Siempre resulta más simple culpar hacia afuera que interrogarse hacia adentro. Pero el socialismo ya no cuenta con más margen para el autoengaño tras el mazazo electoral que recibió ayer en Rosario. Una fuerza política que viene gobernando la ciudad desde hace ya 28 años no puede creer ingenuamente que el resultado de ayer es producto de que se vio perjudicada por la polarización nacional entre el kirchnerismo y el macrismo. Es una explicación de una enorme pereza reflexiva y que no interpreta en su cabal dimensión el mensaje de las urnas. Este argumento sólo puede dar cuenta del contexto de los comicios de ayer en la ciudad, pero de ninguna manera de la sustancia. Que el socialismo en el mismo momento en que está ejecutando numerosas obras públicas, como hace tiempo no se veían en Rosario, padezca uno de sus peores resultados electorales desde que conduce la ciudad, habla de que esta fuerza política no tiene básicamente un problema de gestión municipal, sino uno profundamente político que arrastra desde hace ya tiempo. ¿De qué se trata? Al socialismo se le viene licuando su poder de persuasión como consecuencia de que se resquebrajó su relación con gran parte de los rosarinos que históricamente lo respaldaban. Así, el meteórico crecimientos del PRO local e incluso el de Ciudad Futura son productos de los aciertos políticos de sendos partidos, pero también –y muy fundamentalmente– hijos de los fracasos, frustraciones, desencantos y errores del socialismo.
Ni siquiera la estrategia de llevar como primer candidato a un dirigente de otro partido, como Pablo Javkin, logró revertir el complicado presente electoral del socialismo. Desde el punto de vista de sus legítimas aspiraciones políticas personales, Javkin estuvo en el lugar que siempre aspiró a estar, pero en el momento menos indicado.
En los años dorados del socialismo comarcal se respiraba la idea de una Rosario modelo y vanguardista en lo social, urbanístico, cultural y en general en el manejo de la cosa pública. Una ciudad que se mostraba moderna, integrada y solidaria, que se proponía suturar lo que la dinámica socioeconómica agrieta y separa. Una ciudad que se sentía la Barcelona argentina y era mirada por el resto del país por sus políticas públicas singulares y obras emblemáticas. Una ciudad cuyos sucesivos intendentes ejercían un liderazgo, una firme conducción con iniciativa y voz propia. Una ciudad que había recuperado su orgullo y autoestima, y sus habitantes el sentido de pertenencia. Y por ello, con gratitud, una mayoría de rosarinos retribuyó electoralmente al socialismo durante muchos años. Ese fue el gran relato que el socialismo construyó para Rosario en paralelo a su buena gestión. Porque todo gobierno tiene su relato, su proyecto, su discurso ante la sociedad. Es su ABC. Todo gobierno construye el sentido de los acontecimientos del pasado y presente, pero también del futuro. Porque los ciudadanos también votan futuro, y para ello se necesita generar expectativas, mostrar un rumbo claro, ser creíbles y, principalmente, representar las demandas de los ciudadanos.
La situación de malestar de un sector importante de los habitantes de Rosario con el gobierno municipal no surgió hace un mes ni el año pasado, sino que es un proceso que viene de larga data. El socialismo tuvo decenas de señales de ese malhumor social en los últimos tiempos, pero no los registró en su cabal dimensión. Se salvó por muy poco de perder en 2015 tanto Rosario como la provincia. Y eso se lo debe agradecer principalmente a que el macrismo aún no era gobierno a nivel nacional y a que los dos candidatos del PRO (Anita Martínez y Miguel Del Sel) habían despertado temor en sectores de la sociedad que dudaban de sus aptitudes y condiciones personales para ejercer altos cargos ejecutivos. Pero hoy el macrismo local se muestra robusto políticamente y ha renovado sus primeras líneas de candidatos con cuadros políticos que a priori tienen otra talla, discurso propio y proyectos. El ganador de las elecciones de ayer en Rosario, Roy López Molina, es un claro ejemplo.
¿Pero qué le pasó al socialismo para quedar relegado ayer a un tercer puesto (con sólo 16% de los votos) en Rosario, su bastión electoral?
El desgaste propio de tantos años de gestión desdibujó la identidad del socialismo. Además, durante gran parte de los dos mandatos de Lifschitz y el primero de Fein el gobierno municipal se fue de parranda por los laberintos del poder fáctico, donde se extravió, mientras permanecía encandilado por el desarrollo de la ribera central y toda esa nueva y exclusiva ciudad que emergía en Puerto Norte. La contracara de depositar toda la atención allí fue la desatención de los barrios. Incluso, con el socialismo en la Casa Gris lejos estuvo de mejorar la situación de la ciudad, principalmente porque tanto en las gestiones de Binner como de Bonfatti la provincia privilegió la realización de obras en el resto de las localidades (sobre todo en la capital, en un intento por conquistar ese electorado), confiada en que nadie desafiaba su hegemonía en Rosario. Toda esta situación fue advertida en su momento hasta por dirigentes de su propio partido (Rubén Giustiniani y Miguel Zamarini), pero era tal la ceguera que sólo veían operaciones políticas detrás de cualquier crítica.
En 2015, y tras el susto electoral donde estuvieron a punto de dejar de ser gobierno, el socialismo comenzó a rectificar el rumbo. De allí que en estos dos primeros años del segundo mandato de Fein aumentó significativamente la inversión pública en toda la ciudad (con fondos municipales y provinciales) y se implementaron políticas más activas para mejorar la calidad de los servicios públicos.
Pero recobrar la confianza de los rosarinos es un tema mucho más complejo y hay una situación fundamentalmente política que aún sigue haciendo ruido. Y ésta se centra en la decisión adoptada por el socialismo en 2007 de subordinar la Intendencia al gobierno provincial del mismo signo partidario. Como nunca antes el Palacio de los Leones dejó de rugir y entabló una relación de dependencia con la Casa Gris. Un disparate para una ciudad de las aspiraciones de Rosario, que nunca quiso que su futuro se defina en los despachos de Buenos Aires, pero tampoco en los de la ciudad de Santa Fe. De allí que incluso hasta desapareció del discurso socialista el reclamo por la autonomía municipal, bandera que hasta ese entonces era levantada y flameada en cada batalla que se daba en defensa de los intereses de Rosario.
Esto le terminó jugando totalmente en contra con el desmadre del tema de la seguridad, donde la ciudad comenzó a padecer niveles de violencia nunca antes vistos y gravísimos hechos de narcocriminalidad. Este problema –hoy los datos hablan de alguna mejoría– hizo estragos y marcó con fuerza a los rosarinos. Así, si antes se instaló la ficción de que Rosario era la Barcelona argentina, a partir de ese momento comenzó a sobrevolar la pesadilla de convertirse en la Ciudad Juárez del país. Y no es que los rosarinos le "facturan" la inseguridad al gobierno municipal, ya que es una responsabilidad de la provincia. El malestar se centra en que para no enfrentarse al gobernador de su mismo partido la Intendencia no asumió con decisión el liderazgo de la ciudad en este tema. Eso hubiera implicado sin medias tintas ponerse al frente de este reclamo social con discursos públicos exigiendo soluciones. Por el contrario, cada vez que hay un grave hecho de inseguridad el municipio sólo parece preocupado por salvar las responsabilidades de la provincia. Y así, paso a paso, centímetro a centímetro, parte de la sociedad comenzó a sentirse mejor representada por distintas voces de la oposición, principalmente el ascendente PRO.
Si a esto se le suma la escasez de nuevos cuadros políticos en el socialismo, el panorama de esta fuerza se complica aún más. La política se hace con militancia y proyectos, pero necesita imperiosamente de liderazgos que puedan capitalizar los aciertos y que también estén en condiciones de conducir en los momentos de crisis.
Lo que no se puede soslayar es que la intendenta Mónica Fein y sus funcionarios no han tenido hasta ahora ninguna denuncia de corrupción ni de "conflictos de intereses", lo que para la Argentina no es poco. No obstante, esto ya no es premiado por los rosarinos, ya que la vara en este sentido está alta en la ciudad.
¿Está agotado el ciclo socialista en Rosario como vienen afirmando dirigentes opositores? Eso se dirimirá en 2019, y dependerá en gran medida de si el oficialismo puede reconstruir su relación con los ciudadanos y darle sentido, contenido político, a su acción de gobierno.