Como gran devoto de las formas con las que consiguen resultados sus equipos, está bien que Jorge Sampaoli terminara estimulado con la prestación del compromiso grupal que demostró la selección argentina en la victoria mañanera frente a Brasil en Australia. El Zurdo sabe mejor que nadie que le llevará tiempo edificar una selección que valore la pelota y que se desviva siempre por atacar. El ideario de lo que pretende se observó de a ratos en Melbourne. En realidad, lo que se vio tiene correspondencia con cierta lógica. El equipo apenas sumó cinco entrenamientos y algo más de 90 minutos de juego. Tiempo suficiente para que Argentina persevere detrás de un estilo más noble que el que mostró el ciclo de Bauza. Hubo piezas estelares que se diseminaron en una maqueta táctica, que encastraron bastante bien para controlar a Brasil en el primer tiempo. Aunque también hubo largos lapsos en los que los numerosos cambios que introdujo el Zurdo desvirtuaron la doctrina madre. Por eso la selección vivió casi todo el complemento emboscada contra el arco de Romero. Un sometimiento que hasta algún memorioso encontró similitudes con el baile que sufrió la selección dirigida por Carlos Bilardo en el Mundial 90 también ante Brasil. Los palos salvaron del derrumbe inicial al proceso de Sampaoli. El DT casildense no necesita que nadie le explique que Brasil fue un examinador calificado para hacerle entender que modificarles el chip a estos jugadores no es soplar y hacer botellas. Le llevará tiempo amoldarlos. Seguramente lo logrará. Como logró ser el técnico de los 40 millones de argentinos.