En el imaginario social, la escuela es el lugar del "deber ser", donde el vigilar y el castigar de Foucault, propio de décadas atrás, se afianza día a día en pos de aprender en el aula. Creemos que un niño aprenderá mejor si permanece quieto y atento a un docente que transmite un saber acabado, quien cumple con los contenidos planificados al finalizar el ciclo lectivo y si, como alumno, puede replicarlos en tiempo y forma del modo más parecido a cómo el maestro le enseñó. Sin embargo, en estos días, algunas prácticas escolares fueron noticia porque trabajan en el aula con una mirada superadora a la que todos creen o porque rompieron con las representaciones sociales que imperan en la sociedad. La experiencia de dos docentes, por un lado, una vicedirectora que escribe una carta al Ratón Pérez debido a que el niño perdió su diente en el patio de la escuela y, por otro, una profesora que tomó un examen a partir de los saberes previos de su alumna para relacionarlos con la materia que debía aprobar, fueron viralizadas en las redes y en los diarios locales y nacionales.
Me pregunto, qué entendemos por enseñar y aprender y, en todo caso, cómo se enseña mejor en la escuela. Éstas son algunas de las preguntas que los especialistas seguimos debatiendo en pos de mejorar la enseñanza y el aprendizaje y de encontrarle un verdadero sentido a la institución escolar.
Quienes enseñamos Didáctica en la formación docente sabemos de la importancia de los contenidos en las planificaciones, pero también de la necesidad de ampliar la visión acerca de lo que acontece en el aula. No caben dudas que un docente debe prestar mucha atención al para qué, cómo y qué enseñar, pero también debe tener en cuenta los contextos en los que sus prácticas se hallan insertas. Desde esta perspectiva, quienes leyeron las noticias señaladas evitarían decir que esta docente aprobó a alguien que no sabía o este directivo perdió autoridad frente al niño, tal como señalaban algunas encuestas en Internet.
Elena Santa Cruz, una reconocida docente y titiritera argentina, cuando refiere a su trabajo en las cárceles de máxima seguridad, cuenta que, en una de sus clases, encuentra a un delincuente meciendo un títere. Y ella se pregunta, ¿cuál es el verdadero sujeto, el condenado o quien abraza la tortuga? Y su respuesta es que quizás esa persona sea ambas a la vez, pero hay que "anclar" en quien abraza. Este caso es quizás más extremo del que encontramos en nuestra escuela; sin embargo, allí, esté el secreto del enseñar y el aprender, en el mirar, en el comprender y dialogar con ese "otro" que tengo en mi aula.
Aferrarse a viejas ideas o paradigmas educativos llevarán al camino de la rigidez e inflexibilidad. Está más que claro que el aprendizaje no es algo lineal, impuesto de arriba hacia abajo, verticalista. Por tanto, partir de la idea de inteligencia como la disponibilidad afectiva al aprendizaje, podrá cambiar la mirada para nuevas consideraciones.
Ojalá que estos docentes dejen de ser noticia en los portales para ser reconocidos en la tarea diaria como maestros y profesores que enseñan en el marco de la ternura. Mirar al otro, escucharlo, preguntarle qué le pasa, permitirá que todos aprendan mucho más y mejor en un marco de respeto y afecto.
Si formamos docentes críticos, implicados con su materia, pero también constructores de infancias, comprometidos con los sujetos que aprenden, es decir, con niños y adolescentes quienes viven de diferentes maneras, podrán trabajar conscientes de los problemas en los que están insertos, pero sobretodo, trabajarán desde una escuela real, cálida, autónoma y responsable.
(*) Autora del libro "La escuela, ¿para qué?"