Hace un tiempo vi llegar a un gobernador de una de las provincias de la región centro del país a un acto institucional de mediana relevancia. Eran cerca de las nueve de la noche. Se desplomó sobre la butaca que tenía asignada y su rostro daba muestras inequívocas de agotamiento. Le pregunté desde qué hora estaba en funciones y respondió que desde la siete de la mañana, como todos los días.
¿Qué motivaciones tan poderosas tiene una persona que hace de la política su vida para mantener un ritmo de actividad semejante y, peor aún, sienta necesidad de postularse a otro mandato, como es habitual? Dejando a un lado las tentaciones materiales, absolutamente fuera de consideración en el ejemplo citado, el manejo del poder y la necesidad de reconocimiento personal seguramente juegan un rol preponderante para explicar, a veces, lo inexplicable.
Para el médico psiquiatra Hugo Marietán, "los políticos de fuste generalmente son psicópatas, por una sencilla razón: el psicópata ama el poder. Usa a las personas para obtener más y más poder, y las transforma en cosas para su propio beneficio". El profesional inmediatamente aclara que "esto no quiere decir, desde luego, que todos los políticos o todos los líderes sean psicópatas, ni mucho menos, pero sí que el poder es un ámbito donde ellos se mueven como pez en el agua". Estas definiciones de Marietán las formuló durante una entrevista, hace ya varios años pero de enorme actualidad, con la periodista Laura Di Marco del diario La Nación. En esa charla, Marietán, especialista en el tema de la psicopatía, se le preguntó cómo distinguir un político psicópata del que no lo es. Su respuesta fue muy clara: "Una característica básica del psicópata es que es un mentiroso, pero no es un mentiroso cualquiera. Es un artista. Miente con la palabra, pero también con el cuerpo. Actúa. Puede, incluso, fingir sensibilidad. Uno le cree una y otra vez, porque es muy convincente. Un dirigente común sabe que tiene que cumplir su función durante un tiempo determinado. Y, cumplida su misión, se va. Al psicópata, en cambio –explica el psiquiatra–, una vez que está arriba no lo saca nadie: quiere estar una vez, dos veces, tres veces. No larga el poder, y mucho menos lo delega. Otra característica es la manipulación que hace de la gente. Alrededor del dirigente psicópata se mueven obsecuentes, gente que, bajo su efecto persuasivo, es capaz de hacer cosas que de otro modo no haría", remarca.
Cada lector podrá hace su propio juego mental y reconocer esas características en personalidades políticas de la Argentina, aunque el mundo está plagado de ejemplos que podrían cuadrar en las estructuras de personalidad que definió el profesional. Y también trasladarlas afuera del ámbito estricto de la política, como instituciones o empresas, públicas o privadas, e incluso el periodismo.
El caso regional actual tal vez más cercano a este cuadro es el del presidente de Brasil Michel Temer quien, con 76 años de edad, parece no tener otro deseo en la vida que "nadar" en el poder. Fue vicepresidente de Dilma Rousseff, a la que traicionó y logró sacarla del gobierno en complicidad con legisladores y empresarios que hoy están presos por corrupción. También Temer fue traicionado por empresarios frigoríficos acostumbrados a sobornar al poder de turno y lo grabaron en una conversación más que comprometida, donde avala seguir comprando el silencio de un político preso que sabe todo el entramado sucio del poder, la política y los negocios. Sin embargo, el presidente brasileño dijo una y otra vez que no renunciará, que deberán echarlo si quieren sacarlo del gobierno, con lo que se reafirma la sensación de que lo único valioso en su vida es el poder, no importa a qué precio.
El escándalo de corrupción en Brasil, que siempre sobrevoló y era un secreto a voces en el poder, tiene la particularidad de haberse hecho público porque hay sectores de la Justicia que han demostrado agallas e independencia del poder político.
Desde el norte viene una ola escandalosa, que amenaza también al poder en la Argentina, que no sólo es responsabilidad de los gobiernos de turno sino de las complicidades con el sector privado. Siempre se ha denunciado que la obra pública en el país está cartelizada, que los proveedores del Estado sobrefacturan y que la financiación de la política es inexplicable bajo las normas elementales de la contabilidad.
Para acabar con décadas de la misma situación que sacude a Brasil, el gobierno de Mauricio Macri tiene ahora la oportunidad de acordar con la empresa brasileña Odebrecht para conocer quiénes recibieron en la Argentina 35 millones de dólares en sobornos para obtener contratos de obra pública entre 2007 y 2014. El problema es que en esa lista aparecerán, probablemente, políticos de varios partidos, funcionarios de distintos niveles de gobierno y también empresarios de todos los rubros.
Antes de que se levante el secreto judicial en Brasil sobre las declaraciones de los "arrepentidos" de Odebrecht, que quieren mejorar su situación procesal y por eso revelaron toda la trama mafiosa, la Argentina tiene la oportunidad histórica de comenzar a transparentar el manejo de la política y los negocios. Habrá que ver si el gobierno toma esa valiente decisión política, aunque afecte al verdadero poder del país.