Es pícaro y con una pluma atrapante. Ya sea desde una historieta, cuentos, novela policial o desde sus siempre agudas contratapas en el Página 12, Juan Sasturain invita siempre a ser leído.Director de la revista de historietas Fierro y creador del detective Etchenike de la saga de novelas iniciada con Manual de Perdedores, el escritor cuenta en su haber con la conducción del ciclo de Telefé Ver para leer, que significó otro jalón su el camino para acercar a chicos y a grandes a los libros.
Sasturain acepta generoso a repasar con La Capital sus gustos e inicios en la lectura, desde las lejanas historietas juveniles a los grandes nombres de la novela negra. Y se confiesa: "Sigo siendo aquel mismo lector, enfermo buscador de libros".
Este año y junto a Natalia Porta López y Diego Rojas, integra el jurado del Premio Vivalecura, un certamen que distingue experiencias de fomento y promoción de la lectura.
En la charla prefiere no usar términos como "enganchar" o "atrapar" a los chicos en la lectura, porque entiende que —aunque bienintencionados— son propios de un dealer: "Leer y compartir autores e historias es como tomar mate, no como vender porro".
—Muchos desarrollamos el gusto por la lectura con textos suyos, de Dolina y Soriano. ¿Qué libros recomendaría a un chico para engancharlo con la lectura? ¿O por dónde trataría de atraparlo?
—Creo que el desarrollo del gusto por leer, sobre todo ficción y literatura en general, se produce por desborde, por emulación, por saludable contagio: es algo que otro tiene y disfruta y le gusta hacer, que yo también quiero tener, saber cómo es. Por lo que uno ve hacer, experimenta en el otro, no por lo que le dicen o pretenden que haga. Y para eso es fundamental y previo el reconocimiento, la valoración del sujeto lector que propone la lectura: nadie puede dar ni transmitir lo que no tiene. Pero antes de desarrollar la actitud (ganas de) es fundamental alcanzar rápido la aptitud (saber leer en silencio, de corrido: entender) porque uno sólo disfruta de lo que le resulta placentero, no dificultoso de hacer. Para leer y escribir - regularmente y con naturalidad- primero hay que aprender a hacerlo. Eso, antes. Y después, ni enganchar ni atrapar a nadie. Creo que son conceptos equívocos y -aunque bienintencionados- propios de un dealer, no de un lector activo que disfruta de lo que lee: leer y compartir autores e historias es como tomar mate, no como vender porro. Y se puede entrar a la lectura por cualquier lado, sobre todo haciéndole caso a la sed, al gusto, como dicen las propagandas. Hay que pensar en cómo uno empezó a leer -qué, dónde y cómo- y no en lo que se supone que "necesita" el otro.
—¿Cuál su opinión sobra la formación lectora que reciben hoy los chicos? ¿Coincide con que leen poco?
—No sé nada y por lo tanto no tengo opinión sobre ese tema. Pero no son los chicos sino la sociedad toda la que lee poco o menos que "antes". (¿Y cuándo será "antes"?). Y no lee tanto por la misma razón que escribe menos: no necesita hacerlo para manejarse en la vida cotidiana. Las aptitudes se deterioran o se atrofian cuando dejan de ser funcionales al uso cotidiano y la valoración / necesidad social: escribir clara y rápidamente en letra cursiva era un arte aplicada que se enseñaba (caligrafía) y "significaba" (grafología) y era necesaria para la vida cotidiana. Dejó hace mucho de serlo. Hubo un cambio ya del paso de la pluma a la birome, un salto a la máquina de escribir (uso profesional) y un doble salto mortal con la computadora (uso familiar, personal).
—¿Es posible, sobre todo para los chicos de hoy, encontrar huecos en la vida cotidiana para desarrollar esa experiencia solitaria y silenciosa de la lectura?
-La escritura sobre papel y la consecuente lectura silenciosa y privada como modo de decodificación son apenas un momento en la evolución de la comunicación humana, que viene desde la generalizada oralidad pura y dura de milenios, y avanza ahora -parece- cada vez más a otras formas de contacto y registro en que lo oral y visual vuelven a recuperar protagonismo, mediados por los medios electrónicos. Así, seamos obvios, el universo súper comunicado actual no ha significado un incremento en la aptitud / actitud para leer y escribir sino su reemplazo por otras destrezas más funcionales que tienen que ver con las nuevas tecnologías. Se lee y se escribe sobre todo en pantalla. Y ése es el medio-soporte que impone las reglas y el código. Como se trata -en las redes sociales- de un universo privado no reglado, es lógico que las formas escritas se peguen a las (informes) orales, sean su versión sintética.
—¿Qué cambió entonces?
—Lo novedoso, con la irrupción de la tecnología y los mensajes electrónicos en el hogar es que el chico, cuando entra en el sistema educativo formal y se supone que va a aprender uso de la lengua escrita -leer y escribir correctamente-, ya aprendió mucho "solo", con la pantalla. Ahora llega con una serie de saberes y aptitudes que les son funcionales y que no siente necesario que sean sustituidos o complementados por otros cuya "utilidad" no puede intuir. Así, si antes leíamos (teníamos que leer) para informarnos, enterarnos de lo que pasaba; si teníamos que leer para aprender lo que sólo estaba escrito (en los libros), y si nos gustaba leer para satisfacer nuestra necesidad (por ejemplo) de aventuras, hoy no es así. Ni la información, ni los conocimientos y saberes ni la ficción están sólo por escrito e impreso en libros. Los soportes y los medios han cambiado y la absorbente, trabajosa y calificada operación de leer no se parece a casi nada de lo que hacemos habitualmente en nuestra vida cotidiana. Por eso resulta "difícil" y "aburrido" a los más jóvenes.
—¿Se puede incentivar el placer por los libros con padres que no sean lectores?
—Hay tres cosas diferentes que se suelen confundir, entreverar: la aptitud para y la actitud de leer; la frecuentación de los objetos llamados libros, y el desarrollo de la imaginación y la apertura de cabeza -en saberes y sensibilidad- a través del acceso a la ficción, a los relatos en general, a la literatura en particular. Todo puede ir junto o separado. Son cuestiones, fobias y amores distintos. Si alguien no sabe ni le interesa leer; si no usa, tiene, compra o frecuenta libros; si su imaginación está confinada y limitada a las posibilidades de un régimen estricto de historias triviales en las que la literatura no participa, pasará lo dicho: nadie puede dar lo que no tiene. Lo único que se puede comunicar, transmitir -lo que el otro percibe- es el gusto, el placer, las ganas. En este sentido ni padres ni allegados ni docentes pueden dar lo que no les sale naturalmente. Si se percibe que la falta de lectura es un "problema" en los demás, el primer gesto saludable es leer y verse o sentirse leer a uno mismo. No es un gesto ni un factor aislado de otros gestos y factores.
Oesterheld y Donald "Pertenezco a la primera generación de formación y deformación audiovisual: nuestro ámbito natural de consumo de aventuras eran la radio, el cine y el kiosco: las revistas. Ni librería ni biblioteca, mundos ajenos", cuenta Sasturain sobre sus primeras lecturas y se explaya: "Así, de pibe, en un mundo pueblerino y sin tele aún en los años cincuenta, desde que empecé a leer hasta los catorce años, leí pocos libros y muchas hermosas historietas: el Pato Donald primero, las de aventuras después, y, al aparecer Hora Cero y Frontera en 1957, todas las que escribía Oesterheld para el dibujo de Pratt, Breccia, Solano y los demás. En formato libro, la maravillosa colección Robin Hood, de clásicos aventureros perdía frente a las historietas, más modernas y con héroes contemporáneos. El Príncipe Valiente era lo que más me atraía, por los dibujos intercalados: no pude terminar por entonces ni un Verne ni un Stevenson. De lo que había en mi casa y comprados por mis viejos, no leí los best sellers de la época -Cronin, Vicky Baum, Van del Meersh, Zweig- sino de ojito la revista Leoplán, un magazine que incluía novelas cortas y cuentos sobre todo policiales. Ahí leí sin saber quiénes eran a Bierce, Roal Dahl, Hammett, algún Bradbury, etc. La escuela no tenía nada que ver con este mundo de lecturas, iba por otro aburridísimo lado. Sólo recuerdo Platero y Yo y los Cuentos de la Selva; las Tradiciones peruanas de Palma y Marianela, de Galdos. Una plomada. La revelación de la literatura me vino por un profe muy querido que un día copió un soneto de Borges en el pizarrón. A la altura de tercer año ya escribía y leía de todo: la aparición de Eudeba y la Serie del Siglo y medio me hizo leer indiscriminadamente literatura argentina. El mal ya estaba hecho: sigo siendo aquel mismo lector, enfermo buscador de libros".