Si bien el crecimiento, el desarrollo y el progreso social del país depende de las políticas económicas implementadas desde el gobierno nacional, existe un grave problema que se arrastra desde nuestra fundación como Nación y que se suma a todos los gobiernos que pasaron, y al presente también. Muchos presidentes levantaron las banderas del federalismo en sus campañas pero apenas llegados al poder se olvidaron de sus promesas. La tentación de manejar con la chequera discrecionalmente la política, las economías y obras de infraestructura de las provincias, ha sido más fuerte que ese legítimo derecho de los estados provinciales. El federalismo no existe, es enunciativo, una grave falsedad que contradice en los hechos nuestra Constitución nacional. El mejor ejemplo de esta macrocefalia central y de este unitarismo nocivo es la despreciable e injusta coparticipación federal, que asfixia a las provincias desde el gobierno central, sometiéndolas económica y políticamente, y condenándolas socialmente al no haber presupuesto para crecer, planificación para el progreso, obras de infraestructuras racionales. El daño es de extrema gravedad; prueba de ello es ver como las economías regionales desaparecen, surgen los pueblos fantasmas y las migraciones internas con su trágica mochila de desarraigo, el consecuente asentamiento irregular en la periferia de los grandes centros urbanos para una vida mejor, que termina siendo peor, engrosando la villas preexistentes, donde aparte de ser discriminados son presa fácil de la criminalidad, la droga, la pobreza y la miseria estructural. Un país federal es posible, es constitucional.