Cada paso se convirtió ayer en un recuerdo y cada recuerdo, en una lágrima. Ese fue el sentimiento de los rosarinos que revivieron la peor desgracia de la ciudad, a un año de que se desatara. Cientos de personas volvieron a ser testigos de la imperiosa necesidad de justicia que los familiares de las víctimas reclamaron tanto a la mañana como por la tarde. Pero sólo eso, meros observadores. Porque al dolor verdadero lo llevan únicamente algunos: aquellos que perdieron a sus seres queridos. Los mismos que todavía no logran superar un doble luto: el de la pérdida material y el de la necesidad de saber en serio que los verdaderos responsables pagarán caro. Pero los tiempos procesales son lentos y precisamente por eso ayer exigieron celeridad. En el medio hubo encuentros, historias, discursos y broncas. No hubo sonrisas, sino silencios. No hubo aplausos, sino sirenas. Sin embargo, después de un profundo descargo quedó una huella: la percepción de que, tras tanta lucha, la justicia tendrá que dar la razón.