Están sentadas en una mesa de Kentucky, "pizza al corte", frente a plaza Italia y comen, como corresponde, pizza. Dos porciones de jamón con morrones, dos de napolitana, fainá (esa maravilla que ignoran por completo los rosarinos). Y para bajarla, dos jarras de chopp espumoso y helado. Tienen veintipico, se les nota el hambre y la sed de cerveza, visten con sencillez, son hermosas. Conversan sobre los libros que acaban de comprar y que están dentro de dos bolsas que cada una ha dejado a su costado. Exactamente enfrente, la Feria está en su momento pico.
A mediados de la década del ochenta del siglo pasado, con la recuperación de la democracia, la Feria del Libro (que arrancó en 1975, la actual es la edición número cuarenta y dos) se convirtió en un espacio emblemático de la libertad recién recuperada. Ese ámbito colmado de libros que ya podían editarse, leerse y comentarse en voz alta después del horror dictatorial se transformó en un resumen de lo que la sociedad necesitaba y había reclamado con todas sus fuerzas. Todavía recuerdo la multitud que escuchó con unción al gran poeta ruso Yevgeny Yevtushenko, a quien obviamente (leía en su idioma) casi nadie le entendía una palabra. Ese fervor cultural y político de aquellos años ya no existe, claro. Pero la Feria, por más que el país haya mutado en demasía, mantiene viva la llama: aún son muchos quienes quieren leer, y leer nada menos que un libro. Aunque sea un libro de autoayuda.
Cada vez que la recorro siento exactamente lo mismo: una innegable, inconfundible alegría. En estos últimos tiempos, con los nuevos hábitos de lectura vinculados al auge de los medios electrónicos, se ha instalado de manera peligrosa la pregunta sobre el futuro del libro "en papel" (sigo sin conocer otros). Por suerte, después de los dos días de recorrida analgésica por los pasillos atestados de la Rural, el temor se atenúa: las multitudes que curiosean, revuelven, hojean, comentan y compran libros "en papel" reafirman convicciones y espantan fantasmas. Por ahora, no, me digo. No les será tan fácil.
Partamos de una base: para recorrer el inmenso predio ferial hay que tener estado físico. Las grandes dimensiones de cada pabellón sencillamente apabullan. Así que lo ideal es ir provisto de calzado cómodo, mucho tiempo y una botellita de agua mineral en la cartera o mochila, a menos que se esté dispuesto a pagar los precios exorbitantes de los coquetos locales gastronómicos de la Feria.
Apenas entro en el pabellón Ocre, tropiezo con el stand santafesino, muy bien puesto. ¡Y hay gente mirando, hay gente comprando! Maravilloso e insospechado, uno cree que los porteños siguen sin darnos
demasiada bola. ¿Serán porteños los que están preguntando, hojeando, hurgando entre los libros? Prefiero no preguntar. En charla con los encargados, me cuentan que entre lo más demandado está el maravilloso libro de memorias del jesuita Florian Paucke, editado con lujo y mimo. Y que lo que más interesa es la historia.
Más allá, Rodolfo Walsh me contempla desde una imagen tamaño natural: es que el stand rionegrino (provincia en la que nació en 1927 el gran periodista y narrador desaparecido por los militares) ha decidido embanderarse con su figura.
Sigo caminando entre stands sorpresivos, como los de clubes de fútbol —San Lorenzo y Huracán—, rodeado por el abrumador laberinto de libros. Cruzo por un largo túnel para desembocar en los pabellones Amarillo, Azul y Verde. (Hay que estar atento al caminar: son muchos los que andan abstraídos, como hipnotizados por el brillo la Feria. Y además, hay decenas de chicos, que corretean eufóricos, acompañados por adultos cuya expresión oscila entre el entusiasmo y la resignación más absoluta).
Para el cazador de joyas, nada como la Feria. ¡Es que está todo! Conviene llevar la tarjeta de crédito y, sobre todo, no hacer ningún tipo de cálculo. De golpe tropiezo con el stand del Fondo de Cultura Económica. Debo admitir que, simplemente, los libros del FCE me erotizan. Hay reimpresiones maravillosas, como La tradición clásica, de Gilbert Highet, editado por primera vez en 1954, y ni hablar de la fila de relucientes Breviarios agazapada en uno de los estantes. Salgo corriendo para no tentarme y me tropiezo de hito en hito con Siglo XXI. Sobre una mesa, clásicos del marxismo parecen resistir el temporal del presente. En ese mismo tono, Capital Intelectual se corre hacia la olvidada y rica tradición libertaria mientras, al lado, acecha el enemigo: acorde con la época que vivimos, Granica ofrece "coaching personal, recursos humanos, management". Salgo sin ser notado mientras, enfrente, el rostro ceñudo de Galeano parece contemplar con enojo el paisaje que se le ofrece.
Pero así es la Feria, hay de todo y para todos. Mi huida se ve interrumpida por el bello stand de La Bestia Equilátera, narrativa de alta calidad y mínima difusión en ediciones de diseño exquisito y traducciones de calidad garantizada.
Súbitamente, todo cambia. La tradicional editorial y librería Kier acompaña su habitual oferta de esoterismo,pensamiento oriental, numerología y otras yerbas con sahumerios encendidos, mandalas y naipes de tarot. A pasos de allí, el excelente material de Eudeba agoniza bajo una luz que recuerda la de los quirófanos, cegadora y fría. Dentro de ese espacio, las ediciones de la Universidad Nacional del Litoral exhiben como una bandera la obra completa del poeta entrerriano Juan L. Ortiz. Le sonrío al gran viejo y sigo mi camino.
Jauretche, el inoxidable
Corregidor se ha renovado. En tentadora fila, aparecen seis títulos de la gran narradora brasileña Clarice Lispector y cerca de allí nos recibe el eterno Arturo Jauretche, que "se vende más que nunca" porque, de acuerdo con el vendedor, de aparentes simpatías K, "estamos en una época de resistencia".
Ahí nomás, las viejas tapas verdes de la Obra Completa de Freud de Amorrortu se han transformado en nuevos y atractivos diseños, mientras Ediciones B funciona como un signo de los tiempos, Prince dixit. Debajo de grandes retratos de gurúes que intentan enseñarnos a vivir, aparecen carteles que dicen "Superación personal", "Landscape", "Novela romántica", "Economía y finanzas" o "Coaching". El público de ambos y tan diversos espacios tiene hasta una apariencia física distinta. Lo que logra detenerme en el stand de B son los reaparecidos clásicos de Bruguera, nombre que me sumerge en una ola de nostalgia.
Entonces entro en la isla del tesoro: Waldhuter está atípicamente encerrado entre tabiques de madera y cristal y alberga un botín que seduce a cualquier bibliófilo. Sellos excepcionales como Acantilado, Hiperión, PreTextos, Alba, Tajamar o Impedimenta dejan virtualmente sin aire al conocedor desprevenido. Separo una extraña edición de las Elegías de Duino, de Rilke, en versión de Juan Rulfo, un Thomas Wolfe flamante y las memorias de Nadiezhda Mandelstam, Contra toda esperanza, pido que me los guarden y prometo regresar al día siguiente munido de lo que queda de mi peculio. Por suerte, encuentro comprensión y solidaridad.
Clásicos que se renuevan
Losada representa una tradición de calidad que no se deteriora. Los libros de la famosa colección Clásica y Contemporánea alimentaron a varias generaciones de lectores en lengua española. Y allí están, resisten el embate del tiempo con otras tapas y el mismo poder en sus páginas luminosas. Allí están Trilce y Los heraldos negros (Vallejo), Veinte poemas de amor y una canción desesperada y Residencia en la tierra (Neruda), La voz a ti debida y Razón de amor (del gran poeta español Pedro Salinas).
Salgo renovado después de tan purificador contacto pero la euforia no se prolonga: a metros de allí, nutrido público del sexo femenino hojea con fruición libros de Isabel Allende.
Paciencia, estoicismo, me digo. Sentido del humor, tolerancia. Pero fracaso en mis conciliadoras intenciones. Las miro con expresión furiosa y continúo la expedición. Cerca, y a modo de consuelo, Riverside seduce con las tapas de Anagrama, la editorial que gracias a los buenos oficios de Jorge Herralde (y pese a sus tantas veces espantosas traducciones) se convirtió en el refugio ineludible de los buenos lectores de narrativa contemporánea. Ahí están los norteamericanos, desde el gran Carver al sobrestimado Bukowski, con Kennedy Toole entre los dos, para que no se peleen. Allí nomás, los libros de Leila Guerriero se venden bien y demuestran que la crónica ya no es más un género para consumo de minorías.
También son importantes los stands nacionales, sobre todo los de países limítrofes como Chile y Uruguay. Es que aunque resulte increíble, en la Argentina es mucho más fácil adquirir un libro editado en Barcelona que uno publicado en Santiago o Montevideo. Los trasandinos ofrecen gran poesía —Enrique Lihn, Jorge Teillier— y las bellas ediciones de Descontexto, liderada por el poeta y traductor Juan Carlos Villavicencio. Los uruguayos van con la música y la política al frente: las biografías de Alfredo Zitarrosa y el Sabalero se codean con una biografía de Pepe Mujica que relata su pasado guerrillero. Sin embargo, la gente sólo pregunta por Mario Benedetti.
Los chicos
La primera sorpresa que surge para quien la camina es la increíble cantidad de chicos que recorren la Feria. Frenéticos, concentrados, desbordados, llorosos, felices, caprichosos, entusiasmados, sedientos, enloquecidos, los adjetivos que pueden aplicárseles son muchos pero ninguno de ellos se vincula con el aburrimiento. Mientras esquivo a uno que viene a alta velocidad en procura de sus padres, pienso por primera vez que la Feria no es sólo un excelente paseo para los fanáticos del libro, sino también para las familias. Y es que los stands dedicados al material infantil son muchos y atractivos. Desde las propuestas más tradicionales a las más innovadoras, el paisaje es rico y estimulante. Mientras, los adolescentes tienen su propio paraíso en el stand de Santillana, con autores emblemáticos como Ricardo Mariño, Elsa Bornemann, Pablo De Santis, Luis Pescetti y Roald Dahl. Y no faltan los espacios dedicados al cómic, territorio de culto.
Los libreros no son necesariamente los propietarios del negocio. Muchas veces, no lo son. Libreros son aquellos que no sólo conocen del asunto, tendiente a lo infinito: son quienes escuchan con paciencia, sonríen con afecto y sugieren con sabiduría. A veces, entonces, no sólo venden un libro: también cambian una vida .
Las ofertas
Los pescadores de pichinchas estarán de parabienes en la Feria. Muchas editoriales, como Siglo XXI, ofrecen precios especiales en determinados títulos. Pero el secreto está en revolver en los stands de librerías de saldo, que los hay y muchos. Uno de ellos, sorpresivamente, es el de la rosarina Mandrake. El que busque, entonces, tendrá su recompensa.
Los rosarinos
Los editores rosarinos dan siempre el presente en la Feria. Beatriz Viterbo participa de un stand colectivo junto a sellos selectos como Caja Negra, Eterna Cadencia, Katz y Adriana Hidalgo. Mientras, Homo Sapiens no deja de vender libros de educación inicial y psicología, sus grandes especialidades. Sin embargo, la tradicional editorial local le concede también un lugar destacado a su colección de narrativa que lleva a Rosario como emblema: Ciudad y Orilla.
Cambia, todo cambia
La editorial catalana Tusquets surgió a la fama con colecciones exquisitas como los Cuadernos Marginales (identificados por su color dorado) o Mínimos (plateado). Ni hablar de excentricidades como Acracia (títulos vinculados al pensamiento anarquista) o la célebre colección de literatura erótica La Sonrisa Vertical, con su tradicional tono rosado. Pero la etapa artesanal pasó hace ya mucho, y el legendario sello creado por la no menos legendaria Beatriz de Moura hoy es parte del Grupo Planeta. El éxito, a veces, tiene un precio demasiado elevado