La crisis italiana es, en gran medida, del sistema de partidos políticos, algo que no se observa en ninguna de las otras grandes naciones europeas. Esta crisis se remonta al colapso de la llamada "Primera república" con el proceso Mani pulite a partir de 1991. Poco después, en 1994, Berlusconi accedía por primera vez al poder. Desde entonces se arrastra en Italia el "problema Berlusconi", una anomalía que no ha podido ser zanjada ni por los partidos ni por la sociedad, la que periódicamente recae en sus cantos de sirena, como acaba de pasar otra vez.
Tal vez tan grave como la desaparición de la Democracia Cristiana y el Partido Socialista en los 90 sea la absorción y anulación por parte de Berlusconi de Alianza Nacional (AN), el partido que Gianfranco Fini había llevado de la derecha neofascista al centrismo europeísta. Berlusconi forzó su ingreso en su nuevo partido PDL a inicios de 2008. Este paso decretó el inicio del largo eclipse de Fini, un político que llegó a ser el más popular del país. Ahora se quedó afuera del Parlamento. Algo similar pero a menor escala ocurrió con el ex democristiano Pierferdinando Casini. Así, sólo resiste en soledad el Partido Democrático, heredero lejano y moderado del viejo PCI.
Puntualizado esto, cabe desautorizar una frase hecha repetida por no pocos medios extranjeros en estos días. Se refiere al presunto desprestigio de Mario Monti y el presidente Napolitano por urdir un "gobierno sin base popular para imponer el ajuste". Los gobiernos técnicos, como el actual, son un expediente usual en Italia. Monti mantuvo alto su prestigio entre los italianos hasta que decidió formar un partido propio y competir siendo aún premier. Rompió así el pacto tácito con los ciudadanos y las instituciones. Su caída en los sondeos se debió a esto, no a que los italianos repudien sus inevitables recortes. De los gobiernos técnicos italianos han salido cargados de prestigio figuras como el luego presidente Carlo Azeglio Ciampi.
Pero la razón de fondo de la crisis italiana, más allá de la de propia de los partidos, es que el "sistema Italia", conformado por la suma del sector privado y el sector público, ya no da los resultados de antes, en los tiempos de oro del poder democristiano-socialista. La crisis de 2008 no dañó a Italia como a España, pero fue la ficha de dominó de la debacle de un sistema que todos sabían anacrónico pero nadie se animaba (ni se anima aún hoy) a reformar a fondo.
Después de recortar deuda pública y déficits fiscales en los 90 para ser admitida en el euro, Italia volvió a aumentar ambos indicadores. Hoy la deuda suma dos billones de euros. Esta deuda-dependencia sirvió durante décadas para vivir por encima de las posibilidades. Eso se terminó. Hoy, o Italia reforma en serio su sistema público-privado o el actual "declino" se transformará en colapso al estilo español, o peor, griego.