Si se supone que usted es una maestra con ganas de preguntar sobre las nuevas tecnologías que no son tan nuevas y yo soy un especialista que se supone que puedo responder algo interesante, ambos estamos equivocados. Ante el interrogante "¿Para qué sirven las redes sociales en la educación?" suelo contestar un rotundo "No lo sé, probemos". Por ello, querida señorita, si me permite sugerirle le diré que se zambulla en el océano digital y navegue por las zigzagueantes olas de falsos rumores tuiteros, maquíllese, mejórese y prodúzcase para subir su mejor foto a Facebook, abra una cuenta apócrifa para espiar sin culpas, pruebe descargar aplicaciones para transformar los videos de las últimas vacaciones así los comparte en YouTube, piense en qué pensó Diderot cuando creó la enciclopedia y salga a escribir algo de lo que tanto sabe en Wikipedia. Si necesita ayuda para hacer los deberes no dude en pedir socorro a sus hijos. Y desconfíe de los Premios Nobel, tal vez sus verdades están en sus omisiones. Mientras usted me pregunta por las redes sociales yo tengo otras dudas, por ejemplo: ¿Por qué no hay más potreros en Rosario?
En los potreros como en las redes sociales las reglas no suelen estar escritas. Los códigos de convivencia entre aquellos que nos reunimos a jugar un rato sin conocernos demasiado son tácitos. Puede haber roces, discusiones, maltratos, piñas e insultos. Pero también son espacios de extrema libertad, creatividad, pasión colectiva, tiempo presente, conocimiento, tertulia y comunión. Claro, me dirá usted, que en el potrero la fricción es real, que podemos tocarnos, meter goles y esas cosas que sólo se pueden hacer en la vida real. Puede ser, puede ser. Pero yo le diré también, querida maestra, que las redes sociales y los potreros pueden convivir. En todo caso la desaparición del potrero no se debe al auge de las redes digitales.
Mire usted al muchachito Zuckerberg de la Universidad de Harvard que vino a decirnos que los amigos de mis amigos son también mis amigos como si la amistad se dirimiera en un silogismo. Y estos otros, los del Tuiter, que nos pusieron paredes para que andemos escribiendo cualquier cosa como si fuera un graffiti, que me aburro en tal clase, que los profesores son injustos, y los alumnos hasta se dan el lujo de insultarnos y hacer porquerías con los celulares. Porque la red ahora está en el bolsillo. Hay 50 millones de celulares. En la Argentina hay más celulares que personas, hay mascotas con celulares y los niños en el jardín ya lo atienden. De esto usted sabe demasiado. ¿Lo padece? Por favor, cuénteme un poquito: ¿Cómo hacen en la escuela?
Clima de encuentro. A mí me cuesta imaginar alguno de los pibes en el potrero atendiendo el celular o enviando un emoticón durante un partido, no se lo hubiéramos permitido. Nada puede quebrar el clima del encuentro. La mente multitarea debe estar conectada con otros estímulos: sentido de anticipación, visión amplificada de campo, equilibrio y reacción, sorpresa y proyección del futuro inmediato. Todo eso hacemos mientras jugamos. Todos regidos por el mismo reglamento jamás escrito.
Es más, le voy a contar algo que me pasó en una canchita de fútbol 5 la semana pasada. El viernes a las 15.30 me llaman desde el jardín donde va mi hijo de 3 y me avisan que él tenía fiebre. Yo abandoné mi trabajo, lo fui a buscar, lo bañé, le di un antitérmico, le tomé la temperatura, pasé a buscar a mi esposa por su trabajo, llegamos a la guardia del hospital y regresamos a casa a las 19.20. Mi hijo estaba mejor y le dije a mi mujer "a las 19.30 tengo partido con los compañeros de la facultad". Fui a la cancha, al llegar advertí que había alguien en mi reemplazo, luego de jugar unos 20 minutos "mi reemplazo" me dejó su lugar y jugué un breve lapso. Luego de un ratito le propuse que regresara a la cancha. El era, en definitiva, mi reemplazo. Esperé afuera aguardando que algún otro integrante del equipo cediera su lugar. Así era el código del potrero: todos jugamos. Pero nadie salió. Y me quedé mirando desde el banco del no-potrero.
No le voy a mentir, estaba muy, pero muy caliente. Esperé volver a mi pueblo a contarles a mis amigos. Me interesaba su raciocinio de infancia con potrero. Martín, el mejor jugador de los años felices, me dijo: "Está bien que no te hayan dejado entrar. Ya había un reemplazo". Y le contesté: "Con ustedes esto no hubiera pasado". "Pero ellos no son tus amigos", replicó Martín. Sabe señora, Martín tiene mucho potrero pero poco sabe de redes sociales. Yo creo que podemos tener los mismos códigos incluso con quienes no son nuestros amigos. Creo que podemos surfear en las redes digitales tejiendo relaciones y estableciendo parámetros mutuos sin escribir las reglas. Así se vive. El adentro puede estar en el afuera y viceversa. Tal vez, en algún momento, Martín entienda el silogismo de Zuckerberg. Y mis compañeros de fútbol no dejen a nadie afuera del verde césped sintético.