La cuestión de fondo tanto en Ucrania como en Venezuela, desde un punto de vista de los valores en juego, no es tanto qué pasará, sino si deseamos que "ganen" Rusia o Maduro o si nuestro sentimiento va en sentido opuesto y queremos que "ganen" Ucrania y Europa y la oposición democrática venezolana. Dejamos de lado así el habitual análisis que busca ver quién avanzó y quién retrocedió para centrarnos en desentrañar ese sentimiento, que devela muy bien de qué lado nos ponemos en términos de los valores detrás de estas disputas.
Hay múltiples pujas en desarrollo hoy en el mundo, en plena evolución del escenario multipolar surgido luego del corto apogeo de EEUU como superpotencia hegemónica. Ese mundo multipolar —tan alabado por los académicos— no es tan luminoso y democrático como muchos lo pintan desde su torre de marfil. Los 150 mil muertos en Siria son una prueba. La brutal represión de Maduro en Venezuela es otra evidencia.
En Ucrania, los demócratas que creen en un sistema político de tipo occidental, "están", clara y netamente, con la UE, de la que quieren ser parte. Putin dice que los que triunfaron en Kiev son neonazis, basado en la presencia de un minoritario grupo de ultraderecha. Pero ocurre que la rebelión popular contra el presidente prorruso Yanukovich estalló en noviembre cuando bloqueó un acuerdo de integración con la Unión Europea prácticamente cerrado, para sellar otro, totalmente inconsulto, con Putin. La UE, a la que quieren ingresar los ucranianos y por lo que murieron un centenar en las calles de Kiev, es la entidad supranacional con estándares democráticos de admisión más altos del mundo. Bien lo saben países que, como Turquía, no han podido entrar o algunos balcánicos que todavía siguen anotados para dar examen de ingreso.
En Ucrania y en los demás casos —Turquía, Irán, Venezuela— lo que cuenta es si deseamos el avance del modelo occidental de democracia, o si nos inclinamos por un tipo de "democracia" autoritaria y caudillista, como las de Putin o Maduro. Con Estado policial y represión sistemática, censura y hegemonía oficial absoluta en los medios de comunicación, presos políticos, parapoliciales, servicios de inteligencia omnipotentes y unas elecciones en las que el dueño del Estado compite con ventajas indescontables contra una oposición ahogada y silenciada. A medida que el sistema multipolar se desarrolla, estas formas autoritarias de "democracia" ganan terreno en casi todo el mundo emergente. En América latina no es necesario extenderse mucho, dado que el "socialismo bolivariano" es un fenómeno conocido. Aunque afortunadamente ya no está en su mejor momento —que le pregunten a Maduro— es evidente que este tipo de autoritarismo populista logró unos avances impensables pocos años atrás. Por otro lado, es simplemente mendaz la defensa de Maduro que hoy practican, a raíz de la ola de protestas en Venezuela, otros mandatarios sudamericanos. Bachelet, que se limita a repetir una y otra vez que su aliado venezolano ganó limpiamente las elecciones, olvida que ella jamás aceptaría competir en unos comicios tan aberrantes y desiguales como los que debió aceptar en abril de 2013 Henrique Capriles. Y aún así, posiblemente Capriles ganó esas elecciones. Dilma Rousseff y, con mucho mayor énfasis, Cristina Kirchner, repiten la cantilena "ganen elecciones", olvidando la dudosa legitimidad de ejercicio de Maduro, un presidente que dirige un Estado policial, encarcela estudiantes en cuarteles militares, guía hordas parapoliciales y detenta un aberrante monopolio mediático. Todas prácticas incompatibles con la verdadera democracia.