"Justo hoy sería el cumpleaños de mi abuelo, así que mejor imposible", confió ayer Marco Ruben, casi con un hilo de voz y aguantando las lágrimas como podía, mordiéndose fuerte los labios para tratar de entender por qué a veces la vida puede darle al hombre tanta tristeza y tanta alegría juntas, de un día para el otro.
Ruben, una de los artífices de la tarde soñada de Central en el clásico en el Coloso Bielsa, y además el principal protagonista del fútbol rosarino en las últimas semanas por la tragedia familiar que lo enluta, comenzó a vivir una pesadilla en la madrugada del jueves 30 de marzo último, cuando un grupo de ladrones forzó en Fray Luis Beltrán una ventana lateral de la casa de Fermín Rodríguez, de 78 años, el abuelo materno del capitán canalla, y lo molieron a golpes con tamaña saña que le quebraron el maxilar inferior en cuatro partes y cinco costillas.
Internado de urgencia en el Hospital Granaderos a Caballo, de San Lorenzo, don Fermín después la peleó como pudo durante 47 días interminables en la terapia intensiva del Sanatorio Parque hasta que el domingo pasado, cuando una descompensación se lo llevó al barrio de arriba.
Don Fermín, un español que, como la mayoría de los abuelos de los argentinos del siglo XX, bajó de un barco, fue un segundo padre que lo llevó a Marco a probar a Central con don Angel Zof (otro "viejo divino dónde estás", como cantan los uruguayos de La Vela Puerca) y el que lo llevaba a pescar, el segundo gran berretín de Marco, después del fútbol.
"Marco estuvo muy mal porque fue el abuelo que lo crió y porque sufrió mucho su mamá", reconoció un allegado al jugador.
"Hace rato que queremos jugar este partido", avisó Ruben esta semana cómo esperaba el clásico el plantel de Central, exactamente desde la lejana tarde del último derby en el Gigante de Arroyito, cuando su equipo dilapidó varias llegadas claras en el primer tiempo y Newell's ganó en el final, el día que Maxi Rodríguez desobedeció la orden del técnico de hacer el córner corto para empatarlo, recibió el rebote, pateó y su equipo ganó un partido increíble, como reconoció esta semana el propio capitán rojinegro.
Y ayer, a los 30 minutos del primer tiempo, cuando iban 1 a 0 por el golazo de Federico Carrizo, el Pachi hizo un córner corto desde la izquierda, Gustavo Colman la paró y metió un centro magistral, de esos que son la mitad del gol, y Marco se tiró de palomita para clavarla en el medio del arco, hacer estéril el postrero manotazo de Pocrjnic y desatar un festejo interminable con sus compañeros. Cuando pudo salir de la montonera, se paró, miró hacia las alturas y le tiró un beso al cielo de don Fermín para rematar con el unívoco gesto de tirar la caña y pescar, el otro oficio terrestre que le enseñó su abuelo y que disfruta casi tanto como el de goleador.
Después Ruben se lesionó por un golpe en el tobillo izquierdo y salió a los 17 minutos del complemento, cuando Teo Gutiérrez lo bendijo como un padre y le dejó el lugar al Chaqueño Herrera.
Así terminó Marco Ruben unos 55 días de emociones fuertes, en los que sufrió la pérdida del abuelo Fermín hace una semana y ayer, cuando habría cumplido 79 años, el fútbol le dio la gran alegría de ganar el clásico, hacer un golazo de palomita y tomarse revancha del anterior. Como la vida misma, que a veces le da al hombre tanta tristeza y tanta alegría juntas, de un día para otro.