Peteco Carabajal toca esta noche a las 21.30 en el Galpón de la Música de Rosario, en un encuentro que promete ser tan masivo como emotivo; casi un ritual. Con más de cuarenta años de carrera, Peteco es uno de los artistas populares más convocantes de la Argentina y a la vez portador del estandarte de un apellido que no sólo es una celebridad: la palabra Carabajal vendría a ser el símbolo vivo de algo que, en el folclore nacional, ha sido sucesivamente tradición y vanguardia, alternando una u otra cualidad según fueron pasando los años. Si Carlos Carabajal (el padre del Peteco) movió el avispero hace más de cincuenta años batiendo la chacarera de una forma diferente a como lo hacían sus antecesores, luego esa misma renovación fue la tesis tradicional sobre la que otros músicos (entre ellos algunos también de apellido Carabajal), vinieron a trabajar para innovar.
Peteco es uno de los que articula esas sucesiones estéticas. Había mamado todo de papá Carlos y sus familiares en los años 70, y tocaba con Los Carabajal. Pero en ese marasmo comenzó a escuchar al Chango Farías Gómez y a los Huanca Huá. Unos años después la atracción con Farías Gómez fue mutua y ambos se asociaron para emprender un proyecto memorable: Músicos Populares Argentinos (MPA), junto a Jacinto Piedra, Verónica Condomí y el Mono Izarrualde. "Pero hoy, después de 42 años en la música, soy un tradicionalista", dice ahora Peteco, no con resignación, sino con aprecio y una sonrisa.
Su historia concentra también otras singularidades. El es santiagueño puro, del barrio Los Lagos de la ciudad de La Banda, y cuando toca una chacarera se delata como tal si es que antes hubiese querido ocultarlo. Pero está lejos, lejísimo, de ser un producto regional: sus canciones son silbadas, interpretadas, compartidas masivamente en cualquier rincón del conurbano bonaerense. Peteco brilla en ese paisaje del oeste del conurbano (tantos años vivió en Morón, ahora en Paso del Rey), a cientos de kilómetros de su Santiago natal. Y las tribus de estas ciudades, ese nuevo paisaje que lo adoptó hace décadas hizo de sus canciones algo impensado: su propio folclore. "La estrella azul" y "Las manos de mi madre", junto a otro puñado de canciones de Peteco, se cuentan entre las melodías más abrazadas y difundidas en la escena cultural contemporánea de las ciudades argentinas. Peteco Carabajal, de los arrabales de La Banda, Santiago del Estero, es en los albores del siglo XXI el folclore mismo de las tribus urbanas.
Peteco dice que su casa actual de Paso del Rey, en el Gran Buenos Aires, tiene un gran patio por el que camina, cada mañana, más o menos una hora ("doy vueltas alrededor, entre los árboles y las plantas, es como caminar alrededor de una cancha de fútbol cinco") y confiesa que en ese andar circular, rutinario, lo que se le renuevan son las ideas. Entre esos pasos siempre iguales, idénticos, halla las iluminaciones que lo guían. Y así surgió Rienda Suelta, el grupo que estrena por estos días en Buenos Aires junto a sus hijos Homero en guitarra y bajo, y Martina en batería. Pero a Rosario no llegará con Martina, sino que ocasionalmente estará, como invitado especial, su talentoso hermano Demi... Difícil saber cuántos son todos los Carabajal relacionados antes y ahora con la música, en una familia que cobija a más de doscientas personas. Pero sólo entre los hermanos de Peteco se cuentan Roberto, Graciela, Roxana y Demi.
Antes de su partida a Rosario, Peteco habló con Escenario sobre las motivaciones que alientan su trabajo, de su infancia pobre. Y de las respuestas que encuentra a diario en los paseos por el patio de su casa.
—Hace ya un tiempo largo que el éxito te corona, ¿cuáles son las motivaciones que mantienen viva tu energía creativa?
—Es lo mismo de siempre. Yo no cambio y aconsejo eso: no cambiar. Siempre estoy con ganas de hacer cosas y cuidar que aquellas que pertenecen al plano propio y profundo estén presentes. Y eso es así desde que no era muy consciente de lo que hacía hasta ahora que soy muy consciente de lo que hago. Porque lo que uno hace es para mantenerse vivo, no para ser un número más. Es decir, yo sé que en definitiva soy un número más, pero no me entrego. Comprendo todo, pero no me entrego.
—¿Cómo es un día en la vida de Peteco Carabajal?
—Cuando estoy en mi casa hago siempre lo mismo. Mi vida es rutinaria, pero no mi cabeza. A mí me gusta dormir bien y levantarme a las diez de la mañana, pero lo cierto es que a las siete ya me levanto a desayunar con los chicos y los llevo a la escuela. Cuando regreso de esa tarea me meto en la cama otra vez, aunque ya está la tele prendida, ya están los noticieros, ya suena alguna música. Y después sí me levanto y entonces empiezo a caminar...
—¿A caminar?
—Tengo una casa con un terreno muy grande y entonces empiezo a caminar por ahí, doy vueltas; es como dar vueltas a una cancha de fútbol cinco, pero entre los árboles y con el canto de los pájaros. Eso es una rutina, pero sin embargo todo lo que va por dentro es lo que se renueva, y siempre con humor. Esas vueltas por el terreno de mi casa son un paisaje distinto en el cual surgen muchas ideas. Luego de esas caminatas entonces sí tomo el teléfono y comienzo a mover algunas cosas ?
—Peteco, vos sos un hombre del conurbano, sos el cantante de una banda más del oeste bonaerense, ¿volvés a Santiago dos por tres? ¿Lo necesitás?
—Sí, vuelvo a Santiago porque ahí están mi vieja, mis tíos, mis primos, y yo regreso siempre. Aunque ya no vivo allí, hay muchas cosas asociadas a mi niñez en La Banda o en Los Lagos (un barrio de la ciudad) que siguen estando en mí. Y mis primos y mis familiares me ven como alguien de allí, claro. Cuando llego no soy un extraño, soy Peteco. Pero sí, es cierto es que hace varias décadas que estoy aquí en provincia (de Buenos Aires). Estoy en esta casa de Paso del Rey hace dieciocho años, pero llevo en el oeste del conurbano ya más de 30. Recuerdo que en el 75 o 76 ya empezaba a quedarme en Capital Federal y no volvía a Morón, porque cantábamos en las peñas de Capital de miércoles a domingos y era duro regresar y encontrar los colectivos.
—Y por esos años saltaste también de Los Carabajal a MPA ¿Qué registro tenés de tu encuentro con Farías Gómez en los 80?
—El Chango Farías Gómez fue desde siempre un tipo inquieto. No me gusta utilizar la palabra avanzado porque puede ser malinterpretada desde un punto de vista intelectual si se quiere. Pero yo lo consideré siempre un tipo avanzado. Mover la olla, decía él. Y eso era lo que hacía: mover la olla para que aparecieran las cosas nuevas. Cuando él regresa al país en 1983 yo estaba aún con Los Carabajal y lo invité a grabar en el que fue nuestro último disco. Desde entonces nos empezamos a buscar, y a principios de 1985 armamos Músicos Populares Argentinos. ¿Pero sabés qué pienso? Que el Chango "ya era" MPA. Es decir: sus intenciones renovadoras se habían visto con los Huanca Huá; y tiempo después vi lo que hacían con Dino Saluzzi y Kelo Palacios antes de irse a Europa, y eso ya era MPA. El aporte del Chango a nuestro folclore ha sido muy grande.
—¿Y cómo te ves hoy en el universo movedizo del folclore?
—Debo decir que, después de 42 años en la música, soy un tradicionalista. Antes me decían a mí: "Qué van a decir los tradicionalistas sobre lo que estás tocando", pero eso ya no es así; ahora yo soy un tradicionalista. A la vez están en vigencia Los Manceros Santiagueños y Los Carabajal; están en vigencia Los Cuatro de Córdoba, pero ya no están Los Tucu Tucu, Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Los Trovadores, Mercedes, MPA, Jacinto... Pero siguen Los Coplanacu, Los Nocheros, Soledad, el Chaqueño y tantos otros. Pero debajo de todos esos tan conocidos hay una cantidad de gente nueva muy talentosa, no tan conocida. En Santiago por ejemplo está Santiago Suárez y el Vislumbre, que es un gran cantor, y ya tiene a "los vislumbristas", sus seguidores.
Peteco Carabajal no escucha discos en su casa. Así responde, categórico, cuando se le pregunta cuáles son los CD que prefiere. "No escucho discos en mi casa, no tengo muchos, y no tengo esa costumbre. Es algo que me viene de otro lado: yo vengo de la pobreza, de la poca posibilidad de tener cosas materiales en una casa. Pero me regalan por lo menos un disco por día, así que los escucho en el auto mientras voy andando ...", explica.
La reflexión lo lleva a otro tiempo: "El sueño de mi viejo era la música, pero en aquel entonces, cuando nosotros éramos chicos y debía darnos de comer, él no era quien fue después. Nunca tuve la cultura de tener un disco en casa, y tampoco había fotos. Hoy con Internet voy a lo preciso, y si quiero escuchar algo voy allí. Tengo muy presente la historia de nuestra música de los años 60 y lo nuevo también".
Gastón Bozzano / Especial Escenario