"Si nos cuesta ganarle a Venezuela quiere decir que algo no anda bien", dijo César Luis Menotti al entregar una reflexión de lo sucedido el martes por la noche en el Monumental. El empate en uno fue un golpe al corazón que dejó herido todos los sentimientos albicelestes. Incredulidad absoluta mezclada con bronca, impotencia y temores sobre el futuro. Porque si bien la selección nacional tiene en su poder las chances para clasificar al Mundial de Rusia 2018, también es cierto que puede quedarse afuera. Lo que sería una hecatombe futbolística, más aún teniendo a Lionel Messi, el mejor jugador del mundo, en sus filas. Y lo que sostuvo el Flaco no es desatinado, sino algo que se viene notando desde hace tiempo. Ya no es sólo culpa del técnico de turno, en este caso de Jorge Sampaoli, sino de nombres y estrategias, lineamientos puestos en práctica desde una AFA que transitó por caminos sinuosos. Más allá de estos condimentos, que sin dudas influyen en un andar, lo cierto es que Argentina no logra hacer valer el poderío que tiene en nombres y parece ser un equipo más. Del montón y con jugadores que dan la sensación de desgano. De ahí algunos silbidos, otra vez, del final en Núñez.
Salvo el Zurdo, tampoco nadie habla. El plantel mantiene la medida desde hace un largo tiempo por un dislate, error o lo que sea de un periodista. Todos deben pagar por eso y no hay un conocimiento de lo que piensan los jugadores. Las sensaciones que tienen, por qué el equipo no llega al gol, no logra entusiasmar. O, simplemente, pedir disculpas por este andar para nada entusiasta. Por dejar a la selección en una crisis mundial (futbolística, por supuesto).
El escenario no es el adecuado. La presión está en su máxima expresión y la selección depende de sí misma. Para eso debe ganar los dos partidos que quedan para ir a Rusia (con otros resultados necesitará de los demás). ¿Cómo pensar que eso puede suceder después de que hace tres encuentros que no gana y la misma cantidad que no convierte? Es fútbol y todo puede modificarse. Nada es imposible, aunque los números actuales no acompañan a la ilusión. Menos aún cuando se viene un entonado Perú y el cierre será con Ecuador en la altura de Quito.
La selección está para el diván. Es difícil de entender que las figuras que la integran parezcan un jugador más, muchos de ellos sin alma o reacción para revelarse ante la adversidad. Que la empatía inicial del público no pueda ser conservada con una reacción desde adentro de la cancha. De entregarse al máximo, enojarse, sacar la furia interna y hacer valer el peso de una camiseta que hoy está en oferta. Porque ya pocos la respetan, todos se le animan y, lo más triste, sacan provecho. Ese "estamos entre los mejores del mundo" que siempre se hace relucir en realidad es un intento de convencimiento argentino, porque no es tan así. Si esto fuera una realidad no habrían pasado 31 años de la obtención de un título mundialista.
"Perdón, argentinos", debería decir alguien de la selección para al menos aplacar la desazón generalizada. Puede resultar exagerado, porque existen cosas más preocupantes en el país como para amargarse por una pelota, pero si la gente brinda su apoyo no se le puede dar la espalda. Al menos, entregar un guiño cómplice para que la selección sea de todos. Como siempre se pidió y pocas veces se logró.