La séptima corona consecutiva en el Regional del Litoral tuvo un sabor especial para Duendes. Fue producto de un sacrificio supremo, de mucha paciencia e inteligencia para sortear momentos complicados. Inmerso en una etapa de recambio, los verdinegros transitaron una temporada muy intensa, en la que pasaron muchas cosas a nivel deportivo y extradeportivo que repercutieron en el plantel. Néstor Chesta estuvo a cargo del primer equipo y sin ningún tipo de eufemismos se animó a hacer un balance del año. "Fue un año movidito", dijo el DT al arrancar la charla.
En un primer análisis, el ex primera línea destacó que "muchos jugadores han crecido y se han afianzado en la primera división", algo que en un equipo en recambio es muy positivo. De hecho y repasando algunos nombres, jugadores como Mauro Genco, Román Pretz, Andrés Levrino, Julián Denhoff, Patricio Rodríguez Vidal o Emiliano Narvaja, sólo por citar unos ejemplos, terminaron siendo importantes dentro del esquema pese a su poca experiencia en primera.
El arranque de la temporada lo marcó el Nacional de Clubes. Cuando se refirió a ese torneo, Chesta destacó: "Fuimos a jugarlo con seis o siete debutantes, con chicos que no sabían lo que era la primera del club. Y se notó, más cuando uno viene de ver equipos que sabías que tenías gente de peso que te manejaban los tiempos y hacían las cosas más sencillas. El Nacional de Clubes sirvió para saber que el equipo no estaba, que tenía que armarse. Fue el golpe que nos sirvió para darnos cuenta de que teníamos que ajustar muchas cosas, que ya no era lo de antes, que acelerábamos en las últimas tres semanas, aparecían uno o dos monstruos que hacían un par de individualidades y el equipo salía campeón.
—Si se analiza el rendimiento del equipo, en el Regional fueron de menor a mayor, no sólo en el torneo sino también en cada fase.
—Años anteriores se sabía que el equipo iba a aparecer, pero este año fue distinto: uno sabía que lo tenía que hacer aparecer. No íbamos a tener sobre el final un equipazo o muchas individualidades, por lo que había que ir formándolo de a poco con objetivos cortos. Primero fue meterse entre los ocho, después entre los seis, después entre los cuatro... todo fue muy paso a paso y laburando mucho en el juego. El ingreso de Nicolás Galatro al staff nos hizo muy bien. Empezamos a buscar el ritmo de juego. Nos dimos cuenta de que lo que necesitábamos era un equipo con mucha entrega, con más vértigo porque no teníamos ni individualidades ni jugadores se experiencia. Encima se lesionó Maxi (Nannini) y Nacho (Ignacio Fantín); tuvimos la baja de Vito (Rosti) y a Mateo (Escalante) se le complicaba con el tema de las guardias... se caían las cartas más pesadas. Teniendo en cuenta que era un equipo joven esto hacía que el momento fuera complicado. Aún así tratamos de buscar que el equipo de a poco vaya creciendo y creyendo en lo que hacía, en su juego.
—Hubo varios momentos complicados. ¿Qué crees que pone Duendes a la hora de ganar los partidos que tiene ganar?
—Creo que lo que saca a relucir es ese hambre de ser protagonista. Lo que el club siempre se plantea es jugar hasta el último partido y este año estuvimos a minutos de que no pase. Pienso que puede ser también algo de mística, de sentir esa satisfacción de ponerse la verdinegra. Lo que nosotros siempre decimos es que la camiseta te la prestan y la tenés que devolver en un lugar lo más alto posible, habiendo dejado todo.
—¿En algún momento pensaron que se le escapaba el campeonato?
—Sí, antes del partido con Crai. En la segunda fase, la derrota ante Old Resian nos condicionó. Planteamos el partido como una final y no estábamos para jugar una final. Ese día no jugamos bien y así y todo lo podíamos haber ganado. Sabíamos que para estar adentro teníamos que ganar tres partidos y arrancamos perdiendo el primero. Eso te obligaba para después y todavía quedaban Crai, GER y Jockey, todos partidos muy duros. Y a nosotros nunca nos sobró nada. Hace tres años mirabas al equipo y decías "tiene que salir campeón" y ahora "Duendes tiene chances de salir campeón", que no es lo mismo. Estábamos para pelear, pero también podríamos haber salido quintos. Hubo un momento en que quedamos contra las cuerdas, con la soga al cuello. En la última semana, más allá de ganarle con punto bonus a Estudiantes, teníamos que esperar una manito de Jockey. Los últimos cinco minutos reunidos en el centro de la cancha esperando el resultado de Jockey con Gimnasia no me los olvido nunca más.
—Y una vez adentro de las semifinales, el tema cambió.
—El objetivo era salir campeón o al menos teníamos que meter el equipo en el Nacional de Clubes. Eso te posiciona como club. Es un torneo muy lindo y si te quedabas afuera era complicado, porque pasabas de ser protagonista a estar en otro lugar. Personalmente sabía que cuando entramos entre los cuatro había que empezar de nuevo y eso hicimos. En la semifinal éramos punto... contra Jockey, de visitante, pero creo que si había un partido que ellos no querían jugar era contra nosotros. Esa victoria nos colocó en el Nacional. Después, en dos semanas cambió todo. Pasamos de ser punto a banca, a llevar la fiesta al club, a recibir a Old Resian que nunca había jugado una final. Sin desmerecerlo ni un poquito sabíamos que era un equipazo, que venía con el ánimo bien arriba y que juega muy desfachatado. Podía ser que le pese la final o bien que jueguen el partido de sus vidas.
—Y salió un partidazo.
—Tremendo. Lo que me gustó es que ellos nos obligaron a jugar a nosotros. Si salíamos a jugar pijoteros, ese partido lo perdíamos. Por eso tratamos de jugar, por momentos salió y en otros no, pero lo entrenamos. Buscamos velocidad, continuidad, que el equipo corra, que sea vertiginoso. El plantel era corto pero tuvo una intensidad tremenda al minuto 70 de una final. Ahí te das cuenta de que el laburo salió. Costó, como el desgarro de Pedro Imhoff, por ejemplo, pero son los riesgos que uno corre. El equipo apareció jugando y se bancó ser banca y eso no es fácil, sobre todo cuando son chicos.