El huracán Donald dejó patas para arriba a toda la burocracia política, mediática y financiera de Estados Unidos y cambiará las reglas de juego en la relación con el mundo. El gobierno argentino deberá redireccionar el GPS, tras una lectura previa absolutamente errada de lo que podía acontecer: la canciller Susana Malcorra, otra vez, falló en los pronósticos, como una especie de Pipita Higuaín conjetural de las Relaciones Internacionales.
El triunfo de Trump es la corroboración que faltaba a aquella premonición en forma de canción popular que Bob Dylan escribió allá lejos y hace tiempo: los tiempos están cambiando. Y vaya si cambian con la victoria del magnate, una especie de anticristo de las progresías mundiales que se llevó por delante todos los manuales de lo políticamente correcto.
El presidente Mauricio Macri habrá advertido en las últimas horas el error de involucrarse en cuestiones políticas ajenas. De diferentes formas apostó públicamente a una victoria de la gélida Hillary Clinton, tal vez mal aconsejado por Malcorra, quien creía a todas luces imposible una victoria de Trump. Lo mismo ocurrió con el embajador en Washington, el progresista Martín Lousteau, quien también quedó en falsa escuadra.
Durán Barba ya ganó. Otra vez, el que sí acertó fue el gurú ecuatoriano del macrismo, Jaime Durán Barba. Escribió durante varias semanas en su columna del diario Perfil que Clinton era una pésima candidata y el martes, a las 5 de la tarde, anticipó en una radio que veía venir un triunfo del outsider republicano.
Sobrevendrán desde hoy decenas de miles de conjeturas sobre los porqués del triunfo de Trump. Una cosa es segura: la gran derrotada fue la corporación política estadounidense, sus formas y su burocracia.
Esa revolución blanca sin armas le habrá dado también una lección a los 500 políticos que formaron parte de la delegación argentina que fue a presenciar los comicios, la avanzada cuantitativamente más importante entre todos los países del mundo.
Trump conoce al dedillo el apellido Macri desde el momento en que el padre del actual presidente quiso compartir negocios con el magnate.
Durante la década del 80, el republicano tuvo que soportar cierta intromisión de Franco Macri en sus negocios y, según narra el analista Carlos Pagni, "el encargado de salvar lo salvable de esa experiencia fue Mauricio, quien debió dejarse ganar al golf varias veces para mejorar la negociación".
Según Rosendo Fraga, especialista en las lides internacionales, no está claro si pesará más la toma de posición del presidente argentino durante la campaña o el conocimiento personal que tuvieron en las negociaciones empresarias. En todos los casos, el gobierno actuó con amateurismo al rendirse anticipadamente a un triunfo demócrata. Se sabe, como canta Sabina, que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.
Trump se constituye en el verdadero cisne negro de la historia de Estados Unidos. La Teoría del Cisne Negro, de Nassim Nicholas Taleb, es un libro de 2007 que habla sobre el quiebre que producen los eventos imprevistos, habitualmente ignorados por sus escasas posibilidades de concretarse. Extremos y azarosos. Todo eso se llama Donald Trump.
El excéntrico Trump se convirtió en la campaña en un candidato misógino, xenófobo y abarcador de todas las intolerancias posibles. Pero siempre se dejó guiar por dos citas de cabecera. Una: "Hace 30 años que los Clinton están viviendo del Estado y no le han resuelto nada al pueblo". Otra: "Son políticos, y yo odio a los políticos". Esas frases se convirtieron en dos tigres de papel para arrastrar el voto de los ciudadanos cada vez más escépticos con los políticos de carrera.
Los comicios en EEUU atravesaron como un rayo la agenda política interna y pusieron en una segunda línea cuestiones que, de otro modo, hoy darían a todos que hablar.
Por la reelección. En ese contexto, el dato duro fueron los dichos de Macri respecto del deseo de quedarse ocho años en el poder. En medio de una crisis económica que no muestra señales de mejoría y cuando recién ha transcurrido poco más del 20 por ciento de su gestión, las declaraciones del presidente diciendo "lo más probable es que estemos acá para un segundo mandato" responden a la más cruda lógica del político tradicional argentino.
Aunque alguien podría decirle que evite comer la cena antes del almuerzo, el jefe del Estado busca con esas declaraciones blindar la gobernabilidad y limitar el ascenso nacional de la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, a quien todas las encuestas muestran por encima de Macri en términos de imagen pública positiva.
Al fin de cuentas, las palabras del líder del PRO se dan de bruces con los analistas que bosquejaban la posibilidad de que Macri sea la excepción a la regla de los que buscan su propia reelección. Macri es político antes de haber hecho política tradicional, no nació de un repollo.
A su vez, la inminencia de los comicios legislativos de 2017 empieza a mostrar lo que será la estrategia de Cambiemos: aupar
al presidente hasta poder lograr de esas elecciones un acto plebiscitario: Macri sí o Macri no.
"Aunque nadie se acuerde será una consigna como la de las elecciones de mitad de mandato que tuvo (Raúl) Alfonsín, en 1985: «No le ate las manos»", dijo a este diario una espada nacional de la UCR que hoy ficha en Cambiemos.
Los triunfos de Macri y de Trump tienen una marca común pese a las diferencias laterales y de contenido: expresaron la necesidad de cambio y el hartazgo con una forma de hacer política. Ahora, ambos, deberán hacer de las diferencias una virtud para escalar en una relación que aparece complicada.