En líneas generales las notas periodísticas sobre el tráfico de drogas se mantienen en una especie de letargo. En derredor todo cambia: las dinámicas de trabajo de los traficantes, sus vínculos en los territorios donde se instalan con sus violencias derivadas, el modo de blanquear sus activos, el asesoramiento jurídico y financiero que reciben, las formas de eludir los controles estatales o trabar relaciones con ellos. Lo que atrae la valoración periodística no son estas tramas dinámicas oscuras y palpitantes sino la cuantía en kilos de los cargamentos desbaratados. Eso persiste como lo más importante.
La semana pasada el decomiso de 262 kilos de marihuana en un camión que transportaba chatarra por Circunvalación y Sorrento tuvo espacios excluyentes en los diarios e informes de TV. El minucioso registro de los panes desplegados sobre el asfalto, los datos del transporte y del conductor del camión prevalecieron en los reportes como es usual. Casi nunca están presentes otros datos: quiénes son los capitalistas que tanto comprando como vendiendo explican el flujo de esos volúmenes de mercancía, dónde residen, cómo surgieron, cómo lograron expandirse.
Las fuerzas de seguridad se han habituado a definir su eficacia en medidas de peso. Cada vez más operativos y más kilos. Los gobiernos se enredan repitiendo esa lógica. Nunca hubo en Santa Fe tanta cocaína o marihuana decomisada en lapsos breves de tiempo. Pero la cantidad secuestrada no explica nada sino en relación a una magnitud con la que debe compararse y que se ignora: la cantidad que circula sin ser interceptada.
La carga de 262 kilos de marihuana del martes se capturó por azar. Por supuesto que si la policía no hubiera intervenido habría pasado de largo. Pero esa intervención fue por un factor aleatorio a la voluntad de control: un llamado anónimo. Todo el tiempo pasan por la provincia cargas que no se atajan. En mayo se supo que una cosechadora hallada en Bulgaria con 67 kilos de cocaína había embarcado en el puerto de Rosario. Ya no se debería proclamar como un éxito un gran volumen incautado. Si ahora se secuestra más lo más factible es que sea porque circula más.
A veces la invisibilidad puede ser resultado de un acuerdo. En Rosario hay una inquietante denuncia judicial sobre el entrevero de jefes policiales con el comercio barrial de la droga. Esa denuncia que señalaba cosas conocidas pese a ser anónima viene ahora a ser avalada por manifestaciones del diputado bonaerense y criminólogo Marcelo Sain reproducidas ayer por La Capital.
Dijo Sain: "El principal cartel de drogas en la provincia de Santa Fe es la policía santafesina. Mientras fui jefe de la Policía de Seguridad Aeroportuaria hicimos operativos muy grandes en Funes y Rosario en donde nos quedó clara la complejidad y la relación que había con el sistema policial. Nos quedó claro que al negocio lo manejaba la policía. Mientras la policía santafesina sea la autoridad de aplicación en materia de narcotráfico no habrá problemas para los narcos (...) Hasta que no salgan algunos jefes vinculados al narcotráfico esposados y detenidos en cárceles comunes me parece que esto no va a parar".
Saín no habla desde un lugar neutral y tiene diferencias con el socialismo gobernante. Pero no es un amateur. Y es cierto que la policía provincial tiene pendientes hace mucho situaciones muy graves para su imagen. Basta revisar trámites en Tribunales.
Dos de los homicidios más resonantes vinculados a drogas aparecen en una investigación judicial en Rosario que maneja el fiscal Carlos Cobani. Uno es el del suboficial Carlos Honores baleado el 5 de enero Circunvalación y 27 de Febrero. El otro es el de Carlos Fajardo a quien encontraron maniatado en el baúl de un auto con un disparo en la cabeza en Carcarañá diez días antes.
Los dos homicidios aparecen conectados. Un mismo capitalista asoma mencionado en ellos. La desesperación en la Unidad Regional II fue elocuente cuando mataron a Honores a principio de año. La urgencia por explicar qué hacía un policía de 8 mil pesos de salario mensual a bordo de una Toyota Hilux de 150 mil pesos condujo a inventar una infantil historia sobre un comerciante que se la había prestado. Fue la más alta jerarquía policial la que proporcionó esta versión. Es hasta el momento un bochorno mayúsculo, inexplicado e impune.
En otro anónimo recibido por la fiscal Viviana Baliche se describen unas lógicas maquiavélicas sobre cómo las mismas franjas de la ex Drogas Peligrosas que amparan a traficantes de droga simulan estar investigándolos. ¿Cómo hacen? Tras acordar el funcionamiento —"ningún quiosco se instala sin permiso policial"— los encargados de esa dirección policial inician una investigación con un anónimo o "dato de la calle" que revela la acción de esa boca de venta.
Elevan entonces esos datos a un juzgado o una fiscalía federal desde donde los autorizan a hacer tareas de inteligencia. De ese modo, con el quiosco funcionando, la policía presenta a las instancias judiciales datos parciales, tales como fotos, filmaciones o patentes de los compradores, lo que es un reaseguro: negocian con los traficantes pero a la vez se cubren. Señala el texto judicializado que si otra fuerza de seguridad (Gendarmería, Policía Federal, Seguridad Aeroportuaria) interviene para desbaratar a ese quiosco la policía provincial mostrará que no se cruzó de brazos. "Si algo sale mal ellos tienen su propio sumario iniciado y zafan diciendo que (al quiosco) ya lo tenían observado. Lo mismo dicen si una comisaría o unidad especial llega al lugar buscando armas o algún agresor. Ellos (la ex Drogas Peligrosas) están cubiertos por que ya iniciaron una investigación. Si nadie lo tumba a los cuatro o cinco meses le dicen al narco que cierre y abra en otro lado porque puede haber bronca. Y la investigación que tenían iniciada la archivan porque en el lugar ya no se vende. Es muy inteligente y perverso a la vez".
Hace ocho años el propietario de una vinería de Arroyo Seco levantó en tiempo record un club de instalaciones magníficas. El inversor que vendió de apuro ese complejo al club Rosario Central está desde hace tres meses preso en Barcelona como jefe presunto de una red que despachó a Europa tres contrabandos por casi mil kilos de cocaína.
Desde que empezó la construcción del Club Real Arroyo Seco el tipo de negocio del cual provenían los fondos para el proyecto se manifestaba a gritos. Sin embargo ninguna autoridad política ni policial en la provincia se ocupó de rastrear de dónde obtenía la plata el inversor que presidía el club. La realidad de las ocupaciones de este hombre que armó su fortaleza a 30 kilómetros de Rosario llegaría desde Europa mucho después.
Ahora que se ha afianzado como discurso político la necesidad de establecer la procedencia de los capitales para comprar bienes y servicios es importante tener en cuenta esta historia. No para desatar una caza de brujas ante cualquier rumor sobre cualquier persona. Sí para alzar las orejas, y actuar con consecuencia, ante situaciones análogas.
Las autoridades políticas, judiciales y policiales conocen los nombres. La prensa lo mismo. La dificultad es que esos capitalistas de generación espontánea han sabido comprar amparo y sus prontuarios están en blanco. ¿Cómo meterse a indagar a gente de legajo policial sin mancha? Es exactamente la situación del fundador del Real Arroyo Seco. El paso del tiempo trajo desde ultramar lo que acá era evidente.
La decisión tomada hace 45 días por el gobernador Antonio Bonfatti de poner a la ex Dirección de Drogas Peligrosas bajo su control político directo en el mejor de los casos no dará resultados inmediatos. Los recursos humanos, logísticos y de inteligencia del área precisan de tiempo e inversión mayúscula para renovarse. Pero estas situaciones nada claras que vienen de lejos acechan como fantasmas la más auténtica vocación de cambio.
Hace seis meses que mataron a Fajardo y Honores de una manera mafiosa. Las autoridades policiales de la provincia ya estaban en sus lugares. Suplir el silencio sinuoso que envuelve a estos homicidios con una aclaración pertinente de lo ocurrido será la mejor forma de presentarle a la sociedad una auténtica vocación de cambio, acaso más que sumando las partidas de drogas decomisadas, que son una realidad que no deja ver otra.