"Máquina de impedir". "Gobierno insensible". "Plan de desestabilización". "Paro general". "Huelga política". No importa cuándo leas esto. Es el eterno derrotero del país. Frases que ejemplifican el fracaso. Lo dicen cada cuatro años el oficialismo, la oposición, la CGT. Esto sí que es Argentina, cantaba Luca Prodan.
Algunas cosas deben decirse: la CGT estiró como un chicle la oportunidad de poner en práctica el primer paro general de la era Macri. De hecho, es al primer presidente no peronista que la central sindical no le hizo una huelga antes del primer año de gobierno.
Es más, a muchos sindicalistas que componen la flor y nata de la CGT, sin que sus rostros, nombres y apellidos aparezcan en la superficie, les preocupa y mucho la posibilidad de que el endurecimiento de las acciones contra el gobierno nacional ponga en duda la continuidad de planes, pactos, acuerdos —escritos y no escritos— celebrados con anterioridad.
A nivel macro, los 30 mil millones de pesos que el Ejecutivo les trasladó a los sindicatos para paliar la deuda histórica con las obras sociales, y el trato preferencial que el presidente y los funcionarios mantuvieron con los caciques sindicales, tuvieron mucho que ver en el vínculo gobierno-CGT.
Macri y los sindicalistas
Además, entender la relación histórica de los Macri (padre e hijo) con los dirigentes sindicales más burocratizados desde las épocas en que el hoy presidente gerenciaba Sevel es clave para explicar el aquí y ahora. Hasta existe una anécdota que pinta con colores las particularidades de aquellas relaciones, y que la contó el propio Franco Macri en un programa de televisión. "Un día, Lorenzo Miguel me dijo: «Te vinimos a pedir a tu hijo. Lo queremos para prepararlo como presidente»".
El problema de máxima que hoy tiene la CGT unificada en tres triunviros es que la realidad sindical cambió, mucho más en esta coyuntura en que la CTA lleva adelante una oposición cotidiana sin pausa, apuntando a defender los puestos de trabajo en la órbita estatal, en la creencia de que el plan de Cambiemos es limar toda la política para el sector que llevó adelante el kirchnerismo. Ni hablar de las realidades de las comisiones internas y de la fuerza que ganaron las corrientes clasistas. Esa conjunción explica por qué ocurrió lo que ocurrió en la marcha del 7 de marzo.
En paralelo, el plan del gobierno para recuperar cierto dinamismo de la economía tiene que ver con la aceleración de la obra pública, algo que también reactivará la relación con los sindicatos del área.
Dicen cerca del ministro de Trabajo, Jorge Triaca, que, en paralelo con el paro cegetista decretado para el 6 de abril próximo, se conocerán datos oficiales sobre crecimiento del empleo y de pequeños impulsos en otras variables. Existe entre los economistas privados cierta tendencia a creer que el Producto Bruto Interno (PBI) volverá a crecer este año. Es lo que hay. El gobierno nacional, en realidad, necesita contraponer esos datos para dejar en falsa escuadra a los propulsores del paro.
A quince meses de la asunción de Macri, y luego de tantos anuncios y pronósticos frustrados de broteverdismo, alguna parte de la sociedad que admitía las carencias de la economía pero que consideraba que venía un futuro promisorio ha perdido ese optimismo, y ese es el dato que más preocupa.
Es ahí —en tiempo de vacas gordas en el campo pero flacas en los bolsillos urbanos— donde el gobierno necesita apostar a la grieta política, subir al ring al kichnerismo y hacer creer que no hay otra opción en el horizonte.
Si se sigue atentamente la producción diaria de las noticias, ese centro del cuadrilátero está ocupado por el macrismo y el kirchnerismo. Como un movimiento de sístole y diástole. Al gobierno le generan cierto alivio —cada vez menor— las novedades tribunalicias que generan ex funcionarios kirchneristas recorriendo tribunales, las filtraciones telefónicas a Cristina (un paisaje costumbrista que muchas veces parece ser espionaje liso y llano de la vida privada) y la reaparición de personajes estrambóticos como Guillermo Moreno. Cuando no hay pan, bienvenido el circo.
Esos ruidos ensordecedores que genera el peronismo cuando está afuera del poder lejos estarán de morigerarse. Empieza una etapa en la que Cristina deberá decidir si es candidata en provincia de Buenos Aires, en Santa Cruz o si no lo es en ningún lado. Si la ex presidente decide ser parte de las elecciones, y esa oferta se completa con otras variantes del abanico peronista, le habrá quedado al oficialismo la pelota en el punto del penal. Deberá estar atento para no continuar la saga de penales errados, que vienen siendo demasiados hasta aquí.
La suerte electoral del oficialismo se juega en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Y no deberá trastabillar en la ciudad de Buenos Aires. La extensión en el tiempo del paro docente en el principal distrito del país intenta esmerilar el liderazgo de María Eugenia Vidal como figura de la provincia de Buenos Aires. La gobernadora fue utilizada hasta el estallido del conflicto como una especie de figura paralela o, incluso, superadora de Macri. Se trata de una visión algo naíf: Sin Macri no hay Vidal.
Es el éxito o fracaso del jefe del Estado el que marcará el éxito o fracaso de Cambiemos. La economía ayudará o perjudicará a una victoria o derrota del oficialismo en octubre, pero habrá un porcentaje de la sociedad que decidirá su voto al margen de esos vaivenes.
Por eso, el gobierno necesita una grieta ancha y profunda. Y Cristina Kirchner, también.