Altas notas, buenos resultados académicos, pero a costa de la felicidad de los chicos y de la infancia. Esa parece ser una de las conclusiones no tan difundidas alrededor de la famosa Prueba Pisa (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, según su sigla en inglés) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde). Surge del análisis de comparar los puntajes que sacaron los países mejor posicionados en este ránking (los asiáticos) con el grado de felicidad de los alumnos.
El dato lo aportó el investigador del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), Axel Rivas. Fue al cierre del encuentro “La hora educativa” realizado en Buenos Aires, el miércoles pasado. La actividad tenía como propósito analizar los principales desafíos de la educación argentina para los próximos 5 años.
“Hay que tener cuidado con Pisa, porque la calidad que mide no sólo no es todo sino que a veces no es lo mejor”, dijo el educador y se explayó: “Quienes conocemos los sistemas educativos del mundo, sobre todo los sistemas asiáticos, sabemos que logran calidad educativa al costo de no tener infancia, de que los alumnos pasen muchas horas frente a los libros, sin tiempo para el juego”.
“El país más crítico, en este sentido, es Corea del Sur, obsesionado con la educación, que tiene un promedio de 12 horas de estudio por día entre sus chicos, y también registra una de las más altas tasas de suicidios del mundo en los jóvenes menores de 18 años”, agregó.
Sobre la felicidad. También recordó sobre este análisis que cuando se los consultó (en el mismo informe) a los alumnos por su grado de felicidad en la escuela, el resultado mostró “que son los menos felices”. “Es decir, es tan importante saber qué saben como la manera en que llegaron arriba”.
En la última Prueba Pisa (2012) los países asiáticos se ubicaron en los primeros puestos en relación a los conocimientos educativos de los escolares de 15 años. Esta vez se midieron contenidos de matemática, lengua y ciencias.
Los resultados muestran que varias regiones administrativas de China, con Shanghai al frente, se sitúan entre los primeros puestos. Le siguen Singapur, seguido de Hong Kong (China), Taipei (China), Corea del Sur, Macao (China) y Japón.
A la hora de analizar el ranking de países que surgen de esta prueba, Rivas advirtió que al posicionamiento general “hay que darle poca importancia, porque la gran mayoría son los países más ricos”, y “hay que saber que hay una diferencia enorme con los países más desarrollados”. “Una comparación más justa sería entre las naciones de una misma región”, como la de América latina, precisó.
Insistió en señalar que los resultados de la Prueba Pisa son un dato más para analizar los sistemas educativos. Pero no son todo.
En esta evaluación, la Argentina se posicionó en el lugar 59 (de 65). Según esta prueba, en ciencias hubo mejoras, en matemática se obtuvieron similares resultados a los años anteriores y en lengua, malas notas.
Mirada integral. En esta misma semana y en similar sentido que Rivas, se pronunció la ministra de Educación de Santa Fe, Claudia Balagué, al decir que Pisa no mide lo que su gestión entiende “integralmente como calidad educativa”: “La prueba Pisa mide un aspecto de la educación que es el de las disciplinas, pero de ninguna manera mide integralmente lo que hoy pensamos en cuanto a calidad educativa”.
Balagué abundó sobre lo que considera una evaluación integral de lo que se aprende en la escuela. Apuntó así que las disciplinas (contenidos como ciencias, matemática o lengua, por ejemplo) son importantes como también lo son otros conocimientos, habilidades y valores.
“Cuando pensamos en la construcción de ciudadanía dentro de la escuela, transferencia de la cultura, en generar el análisis critico de la información y tantos otros objetivos tan importantes como estos, que en realidad son metas que nos proponemos respecto de la calidad educativa, creo que no hay prueba que los pueda medir”, analizó. Igual llamó la atención sobre los resultados de Pisa: “Son un desafío que nos invitan a pensar” más que para buscar culpables. “A la prueba Pisa —concluyó— hay que darle el valor que realmente tiene y en función de eso proponer alternativas y mejoras”.