Ni el más fantástico de los escritores hubiera craneado una secuencia semejante a la de José López, funcionario clave de 12 años de gobierno, intentando esconder casi nueve millones de dólares en un monasterio. Es el karma de la política argentina: una delgadísima línea separa a la ficción de la realidad, hasta lograr mixturarlos.
Más allá de la espectacularidad del grotesco, otra vez el apellido "López" pone en jaque al peronismo, aunque esta vez la peor parte se la lleve el ismo construido en 2003 por Néstor Kirchner bajo el rótulo de Frente para la Victoria (FpV). Esa es la primera lectura política con trazo grueso que deja la tragicomedia en el convento de General Rodríguez.
El ex secretario de Obras Públicas de la Nación no es un personaje cualquiera en el territorio de los Kirchner: atravesó todas las gestiones en la Casa Rosada, pero comenzó su carrera en la administración pública en 1991 como vocal del directorio de la Administración General de Vialidad Provincial de Santa Cruz. Luego, de 1994 a 2003, se desempeñó como presidente del Instituto de Desarrollo Urbano y Vivienda de Santa Cruz, hasta que Kirchner lo llevó a Buenos Aires como funcionario. Un pingüino hecho pero no derecho.
El martes al mediodía un gobernador peronista que pasó por Rosario en una visita rasante le confesó a un empresario el gravoso costo que acarreará para el peronismo la escandalosa novedad. "Nos parte al medio, nos obliga a ponernos a la defensa. Eso es lo que tenemos que resolver quienes no somos parte del kirchnerismo: no podemos seguir saliendo a defender lo indefendible porque nos liquidan a todos desde lo político", sostuvo el mandatario en un pasillo de la Bolsa de Comercio.
Las intensas y cada vez más recurrentes movidas judiciales ya se han llevado puestos a varios peones y alfiles de los gobiernos kirchneristas, y ahora todo parece ir en dirección de las torres y la reina. El tablero se mueve.
En las últimas horas hubo analistas políticos que se atrevieron a decretar la muerte política del espacio creado por Néstor y Cristina, en una remake previsible de otros pronósticos fallidos con anterioridad que hablaban del "kirchnerismo póstumo".
En política nadie se jubila ni muere antes de tiempo por propia voluntad, pero la diferencia de los nuevos tiempos con los 12 años anteriores es tajante, cruel y pragmática: el kirchnerismo ya no está en el poder.
En ese sentido, Alfredo Yabrán soltó de su boca una sentencia mucho más empírica y brutal que la que pudo haber acuñado algún politólogo: "Tener poder es tener impunidad". Estos personajes que hoy ponen en jaque al kirchnerismo (López, Lázaro Báez, Julio De Vido, Amado Boudou, Ricardo Jaime —y siguen las firmas—) se quedaron sin poder. Y, para los segundos de la escena, el poder es protección. Afuera, ahora, hace frío.
Esa desprotección, ese cambio de escena, empieza a convertir al FpV en un sálvese quién pueda. Entre microfugas constantes, ayer tomó cuerpo la salida de cuatro legisladores misioneros (3 diputados y un senador), en el principio de una sangría de final no escrito.
La profusión de las investigaciones, las indagatorias y los procesamientos le permiten al gobierno tomar oxigeno, sacar temas de primera plana y mantener en el inconsciente de la sociedad el recuerdo permanente de todo lo que la mayoría rechazó en los últimos comicios. El FpV no perdió las elecciones por cuestiones económicas, sino por la sumatoria de errores, exageraciones, estilos y acciones a veces reñidas con el sentido común.
Pero, el análisis de la situación no debe llevar al reduccionismo de poner en una misma línea de análisis a los dirigentes cuestionados del kirchnerismo con una masa crítica que sigue sosteniendo a capa y espada, y con convicción genuina, determinadas políticas transformadoras. Y que, como nunca, siente el golpe del escándalo judicial de López, como antes lo experimentó con los episodios del conteo de plata en La Rosadita.
Para Mauricio Macri la noticia que llegó desde el monasterio resultó maná del cielo. López, con sus 8 millones y medio de dólares encima, fue detenido en paralelo al momento de mayor tensión entre las políticas oficiales y la sociedad, producto de tarifazos brutales para el bolsillo del ciudadano común.
Así como el argentino promedio casi ni se inquieta por denuncias de corrupción cuando el bolsillo está inflado, a la hora de las crisis económicas cada episodio modifica los ánimos. El ejemplo pulimentado de la primera opción es el caso Skanska: llenó tapas de diarios y alimentó denuncias de todo tipo y color, pero no logró interés popular.
La historia inmediata parece funcionar como un círculo: la política dirimiéndose también en Tribunales, como un déjà vu de fines de los 90. Toda aquella saga terminó con el menemismo disgregándose en la nada.
Hoy, el kirchnerismo, deberá evitar tener el mismo final.