferente.
El trabajo psicosocial para contrarrestar esa inclinación a la radicalización en jóvenes que ni siquiera alguna vez lo habían pensado es tan decisiva como contar con servicios de inteligencia que puedan detectar a tiempo los peligros reales de ataques.
En cuanto a la contención social y lograr adaptar al medio a los futuros refugiados, el país cuenta con excelentes profesionales universitarios en todos los campos de las disciplinas necesarias para una tarea ejemplar. Con decisión política y recursos del Estado no sería una dificultad.
Sí, en cambio, hay grandes márgenes de dudas para sospechar que los servicios de inteligencia argentinos no están en condiciones de aportar a la compleja situación. Históricamente dedicados al espionaje político interno, a la represión de opositores de los gobiernos de turno —especialmente en las dictaduras—, nunca estuvieron al servicio de la sociedad. No sólo las dictaduras utilizaron esas estructuras inamovibles sino que los gobiernos democráticos también se nutrieron de ellas. Se explica así por qué uno de los ex espías más famosos del país sirvió a los militares de la junta criminal de Videla y sus sucesores, pero también en democracia. Es algo parecido a cómo, después de la caída del nazismo, la gran estructura burocrática estatal de posguerra y aun los servicios de inteligencia, estaban integradas por numerosos ex miembros del partido nazi. Tal vez esto también explica la actual "impericia" de la inteligencia alemana para desbaratar células neonazis que matan a inocentes inmigrantes musulmanes por la calle.
El problema de los refugiados es tan complejo que es de difícil abordaje, más aún en países como la Argentina, que todavía tiene una gran deuda social con millones de personas que viven por debajo de la línea de la pobreza. Si a la miseria le sumamos inseguridad producto del fanatismo religioso, el genuino esfuerzo de albergar a seres humanos que necesitan desesperadamente ayuda podría verse empañado.