Como en otras oportunidades me tocó revivir el Cruce de Los Andes. Con mi cámara fotográfica y filmadora en mano, muy poco entrenado, algo de abrigo, bolsa de dormir prestada, consejos médicos (y de Miriam, mi pareja), partí con la idea de reflejar lo mejor posible las vivencias, los rostros, los paisajes, tal vez para una muestra, un libro o un video documental.
En la terminal de ómnibus de Mendoza nos encontramos con expedicionarios de todo el país, de todas las edades, entre 13 y 75 años. Padres e hijos, amigos, periodistas, y el personal de la Asociación Cultural Sanmartiniana, organizadora del cruce a lomo de mula.
Eramos dos grandes grupos, con mochilas, bolsos, carpas y demás bultos para realizar el cruce. Uno por Uspallata y otro por El Portillo, uno al oeste de Mendoza y otro por el sur. A los pocos días llegaría otro grupo,quienes realizarían el cruce por Los Patos (San Juan).
El primer día se realizó en el Regimiento de Infantería de Montaña 16 de Uspallata un desfile y la salida del Ejército que también haría el viaje por los 200 años del cruce de San Martín. Por supuesto, ellos con toda la tecnología, comunicaciones satelitales y muy buen estado físico. Luego tuvimos un día para conocer a nuestras mulas y caballos, ensillar, montar y practicar.
Al dia siguiente, a las seis arrancó la infanteria rumbo a Los Andes. Mucha agua, equipo liviano y todas las espectativas. A media mañana salió la caballería a toda voz con la Marcha de San Lorenzo. Mientras tanto, yo me trasladaba en camioneta 4x4 al refugio Scaravelli, al oeste del Tupungato, donde me reencontré con los expedicionarios que realizaban el paso por El Portillo (lugar con no gratos recuerdos, ya que que hace años hice el mismo paso y terminé descompensado, desidratado e internado, y con suero por no estar entrenado y no tomar la suficiente agua).
Mulas inquietas
Luego de una noche muy dura, con mateada, clases de historia, y fogón a unos 3.200 metros, costaba conciliar el sueño por el frío, el viento y sobre todo por el piso muy duro de piedras. Por una travesura de las mulas, que se les ocurrió escaparse en plena noche, los vaqueanos tuvieron que salir, linterna en mano, y a los gritos lograron recuperarlas en plena oscuridad.
Acá tambien se madruga. A las cinco ya estaba listo el desayuno, mientras cada uno preparaba su montura y se cargaban las mulas con las provisiones. Yo sólo sacaba fotos, filmaba y disfrutaba del paisaje, siempre mirando hacia arriba en busca del dueño del lugar: el cóndor.
Cruzando arroyos y siguiendo el sendero histórico, arrancó la carabana. Unos cien jinetes, entre vaqueanos, expedicionarios y el personal del Ejercito, incluidos médicos y cocineros, uno de los cuales el día anterior había cazado un jabalí, que como todo bicho de la zona terminó en la parrilla.
Paisajes increíbles, con miles de formas entre las distintas piedras, algunas lagartijas y pequeñas aves nos acompañaban. Por supuesto, nada de verde, ni pasto, ni plantas, lo que nos hizo recordar la estrategia de San Martín de llevar mulas con leña y alimento no sólo para los granaderos sino también para los animales.
Mi tarea era adelantarme, subir a pie, y esperar a la carabana en el mismo Portillo, a 4.200 metros. Unico lugar donde sí o sí pasó San Martín cuando regresaba de Chile, en su octavo viaje ya como civil. Una estatua en el Manzano Histórico lo recuerda de poncho y sombrero sobre un caballo con las cuatro patas sobre la tierra.
Casi sin aire, agitado y raspado por algunas piedras, logré llegar a mi cumbre, al Portillo, y como bendición pasó un cóndor seguramente custodiando su territorio, con toda su magestuosidad y negrura. Al poco tiempo pasó la caravana y pude sacar mis mejores tomas. Nos alentábamos mutuamente con gritos de alegría y, por qué no, alguna lágrima.
La bajada era muy dura, casi a 45 grados, pero las mulas no son suicidas y logran pasar a su ritmo, lento y seguro, aunque pateando algunas piedras al precipicio.
Al día siguiente me reencontré con la carabana de Uspallata, que junto con el Ejército recrearon la Batalla de Picheuta en el mismo maravilloso lugar donde sólo queda un puente de piedra, que se ve en algunas etiquetas de algún vino mendocino.
Entre precipicios
En este paso, el paisaje más imponente lo da el Paramillo, donde la caravana tiene cientos de metros de piedras por sus cabezas y unos 300 metros de precipicio con el río Mendoza en el fondo. Por este lugar pasó la infanteria, que de no ser por las banderas, apenas se los distinguía en plena montaña. Y también pasó la caballería, con las banderas de Argentina, Chile, Perú, de Los Andes y del Vaticano.
En estos días también nos tocó lluvia, que por la altura y el viento no era nada agradable, pero las carpas resistieron lo más bien, ya que utilizamos de contrapeso unos hierros que encontramos en las vías abandonadas que nos acompañaron durante casi todo el recorrido. Es mas, un día se acampó en Polvaredas, una estación del ferrocarril abandonada, con sus duendes y fantasmas.
En cada lugar no sólo se escuchaban clases de historia sobre San Martín, recuerdos de la guerra de Malvinas de los mismos excombatientes que nos acompañaban, uno de los cuales es el soldado con mayor cantidad de condecoraciones de todo el país, por lo que por donde pasaba, todos los soldados del cuartel se sacaban fotos con él.
Y así llegamos como otros años al Cristo Redentor, con marchas y cantos, con mucho viento y las cumbres algo blancas por la nieve de dias anteriores. Los abrazos fuertes, lágrimas, banderas que algunos habían levado a modo personal, como la de Arijón, que venia de Soldini en representacion de su hermano, excombatiente, que murió hace pocos meses, y le pidió que fuera en su lugar. Otros, como yo, nos trajimos un poco de esa tierra colorada con piedritas como testimonio. Pero por sobre todo nos trajimos nuevos amigos, hermanos de la montaña, todos con sus experiencias y problemas a cuestas, pero en la cima estamos todos unidos, compartimos una historia sanmartiniana y personal. Extrañamos a nuestros seres queridos, sin comodidades, sufriendo el mal tiempo, las ampollas, los calambres, pero la vista del Cristo Redentor te da la paz y las fuerzas para seguir.
¡Viva la patria! ¡Viva San Martín!¡Viva el Ejército de Los Andes!