Silva A., de 69 años, fue engañada por dos ladrones el lunes al mediodía, cuando la interceptaron en la zona de las cuatro plazas del barrio Belgrano y al entablar una conversación con ella se hicieron pasar por amigos de su sobrino Cristian. Tras convencerla, se ofrecieron a llevarla a su casa y una vez allí, después de varios trucos, se dieron a conocer como delincuentes; le pegaron, la amenazaron y huyeron llevándose un botín de alhajas, "recuerdos y un de poco dinero". El escape se produjo cuando Diego, otro sobrino de Silvia, llegó a la casa y según ella, "eso evitó que me mataran".
Ayer a la tarde Silvia estaba en su casa de Neuquén al 5700, en barrio Belgrano, donde vive desde hace 44 años. Es una mujer lúcida y de cuerpo pequeño que representa unos años más de los que tiene. Su cuello tiene marcas de ahorcamiento y su cara presenta golpes y hematomas que le propinaron los maleantes.
El engaño a Silvia sucedió, como ella dice, en "cinco minutos de estupidez". Fue mientras hacía trámites y pagaba unos impuestos en un local de Mendoza y Fraga. Al terminar emprendió el regreso a su casa y en esas circunstancias fue abordada por "dos personas de entre 30 y 35 años. Me dijeron que eran amigos de mi sobrino Cristian, con quien tengo una excelente relación, y poco a poco fueron entrando en confianza", cuenta a La Capital.
"Yo estaba cruzando las cuatro plazas (Mendoza y Provincias Unidas) cuando se me acercó el más flaquito de los dos y me dijo: «como le va, ¿usted no se acuerda de mí?, Soy amigo de su sobrino. ¿Quiere que la acerquemos a su casa?» Y yo acepté. Eran personas normales, bien vestidos y no estaban drogados". La mujer subió al auto, un Volkswagen Gol Trend color gris.
Al llegar a la casa de Neuquén al 5700 los dos hombres acompañaron a Silvia hasta el comedor. Le dieron charla, le contaron que su sobrino había comprado una cabaña y que les dijo que ella no iba a ir porque era "muy arisca". Y la mujer acotó: "Es que es verdad, no me gusta mucho salir", y siguieron conversando sobre "cosas, pavadas".
En un momento los muchachos le dijeron que se tenían que ir y que vaya a buscar un papel para envolver una mercadería que su sobrino le iba a enviar. Ella fue hasta una habitación y los dos intrusos se quedaron en el living, pero ahí se terminó la mentira. Uno de ellos, "el mas gordo", entró al dormitorio, la tomó de atrás por el cuello y le gritó: "¿No te das cuenta vieja de mierda que estas robada?"
La mujer se trastabilló y el ladrón, grueso y de casi un metro setenta, la sostuvo con sus manos mientras le presionaba el cuello. Después la tiró contra el placard y la movía como a una escoba, sus piernas golpeaban contra los muebles y la cama. "Pensé que me mataba. En un momento vi todo oscuro y me soltó. Me dejaron sobre la cama y entre los dos comenzaron a tirar todo el ropero abajo, a dar vueltas muebles y a gritarme y amenazarme", contó la mujer sin miedo en la voz.
Silvia se dedicó siempre a la costura y la casa es una típica vivienda de barrio, sin lujos ni carencias y de unos cincuenta años de antigüedad. Ella vive sola, aunque varias veces en la semana familiares directos y hasta vecinos le hacen compañía tanto de día como en las noches: "En realidad nunca estoy sola", aseguró.
Una cajita con el botín
Los delincuentes avanzaron sobre otros espacios, fueron a otro dormitorio y en un placard encontraron una "cajita con una alianza de mi padre, un pañuelo con dinero, unos 5 mil pesos que tenía de la jubilación y una par de alhajas. Poco", aclara.
Silvia no tiene muy en claro el tiempo que los delincuentes estuvieron con ella y en su casa, pero recuerda que "escucharon un bocinazo y dijeron «cagamos»". Y era que otro sobrino había llegado a casa porque el muchacho guarda el auto ahí. "Así que agarraron la plata, en el apuro se les cayó la alianza, se guardaron las alhajas y salieron corriendo por la puerta, tan apurados que se olvidaron el saco de uno de ellos. Mi sobrino los vio salir de casa y los corrió, pero se subieron al auto que los esperaba por Neuquén y ya no los vio más", dijo Silvia. Y aseguró que "por más que estuve con ellos, fue tanto el miedo a que me mataran que no los reconocería".
Cuando su sobrino Diego ingresó a la casa se encontró con Silvia golpeada y atada a la cama con una sábana. Los vecinos del barrio se conmocionaron y llamaron a la policía, que en cuestión de minutos estuvo en la casa. "La gente del barrio y mi familia me cuidan mucho, lo mío fueron los cinco minutos de estúpida no más", se lamentó.