El fútbol rosarino mantiene un problema que diezma sus posibilidades deportivas. Las transferencias de los jóvenes. Claro que ahora las cifras son otras. Porque el mercado cambió. Por ende los réditos económicos son mayores. Porque la historia de las ventas al exterior transita una etapa diferente. Desde el traspaso de Di María. Aunque las consecuencias futbolísticas sigan sin poder resolverse. Y en esa fase se incluyen las ventas de Ezequiel Ponce, Franco Cervi y la inminente operación por Lo Celso.
La millonaria transferencia de Angel Di María a Benfica de Portugal actuó como un quiebre. Y salvó de la quiebra a Central. Con su intervención en menos de cuarenta partidos con la camiseta canalla emigró al fútbol luso. Si bien en años anteriores los clubes rosarinos habían transferido al exterior, las operaciones fueron una excepción a la regla, porque durante las décadas del 70, 80 y parte del 90 la mayoría de los futbolistas debían pasar por Boca Juniors y River Plate como escala previa para su exportación. Era por entonces una frase hecha que para valorizar más a los jugadores debían estar en las marquesina de estos dos clubes.
Sin embargo Di María actuó como un faro para que Europa comenzara a visibilizar al fútbol argentino más allá de Buenos Aires. Que redundó en mayores beneficios económicos, pero postergó la solución reclamada por los hinchas rosarinos que demandaban, y lo siguen haciendo, que los jugadores permanecieran más tiempo para ser disfrutados y mantener vigentes las chances deportivas. Pero así como emigraban antes a corta edad con apenas un puñado de partidos, también lo hacen ahora.
Es por ello que en la política de los clubes siempre es más simple ser oposición que oficialismo, porque desde el otro lado del mostrador se cuestionaba con furia a los directivos por desprenderse de los jóvenes valores tan rápido y, es más, hasta reclamaban la realización de asambleas de socios para tal fin. Claro que cuando aquellos radicalizados oponentes mutaron en conducción del club, los inquisidores reclamos trocaron en argumentos para justificar las transferencias. Todo en nombre de la economía. Pero con idéntica sensación de frustración en las tribunas.
Claro que en el pasado hubiera sido impensado en aquellos tiempos que un jugador fuera transferido al exterior en cifras muy importantes como las recientes. Y aunque parezca una verdad de Perogrullo, la globalización de las comunicaciones redujron las distancias, ampliaron el conocimiento y les sacaron exclusividad en el mercado a xeneizes y millonarios.
Porque la historia del fútbol argentino se forjó en torno a la potencialidad de estos dos clubes más populares. En función de su poderío económico se hizo hábito fortalecer sus planteles con jugadores de los otros clubes del país. Por eso era común comprobar que aquellos destacados que surgían de las divisiones inferiores de otras entidades, tras militar en primera un tiempo, se convertían en sus incorporaciones. Así varias formaciones en la Boca y en Núñez estaban en casi su totalidad cimentadas por jugadores de migraciones internas.
Eran otras épocas, cuando los otros clubes acuciados por las necesidades económicas sucumbían ante las ofertas de River y Boca, razón por la cual las diferencias deportivas también tenían un correlato con esto.
No había dudas de que estas dos entidades eran exportadoras por excelencia, aunque esa excelencia fuese comprada a los demás clubes argentinos. Pero la trascendencia de otrora se reducía casi exclusivamente a ellos, porque Independiente y Racing asomaban esporádicamente como excepción a la regla, ocasión enmarcada en los éxitos deportivos de los equipos de Avellaneda.
Fueron muchos los jugadores de Central y Newell's que se mudaron a Buenos Aires. Mario Zanabria, Andrés Rebottaro, Armando Capurro, Sergio Robles, Santiago Santamaría, Gabriel Batistuta, Julio Zamora, Omar Palma, Christian González, Roberto Abbondanzieri, Roberto Bonano, Martín Cardetti, Matías Lequi, Marco Ruben, Paulo Ferrari, Walter Samuel, Fernando Belluschi, entre tantos otros. Y varios continuaron sus carreras más allá de las fronteras tras ser comercializados por Boca y River.
Pero hoy Newell's y Central ya no dependen de un trampolín porteño para cotizar sus jugadores en el fútbol extranjero. Sus políticas de exportación no necesitan clubes intermediarios. Para que un futbolista sea conocido en Europa y otros mercados no precisa de las marquesinas de Boca y River. La tecnología de las comunicaciones ya ni siquiera necesita de aquellos videos que editaban los empresarios futbolísticos para hacer conocer a su representado. Por ello las operaciones ni siquiera demandan tantos viajes de negociación para cerrar las tratativas.
Es de tal magnitud la irrupción exportadora del fútbol rosarino que en tres operaciones, en las que no se transfirieron las totalidades de los derechos económicos, se alcanzaron cifras millonarias, incluso emparentadas con las transacciones que realizan también en la actualidad tanto Boca como River.
Pero así antes como ahora, la cuestión de la exportación sigue con un problema sin solución: la temprana venta de valores jóvenes precariza la ilusión de salir campeón. Por eso dentro de la tan mentada palabra proyecto se debería internalizar el refrán: el que vende por necesidad pierde por obligación. Por eso es indispensable que haya planificación para transferir cuando sea más conveniente que necesario, porque lo conveniente engloba lo financiero y lo deportivo. Y así poder retener un tiempo más a los futbolistas que hacen la diferencia. Porque la diferencia en el fútbol no sólo es económica. Y porque la grandeza también se mide en títulos.