Miguel Angel Russo era uno de los jugadores fetiche de Carlos Bilardo. El entrenador peleó contra viento y marea para acallar las voces que le vociferaban que el 5 de la selección tenía que ser Claudio Marangoni, un volante central muy talentoso con escaso sacrificio y, obviamente, de características diametralmente opuestas a las que él necesitaba para el equipo que capitaneaba Maradona.
"Tenía 25 partidos internacionales (entre oficiales y amistosos) y debo haber jugado unos 15 de titular", cuenta Miguel desde Estados Unidos donde descansa tras trabajar para la Conmebol durante la Copa América.
"En los primeros días de enero del 86 me caí en la bañera de mi casa, se me trabó la rodilla, tuve que operarme y después hacer el proceso de recuperación y no dieron los tiempos. La osteocondritis me tenía mal desde el 81. Después volví, lo único que me perdí fue la pretemporada en Tilcara", recuerda con un tono que no necesita de demasiada imaginación para suponer que todavía le genera bronca aunque él lo considere superado. Miguel había sido titular en 5 de los 6 partidos de eliminatorias y hasta le había hecho un gol a Venezuela en el Monumental, una rareza en su dilatada foja de servicios.
—¿Te veías venir que quedabas afuera?
—Y... tenía 26 años, estaba en una edad madura, óptima, pero corría con desventaja con el resto.
—Y la noticia fue una bomba.
—Y sí. Estábamos reunidos Bilardo, Madero y yo. Carlos me dijo: "El día que seas entrenador recién lo vas a empezar a entender". Y después lo entendí. Fue muy triste para todos. Bilardo me hizo debutar en primera, me conocía mucho y yo lo conocía mucho a él. Había trabajado muchísimo conmigo en la parte táctica para que yo interpretara lo que él necesitaba. No fue fácil para él decirlo ni para mí asumirlo. Lo acepté y me quedó dando vuelta la frase: DOUBLE_STRAIGHT_QUOTEEl día que seas entrenador recién lo vas a empezar a entender".
—¿Y lo entendiste?
—Sí. Ser entrenador es tomar decisiones permanentemente. De las buenas y de las malas.
—¿Y qué hiciste después?
—Era 31 de marzo, yo inauguraba una casa con un asado y cumplía años mi mujer... Me la tuve que comer como el mejor y con todos los invitados en mi casa. Son las cosas de la vida.
—Imagino que no verías la hora que termine la reunión.
—Al otro día me levanté, agarré el auto y me fui solo a Mar del Plata.
—¿Solo?
—Sí (risas). Salí a dar una vuelta en el auto, no me acuerdo dónde iba y terminé en Mar del Plata. En todos los carteles que pasaba estaba la cara de Bilardo.
—Estabas enloquecido.
—Y... entendé lo que significa un Mundial para un jugador de fútbol. Ya había jugado Libertadores, batallas, habíamos soportado el inicio del ciclo de la selección en el que la prensa había sido durísima, lo querían destituir a Bilardo... Habíamos pasado un montón de cosas. Las eliminatorias fueron muy duras, acordate que nos clasificamos casi sobre la hora.
—¿Y el Mundial lo viste?
—Sí, me fui a Río de Janeiro.
—¿Y querías que gane?
—Sí, por supuesto, no mezclo las cosas. Tenía un montón de amigos ahí. Eran mis compañeros.
—¿Alguna vez volviste a hablar del tema con Bilardo?
—No, no, lo dimos por sobreentendido. Me ayudó mucho, cuando fui entrenador él me abrió las puertas de todos lados, del Milan de Arrigo Sacchi por ejemplo.
—¿Era una generación especial esa?
—No sé si especial. Me parece que no se puede medir porque los tiempos cambiaron muchísimo.