Es la noche del 24 y con el vitel toné recién terminado y la bebida enfriándose, una mujer espera junto a su hijo adolescente la llegada de un invitado especial. Cuando suena el timbre un personaje enfundado en un disfraz de Papá Noel irrumpe en la casa y los equívocos se suceden. En ese marco de melancólica felicidad apurada a pan dulce y sidra y casi como un regreso al teatro clásico, se dirime "Nadie muere en Navidad", una obra protagonizada por Mario Vidoletti, María del Carmen Sojo y Luciano Ciarrocca, con la actriz rosarina Carolina Torres en su debut como directora y que sube a escena en el Cultural de Abajo (San Lorenzo y Entre Ríos).
En realidad podría considerársela una comedia dramática, ya que está dividida en dos partes. Apoyada en la tan típica como trágica imagen familiar de la Nochebuena, en el primer segmento madre e hijo intentan contener las supuestas tristezas del otro (ella sin pareja y él sin una figura paterna). En el segundo, cuando aparece el invitado, es que la obra se torna en reidera, a cocoyo del personaje grotesco de Vidoletti.
Aunque esa divisoria pueda explicarse también a través del proceso de creación utilizado para la puesta. Inspirados en un tipo de lenguaje actoral con micromanifestaciones más propias del cine y la TV que del teatro que convierte al cuerpo en escenario, Sojo, Ciarrocca y Torres avanzaron en la escritura y reescritura de la dramaturgia, y recién después se agregó Vidoletti al elenco.
Nueva relación. Así, cuando el Santa Claus entra en acción, es para desandar una ristra de chistes fáciles, a veces burdos, en los que el "doble sentido" desnuda la doble moral de una sociedad hipócrita y el humor negro termina de sepultar su pretendida inocencia.
Y ni la vasta experiencia de la actriz ni la energía juvenil de su partenaire consiguen contener una historia que se desliza rápidamente hacia una comedia popular llana, chabacana y desprovista del ángel (trágico-catártico-provocador) de la producción de teatro independiente.
Convertida entonces en una comedia de enredos, donde todos corren por entre las puertas de la casa y se chocan, "Nadie muere en Navidad" apunta la construir una nueva relación con el público rosarino que asiste al teatro, ofreciendo un producto con medidas pretensiones artísticas, más parecida a una apuesta de temporada veraniega que a la comprometida tradición del teatro local.
Honrando su vocación inicial de contar una historia graciosa y sensible; con actuaciones verosímiles y artistas afectados, a través de la técnica, por la (in)esperada situación; caricaturesca y no por ello menos divertida; con una platea cómplice producto de una natural identificación; a veces entre extravagante y vulgar; y enrolada en la cruzada de acercar a otros públicos al teatro desestimando las efectos de esa elección sobre la calidad de la propuesta, "Nadie muere en Navidad" pone a Vidoletti más cerca de (Alberto) Olmedo que de (Roberto) Fontanarrosa, y con ello, a la emotiva obra en la encrucijada de transformarse en un fútil o noble esparcimiento. Chin chin.