"Perdón", irrumpió sorpresivamente a viva voz el hombre desde el banquillo de los acusados delante de los tres jueces que estaban a punto de condenarlo. "¿Hay alguna víctima en la sala?", preguntó. "Sí, yo", devolvió una persona mezclada entre el público que presenciaba la audiencia. El reo giró la cabeza hacia atrás y casi suplicando lanzó: "Le pido mil disculpas señor, las cosas me superaron, algún día le voy a explicar todo". Era el mismo que hace casi cuatro años había entrado a robar a la casa de ese hombre de forma violenta, lo había golpeado ferozmente frente a su mujer y su pequeña nieta y le había gatillado dos o tres veces en la cabeza con una pistola. El mismo que también denunció que había sido coaccionado por altos jefes policiales para delinquir. Ocurrió días atrás en los Tribunales provinciales durante un trámite donde dos hombres fueron condenados por robos violentos a viviendas en Rosario y otras ciudades.
El jueves pasado el juez Carlos Carbone como presidente del Tribunal inició la audiencia de modo rutinario. Saludó a las partes y pidió que por orden la fiscalía desarrollara los argumentos de la apelación a la sentencia. Junto a sus abogados defensores, en la sala 4 del primer piso de Tribunales, aguardaban expectante los tres acusados aún esposados: Marcelo Eduardo Corvalán, Sebastián Viatri y Federico Giacosa.
Entre los golpes atribuidos, el más resonante lo sufrió Francisco P., suegro del volante de Newell's Old Boys Maximiliano Rodríguez. Ese episodio marcó la caída de la banda porque los pesquisas ya la tenía marcada y sus miembros era objeto de escuchas telefónicas que captaron el golpe en tiempo real.
El juicio llegó a su fin con esas condenas, aunque las partes apelaron. Sin embargo en la audiencia del jueves la defensa de Viatri, hermano del delantero de Estudiantes de La Plata Lucas Viatri, indicó que desistía de la apelación porque había alcanzado un acuerdo con la fiscalía admitiendo su responsabilidad. Sin objeciones de las partes, el Tribunal homologó el acuerdo y Viatri recibió una pena de 6 años de prisión unificada con otra por hechos similares en provincia de Córdoba.
La sala no tenía su capacidad completa, así que con un simple paneo visual se podía identificar al público: dos o tres abogados auxiliares de las partes, algún que otro profesional interesado y un hombre solo, muy atento.
Impensado. Todo transcurría con la formalidad de un procedimiento judicial. Pero cuando la defensora de Cámaras Marcela De Luca, que representa a Corvalán, anunció que también había alcanzado un acuerdo en juicio abreviado por una condena a siete años de cárcel, un gesto impensado sacudió el ambiente.
Imprevistamente, el imputado tomó el micrófono, interrumpió al juez Carbone y pidió hablar. "Quisiera saber si hay alguna víctima en la sala", auscultó mientras giraba buscando a esa persona, hasta ese momento, indefinida. "Yo, acá", dijo el hombre solo que seguía atentamente las exposiciones. Cuando se levantó de la silla, Corvalán lo miró conmovido: "Le pido mil disculpas señor, me superaban las cosas. Algún día le voy a contar todo. ¿Usted de qué pueblo es?", preguntó, delatando la multiplicidad de atracos que cometió. "Voy a ir a la comisaría de su pueblo y lo voy a buscar para hablar", insistió el imputado.
El receptor de la angustiosa confesión era Francisco P. un rosarino de 60 años que el 6 de agosto de 2012 sufrió un violentísimo robo en su casa. El caso tomó más trascendencia pública por ser la víctima el suegro de Maxi Rodríguez.
Ese día el hombre fue sorprendido cuando entraba a su casa y Corvalán, armado y con un cómplice, lo amenazó de muerte, lo golpeó y hasta le gatilló al menos dos veces en la cabeza ante la mirada de la nieta de 4 años y la mujer de Francisco. El robo fue escuchado en vivo por los investigadores, que tras los pasos de banda habían interferido el teléfono de Viatri, que hizo de campana mientras esperaba en un Ford EcoSport a una cuadra.
Otra vez. El Tribunal también aceptó el acuerdo abreviado y homologó la pena a siete años de prisión de Corvalán, pero el clima en la sala no volvió a ser el mismo. Y antes de que firmara el acta y lo volvieran a esposar, nuevamente el acusado pidió permiso para arrimarse al público. "¿Puedo acercar la silla hasta allí?", consultó el condenado a un policía de custodia, que tras el aval de los jueces, le permitió acercarse sentado hasta una baranda de madera que divide el estrado del público.
Francisco caminó hasta Corvalán y volvió a recibir la disculpas a través de un medio abrazo y un apretón de manos que no esquivó. Provenían del hombre que lo había encañonado frente a su familia, un hecho traumático en su vida que marcó un quiebre en la familia.
Con la voz firme pero resquebrajada, y como reverenciado a su interlocutor, el ladrón insistió: "Yo estaba obligado, lo único que le pido es que entienda eso, le pido disculpas, algún día si quiere le cuento todo", se alcanzó a escuchar al hombre que al ser detenido a mediados de octubre de 2012 tenía captura por haber incumplido una salida transitoria de la cárcel de Riccheri y Zeballos.
Frente a frente. En un gesto que pareció sincero, Francisco estrechó con firmeza la mano de su agresor y lo afirmó tomándolo del antebrazo, como amagando un abrazo más abarcador que quedó a medias. "Yo no soy quién para juzgarte. Espero que te puedas recuperar y la gente que te quiere y tus abogados te puedan ayudar a salir adelante en la vida", respondió.
Francisco volvió a su silla y los jueces homologaron las condenas. La audiencia prosiguió con la apelación respecto de Giacosa, quien es familiar de la victima y fue condenado por entregar datos de su casa para el robo (ver aparte).
Esto aportó tensión. Es que al regresar del cuarto intermedio y dado que estaba en la sala, los jueces convocaron a Francisco al estrado para que expresara sus sensaciones.
"No es fácil para mí ni para mi familia después de haberlo vivido. Este tipo me gatilló tres veces (por Corvalán), me golpeó. Tengo esposa, hijos, nietos. Ese fue un hecho muy violento, que provocó un quiebre en la familia, fue violatorio. Espero que se haga justicia con las condenas, esa es tarea de los jueces, nunca intervine en nada ni tengo abogados querellantes", se desahogó.
Y en referencia a Giacosa, que lo miraba fijo junto a sus abogados, dijo: "Recé todos estos años para que no fueras vos. Pero que sea la Justicia quien lo diga, yo no te condeno ni te juzgo. Disiento con la defensa, porque él era parte importante de la familia (la cuñada del acusado está casada con un hijo de Francisco), comíamos juntos, venía seguido a casa, conocía a sus hijos, los abrazaba. No era una relación superficial".
Cerrar la herida. Al fin de la audiencia este diario consultó a Francisco sobre su vivencia. "Vine a ver que se termine el proceso. A cerrar la herida por mi familia y por toda la angustia que pasamos. No discuto la pena, de eso se encargan los jueces", dijo.
Todo el caso, su resolución en la Justicia, la trama oscura de las coacciones que denunció Corvalán, los condimentos de la relación entre la víctima y uno de los condenados y este capítulo en Tribunales le dieron un giro inesperado. Pero además interpela sobre la conducta humana en las dos orillas de conflicto.
Por un lado el acusado y su búsqueda del perdón, que encontró en un resquicio del sistema en el medio de una audiencia. Del otro, la víctima, que reclama reparación, la condena a los acusados y la herida emocional. En ese camino, aparece Corvalán y pide disculpas que se aceptan. Pero los conflictos detrás de los hechos violentos siguen generando focos de dolor.