Cintia tiene cinco hijos. El primero de ellos, de 15 años, fruto de su relación con Javier Lencina, el hombre de 36 años que falleció anteanoche tras ser baleado la madrugada del domingo en Crotone al 1100, en el barrio San Martín Sur. Tanto ella como su hijo de 15 años se enteraron del fallecimiento de Lencina por la llegada del cronista de LaCapital a su casa. "Usted viene porque murió ¿no es cierto?", fue la primera pregunta que hizo el hijo de Lencina. "¿Ustedes no saben que murió?", repreguntó éste cronista. "No", fue la respuesta lapidaria del muchacho, quien terminaba de bañar a su hermanita, que quedó a su cuidado mientras su madre buscaba información en el hospital. "Vengo de ahí (del Hospital de Emergencias), pero lo único que me dijeron es que ya no está internado y que el último parte lo dieron el lunes a la tarde. ¿Usted está seguro que murió?", preguntó Cintia.
El sábado César Lencina cumplió los 15 años. Se reunió con sus amigos en su casa familiar de Crotone al 1100 donde además de sus hermanos y su mamá estaba residiendo su papá, Javier, tras incumplir sobre fines de año una libertad condicional. "Mi hijo se reunió con sus amiguitos y Javier se quedó en la vereda para que nadie molestara o se quisiera meter. Cuando terminó la fiesta, cerca de las 2, Javier vino a la habitación y me dijo: «Me voy un rato a la esquina». Me dio un beso y se fue. A los cinco minutos me llamaron y me dijeron que estaba herido en la calle. Tenía un escopetazo en el pecho", graficó la mujer.
Dos condenas. Crotone al 1100 es una de las cuadras más pobres de Rosario. Pero no la más pobre. Es parte de San Martín Sur, el barrio flanqueado por Las Flores y Villa Gobernador Gálvez. Una zona donde aún existen varios puntos de venta de drogas activos. Paralela a calle Platón, Crotone corre entre entre Ulises y Pineda al 6900. Casi en la esquina de Crotone y Ulises vive Cintia con sus hijos. También allí vivió sus últimos días Javier Lencina. Al menos desde el 11 de diciembre pasado, cuando el juzgado de Ejecución Penal ordenó su captura por haber incumplido una salida transitoria.
En su prontuario Lencina tenía al menos dos condenas. Una de agosto de 2014, a dos años de prisión efectiva y declaración de reincidencia, por amenazas coactivas contra su ex pareja, con quien tiene un hijo de 4 años. Y otra pena de 3 años y medio de cárcel por portación ilegal de armas, condena dictada por el juzgado de Sentencia 5 del viejo sistema penal. "A él le faltaban pagar cinco meses y ya quedaba limpio. Pero dejó de ir a firmar al Patronato (Dirección Provincial de Control y Asistencia Pos Penitenciaria, el ex Patronato de Liberados). El era oriundo de la parada del 54 negro, en Molino Blanco", explicó Cintia en referencia a la zona de Ayacucho y el arroyo Saladillo, donde históricamente paró esa desaparecida línea de colectivos.
La mujer contó que a Lencina lo conoció 15 años atrás y "nos pusimos de novios cuando mi hijo era bebé. Después tuvimos muchas idas y vueltas. Pero nos queríamos". Lencina estaba trabajando en una empresa de montaje de hierros en Villa Gobernador Gálvez y también hacía cuchillos y hachas a pedido. Al escuchar a Cintia se nota que en el rompecabezas que presenta sobre Lencina falta una parte importante de su historia.
Identificado. Según se pudo reconstruir con los vecinos, gente acostumbrada a lidiar con la muerte y con el temor que generan los asesinos sueltos, pasadas las 2 de la mañana del domingo Lencina llegó a la esquina de Pineda y Crotone. Ahí se topó con su matador. Un muchacho apodado "Ema", con residencia en el barrio La Paloma, en Villa Gobernador Gálvez, de entre 22 y 25 años.
Se escuchó una fuerte detonación y un par de minutos más tarde, como catapultado por su destino, Lencina estaba otra vez en el punto de partida. Pero esta vez con un escopetazo en el esternón. Cintia salió y lo abrazó. No llevaba puesto su camperón de cuero. "El estaba bien vestido. Llevaba pantalón, zapatos y el camperón. Estaba tan bien vestido que parecía policía", graficó.
Por lo bajo los pibes del barrio relataron que al tal Ema el lunes a la tarde lo vieron luciendo el camperón y varios lo corrieron para ajustar cuentas. Contaron que además del camperón, Ema le habría robado un hacha que Lencina había terminado para entregársela a un cliente.
A Lencina se lo llevaron en un auto particular hasta el hospital Roque Sáenz Peña, a unas 30 cuadras de su casa. "El nunca perdió el conocimiento. Me decía: «Mamí, todo va a estar bien. Vos llamame la ambulancia que todo va estar bien", rememoró Cintia. Y salió con su hija de un año y medio hacia el hospital. Estuvo unas horas y debió volverse para el barrio. Pero no tenía dinero. "Yo no tengo un peso. No tengo celular. El sábado cuando pasó quise subirme a la ambulancia para acompañarlo, pero no me dejaron porque no era su esposa. Me llevó un vecino hasta el hospital y después me tuve que venir caminando con mi hija de un año y medio en brazos hasta mi casa porque no tenía para el colectivo. A mi me dijeron que estaba bien. Que lo tenían en coma inducido hasta que saliera de la operación", recordó la mujer.
Temor familiar. Ayer al mediodía Cintia se topó con este cronista en medio de la canchita de fútbol de Platón al 1300. La misma que don Perico quiere reparar para que los pibes jueguen a la pelota pero nadie lo quiere ayudar con el dinero para nivelar el terreno y clavar arcos de metal. La mujer trataba de dirimir dos problemas. Cómo enfrentar a la familia de su pareja, por un lado; y cómo seguir adelante con sus chicos, por el otro. "Me da miedo lo que piensen los hermanos de Javier. Yo casi no los trataba y cuando pasan estas cosas, los parientes piensan que la culpa es de la mujer que no lo cuidó. La gente habla mucho cuando pasan estas cosas. La verdad es que no se cómo voy a hacer para seguir adelante con cinco hijos", reflexionó.
El caso es investigado por la fiscal de homicidios Georgina Pairola, quien comisionó a efectivos de la Policía de Investigaciones para que trabajaran sobre el terreno buscando al matador de Javier Lencina.