Este momento institucional y futbolístico de Newell's le hace honor a la famosa frase "esto es un cabaret" que Diego Latorre inmortalizó en los años noventa cuando jugaba con la camiseta de Boca. A la institución del Parque le cabe perfecta esta definición. Porque si algo quedó en evidencia con la sucesión de hechos bochornosos que ocurrieron en los últimos meses es que en el club cualquiera hace lo que quiere. Sucede eso porque se rompió la cadena de mando y a veces los roles están invertidos. El presidente Eduardo Bermúdez tiene la llave del club pero no puede hacer abuso de su investidura. Tampoco un jugador, por más ídolo que sea, debe creerse el dueño de la institución ni tomarse atribuciones para las que no fue contratado. Obviamente que Maximiliano Rodríguez, Ignacio Scocco y Sebastián Domínguez, tres futbolistas referenciales en la historia leprosa, no pueden mirar hacia otro lado ni hacerse los distraídos. Al contrario. Los tres deben darse por aludidos. En tiempos de reclamos, entendibles por los reiterados atrasos salariales, ninguno se comportó como un raso empleado que estaba exigiendo lo que le corresponde. En más de una oportunidad cruzaron la línea y se aprovecharon de la situación. Porque no siempre la solución acertada era no entrenar o practicar con ropa propia. Tampoco no concentrar. Es verdad que los jugadores no encontraron de boca de la dirigencia lo que querían escuchar, pero en estos casos siempre es aconsejable agotar las instancias de diálogo. El plantel y la dirigencia debieron pensar primero en Newell's y no dejarse arrastrar por los egoísmos de ocasión. Al final de cuentas, la institución siempre estará por encima de Bermúdez, Maxi Rodríguez o llámese quién se llame.