Que el FC St. Pauli de Hamburgo esté en el decimoctavo lugar de la alemana Bundesliga 2 (una especie de B Nacional) y que le haya ganado el último domingo 2 a 1 al Eintracht Braunschweig, es intrascendente para los futboleros argentinos. Bueno, no para todos: los calamares de Platense, con el mismo marrón y blanco en la camiseta, se ufanan de tener aceitadas conexiones con el equipo alemán. Pero son una excepción. El St. Pauli es modesto con la pelota y siempre está en riesgo de perder la categoría. Sin embargo su bajo rendimiento deportivo no lo opaca. Es un club único en el mundo: extravagante por su estética e ideales y valiosísimo por muchas banderas que trascienden lo futbolístico.
En tiempos de amenazas de muros, de ardientes discursos discriminatorios en lo racial y sexual, el St. Pauli se planta con millones de simpatizantes en el planeta, (identificados como "los corsarios de la liga" o "piratas de Elba") y con 500 peñas en 5 continentes.
Es un club odiado por los neonazis, rebelde, antifascista, antisistema y activista de la diversidad cultural en suelo de Angela Merkel.
Si todo esto ya no fuera suficientemente singular, cabe agregar que, como tradición, los jugadores piratas salen a la cancha del estadio Millertone envueltos en su himno: nada menos que el tema "Hell´s Bells" (Campanas del Infierno), un clásico de la banda de hard rock AC/DC. Cualquiera diría por estos lares que están de las chapas.
La canción alude a "Satanás" y "negras sensaciones", como advirtiendo al rival que entrarán en el averno por 90 minutos. Las pancartas en la cancha reciben a los visitantes bajo el lema "Bienvenidos al infierno" o con calaveras bajo la frase "Straight Edge" (movimiento contra las drogas y el alcohol dentro de la subcultura punk).
Pero los eclécticos hinchas del St. Pauli, desde hombres con traje a trabajadores portuarios, artistas, militantes de izquierda y anarquistas, estudiantes universitarios, gays y lesbianas, de malos no tienen nada. Están lejos del infierno y son más buenos que el agua. Cómo será que hasta el delantero Marius Ebbers le pidió una vez al árbitro del cotejo contra Unión de Berlín que anulara un gol que había intentado hacer con la cabeza y por descuido convirtió con la mano. Sí, sobran los comentarios: es la contracara del que todos los argentinos conocemos.
El club es gay friendly y eso queda demostrado en un mural del estadio que muestra a dos hombres besándose apasionadamente debajo de la leyenda: "Lo único que importa es el amor". No sólo eso. Tuvo entre 2002 y 2010 a un presidente abiertamente gay: el director de teatro y militante de la causa LGTB Cory Litman.
Además acoge a los refugiados, tiene la mayor cantidad de hinchas mujeres del fútbol alemán y una rama feminista.
Y celebra cada 27 de enero el aniversario de la liberación de Auschwitz. El póster oficial de la conmemoración es un puño golpeando la esvástica.
Como política anticonsumista, a la publicidad del club la manejan los socios, celosos censores de todo slogan de ultraderecha y nacionalista, homófobo o xenófobo. Los mismos socios que repudiaron que el municipio les instalara un destacamento policial en el estadio y, en su lugar, bregaron por un museo. Y, finalmente, los mismos que montaron campañas benéficas en favor de las escuelas cubanas o se movilizaron contra varios desalojos.
Michael Pahl, autor del libro oficial del centenario del club, definió al alma del St. Pauli en pocas palabras.
"También la Fifa hace campañas contra el racismo, la diferencia es que para nosotros es una forma de vivir".
Hamburgo, la ciudad que acuna al St. Pauli, es portuaria y allí, entre navegantes, estibadores y burdeles, nació el club de los piratas en 1910.
Cuenta la historia de la entidad que el color de las remeras hace alusión a la ropa de trabajo que vestían los primeros jugadores.
En 1980, cuando el club contaba con 1.600 hinchas, se mudó cerca de Reeperbahn, zona bohemia y roja, con teatros y librerías.
A partir de ese momento la cancha se llenó de nuevos fieles: el caudal de piratas llegó a 20 mil en 1990. El gran rival deportivo del St Pauli es el HSV Hamburgo, un club grande y rico. El otro es el Hansa Rostock, a 150 kilómetros de Hamburgo y concentra a simpatizantes de extrema derecha de Alemania. Frente a ellos, ser del St. Pauli es como pisar el cielo.