Lo peor que les puede pasar a los hinchas si no quieren sufrir desilusiones es enamorarse de los futbolistas. Los jugadores trabajan de eso, viven de eso. Es cierto que cuando declaran en forma de declamación tienen responsabilidad. Saben de memoria que el amor por la camiseta transforma a los hinchas en esponjas que absorben todo lo que se transforme en música para sus oídos. Y los futbolistas saben perfectamente que es así. Y les encanta que sea así. El caso Pinola ofrece un menú de opciones muy interesante que arranca en él, sigue por la comisión directiva, se extiende a la grey canalla y roza lo novelesco con un abrupto corte de relación inesperado. No es sorprendente la salida de Javier, sí la forma. Todo se inicia con su regreso al fútbol argentino desde la aquí desconocida segunda división del fútbol alemán. Desconocida no es poco competitiva, pero su incorporación, un acierto de Coudet de principio a fin, fue toda una novedad. Algunos simpatizantes auriazules hoy muy dolidos podrían recordar, les serviría como catarsis, cómo bromeaban con un apellido que les llamaba la atención porque resulta gracioso. Pero no tenían ni la más mínima idea de quién era. Es más, lo miraban de reojo, como desconfiando. Eso hasta que fue presentado y se puso la camiseta. Desde entonces y hasta estos días fue el mejor zaguero central jamás visto y un orgullo defendido hasta las últimas consecuencias. El hincha de Central es así. Pero debe cambiar. No tiene que enamorarse de los futbolistas, sí renovar periódicamente el amor eterno a la institución. Javier supo capitalizar ese cariño y lo potenció hasta triturarlo con una decisión que tiene todo el derecho del mundo de tomar, pero que debió ejecutar de otra forma. Aquí no se hace referencia a la cláusula de rescisión, que por algo está y si es baja a joderse, sino a una despedida indigna de la relación que supieron forjar el futbolista y sus hinchas. De ahí al idilio hubo un paso. Del idilio al odio, otro paso. El hincha de fútbol es así. Se aclara que el calificativo hinchas no incluye barrabravas ni ninguna otra clase de mercenario. Pinola tiene responsabilidad en la desilusión masiva con la que amaneció ayer el hincha canalla. Desilusión no es violencia ni pintadas amenazantes ni ninguna otra imbecilidad de esas que sólo generan vergüenza y terror. Más bien harán pensar a los próximos habitantes transitorios del fútbol rosarino si es conveniente o no convivir con esta locura. Un desquicio que derrotó por goleada e hizo desaparecer a aquel folclore inigualable que supieron tributarle los hinchas rosarinos al fútbol argentino en general. Lamentablemente esa es una historia pasada que no muestra ni una sola señal de regreso. A propósito de locuras, ¿puede el presidente de un club decir que hay que quemar en la plaza pública al presidente de otra institución? La respuesta es tan obvia como estúpida: no. Más aún, Raúl Broglia, propietario de la siguiente frase: "Si D'Onofrio quiere ponerle una bomba a la AFA, por qué no lo queman a él en una plaza", debe renunciar. No existe otra opción. Es el presidente de Central. Un grupo de forajidos vandalizó en la madrugada de ayer la puerta principal y paredes del colegio al que concurrían los hijos de Pinola. Esa brutalidad es más fácil de entender que las declaraciones de Broglia. "Pinola no juega por decisión del club, la camiseta de Central vale más que cualquier nombre", dijo el vice primero Luciano Cefaratti también ayer en referencia a la ausencia del defensor en el partido de esta tardecita en San Juan. Una frase tajante y contundente que pone, como debe ser, al club por encima de todo y todos. Tajante y contundente también debe ser la autocrítica de la comisión directiva respecto de este tipo de acontecimientos que se repiten en una conducción que no debe ponerse en el lugar de víctima sino rever algunos procedimientos que evidentemente la están dejando mal parada. Ellos, los dirigentes, como hinchas que también son, tampoco deben enamorarse de los futbolistas. Ojo, mientras sean dirigentes no pueden comportarse como hinchas, porque en ese caso deberían dar un paso al costado. Eso, se insiste, es lo que debe hacer Broglia. Pinola no saldrá perjudicado y Montero y los dirigentes le encontrarán reemplazo. El dolor de los hinchas, enamorados de su jugador, permanecerá y sólo irá aflojando con el paso del tiempo. Es así, regla de tres simple: los hinchas no tienen que enamorarse de los futbolistas.