Sería monótono y redundante recorrer los nombres de los futbolistas rosarinos que han llevado la identidad de la ciudad al más alto nivel internacional. Con Lionel Messi como ícono se puede elaborar una extensa historia ejemplar de la exportación de jugadores, exhibiendo así una marca registrada de las canteras de esta región.
Algo similar ocurre con los entrenadores rosarinos, quienes también forjaron su propio derrotero por el mundo impregnando a otros clubes de una cultura futbolística cultivada en un orgullo de origen, alcanzando primeras planas por sus ideas y prácticas. César Luis Menotti y Marcelo Bielsa, a manera de ejemplo. Y es por eso que son muchos ex jugadores oriundos de estos lares los que se transformaron en técnicos para seguir con la saga de que Rosario actúa como sinónimo del fútbol.
Y así podríamos aludir a ayudantes de campo, preparadores físicos, entrenadores de arqueros, médicos y kinesiólogos, entre tantas especialidades que interactúan.
Ideas, pensamientos, prácticas, estudio y más estudio, perfeccionamiento, trabajo y más trabajo. Una constante ampliación del campo de conocimiento fue el método utilizado. Por ello el resultado conocido.
La ciudad ha parido una importante base de sustentación para el fútbol. En una amplia gama de oficios. De todo. Menos dirigentes.
Con una somera revisión histórica y análisis de la actualidad alcanza para asimilar la ausencia de directivos del fútbol rosarino que hayan alcanzado lugares preponderantes a nivel nacional e internacional.
Y tal vez no haya habido resultado en materia de dirigentes porque no hay auténtica vocación. O porque un reduccionismo generó la creencia que no es necesario formarse para serlo. Y de ahí la frase de que "cualquiera puede ser dirigente". Y así se deriva en una realidad irrefutable. La de que cualquiera es dirigente. Aunque el alto costo lo paguen siempre los clubes. Y también algunos que sí se prepararon para serlo.
Ante esta descripción de contexto puede formularse la pregunta: ¿El problema del fútbol rosarino es la falta de dirigentes probos?
La primera respuesta casi espontánea que se dispara apunta a una rotunda afirmación. Pero caer en la tentación de contestar con una generalización conlleva el riesgo de cometer una injusticia con algunas valoraciones individuales.
Entonces se puede aseverar que el problema del fútbol rosarino casi siempre fue la falta de construcción de gestiones colectivas eficientes, las que salvo honrosas excepciones no se pudieron constituir por el sistema perverso y excluyente que diseñaron aquellos que viven de este deporte. A través del cual buscaron construir poder y blanqueo de su informalidad. Claro que para ello siempre pugnan por detrás del candidato, aquel que logra una victoria por el nivel de conocimiento entre los hinchas, aunque eso tampoco garantiza capacidad de gestión.
Este mecanismo se nutre también del armado de campañas de desprestigio y difamación de los eventuales contendientes, configurando así un clima de hostilidad y violencia al que muchos de los que quisieran conformar el gobierno de su club los condena al autoexilio.
La historia de los dos clubes más importantes de Rosario puede encontrar en determinados momentos de su derrotero funcionamientos homogéneos y saludables, pero también es cierto que la irrupción de lo contrario fue más frecuente, y en esto mucho tiene que ver la ambición del poder individual que se vale de métodos inmorales para imponerse.
El sistema vigente ofrece contrastes, pero no hay dudas de que el fútbol rosarino aún no logró trascender por la idoneidad colectiva de sus dirigencias, a tal punto que no aparecieron directivos que pudieran ser emergentes por sus ideas o prácticas de gestión. Ni siquiera por un pensamiento y una vocación de cambio real de todos estos problemas que mantuvieron al fútbol estancado en la mediocridad organizativa. Ni por la combatividad necesaria para liderar un movimiento que busque revertir este centralismo que posterga a los clubes del interior. Más allá de elevar la voz en ocasiones.
Es cierto que este cuadro de situación también encuentra como sostén involuntario la actitud sólo crítica de otros sectores que deberían incidir para optimizar las gestiones de los respectivos clubes, y que priorizan el estado de confort de ser meros críticos de lo que sucede sin siquiera comprometer su tiempo y capacidad para modificarlo. Y así conforman sus comités de opinión de conclusiones inoperantes. Muchos profesionales, comerciantes y empresarios pululan por esos ámbitos analíticos pero intrascendentes.
Es verdad que para aquellas personas que no viven del fútbol involucrarse políticamente en la vida de los clubes implica inversión de tiempo, dinero y pérdida de momentos compartidos con la familia. Como así resignar prestigio en el perverso método de la política. Pero también es fundamental comprender que para construir ladrillos hay que embarrarse. Sin que esto implique ser sucio. Porque no hay nada más pulcro moralmente que la suciedad que implica el trabajo digno. Y la búsqueda de construcciones colectivas superadoras.
El fútbol de Rosario debe dar un salto de calidad en materia dirigencial. Deben profesionalizarse. La historia así lo marca. El presente así lo reclama. Varios de los actuales directivos, algunos por virtudes y otros por defectos, son el claro ejemplo de que cualquiera no puede ser dirigente. Que es fundamental prepararse primero y comprometerse después.
El fútbol es cada vez más complejo. Los clubes merecen administraciones competitivas, porque pese a todo, han generado jugadores y entrenadores de calidad. Ahora faltan que lo sean los dirigentes.