Margarita Stolbizer puso en jaque al gobierno de Mauricio Macri. De forma inesperada, la dirigente del GEN le arrebató el lugar de interpelación moral que se creía reservado a Elisa Carrió y descolocó a la administración nacional. "Las causas judiciales que investigan la corrupción están frenadas. El gobierno no hace nada y especula con ellas a través de una mirada electoral", dijo la diputada bonaerense.
Stolbizer está convencida que, otra vez, el "duranbarbarismo" de Cambiemos está haciendo de las suyas y sienta como única brújula de gestión las encuestas y el cálculo con las elecciones de medio término. "No nos conviene una Cristina presa para el año que viene. Como candidata, hablando como lo está haciendo, polariza y nos ayuda a retener el voto reactivo a ella", le dijo a este cronista un asistente a esas mesas de los focus groups que tanto atiende una parte del gobierno. "La ex presidente como candidata en la provincia de Buenos Aires retiene el voto duro K y le lima sufragios al massismo", completó el mismo dirigente.
Tiene razón Stolbizer. Algunos de los funcionarios que escucha el presidente (dice algunos) juegan a usar las causas de la corrupción de la década pasada como moneda de fortalecimiento propio y creen que eso les alcanza para disputar las elecciones de 2017. Ese sector se enfrenta en la diaria con el grupo más político del PRO y sus aliados que sostiene, de movida, que actuar así es nada de cambio institucional y se parece bastante al fin que justifica los medios y, además, que la situación social y económica de parate es lo suficientemente pesada como para que el elector se conforme mirando por la tele a José López revoleando bolsos en un convento de monjas.
Macri tiene que decidir qué hace con estos dos temas. Por el primero, no fue casual que se enviara el ministro Rogelio Frigerio (el presidente no debería darse el lujo de perder a uno de sus mejores ministros para lanzarlo como candidato diputado) a respaldar a Margarita cuando dijo que "la pila (sic) inicial de algunos jueces parece que se les fue acabando para investigar". Por lo demás, el tibio acuerdo entre empresarios y sindicalistas que, con lenguaje más de un cura que de un político, exhorta a dar un bono de fin de año a los trabajadores no luce como respuesta a tono con lo que se está viviendo. Si se hay bono, será parcial y selectivo. Y sólo para los que trabajen en blanco y en relación de dependencia. Una pobreza.
Como si se esto fuera poco, el lobby petrolero arremetió este viernes con un pedido de aumento de las naftas. Un secretario de Estado le dijo al presidente que autorizar semejante incremento es volver a reactivar el fantasma del tarifazo del gas y de la luz. "Con el agravante de que estamos cerca de diciembre", le explicó este funcionario. No hay margen para seguir con la tala por goteo del bolsillo de los argentinos. No lo hay. El precio de las naftas dispara un dominó siniestro de aumentos que ya conocemos todos.
A casi un año del comienzo de la gestión de Mauricio Macri quizá sería hora de reflexionar sobre los métodos de gobierno. Ya está demostrado que en los últimos 60 años, ser no peronista es condimento negativo y arbitrario para gobernar la Argentina. La matriz del poder del PJ posee un alto grado de intolerancia. Sin embargo, no es usando los mismos métodos que se critican (y que posibilitaron el triunfo de PRO en 2016) como debe iniciarse el cambio.
¿Y si este presidente prueba con gobernar cuatro años sin el concepto tradicional de "construir poder" cediendo la voluntad de innovar sobre lo que está mal para ganar votos y obsecuentes de turno? Algunos pocos ejemplos: ¿Es necesario ver a un gobierno sentar a la misma mesa del consenso a gobernadores como Gildo Insfrán para ganar el voto de tres senadores y seis diputados nacionales en el Congreso? ¿No hay otro modo que no sea acordar con algunos dirigentes sindicales que se los sabe inveteradamente corruptos transando la ausencia de paro a cambio de dineros para sus arcas gremiales? ¿Y si se un presidente prueba algo distinto? Lo otro ya lo conocemos y los resultados no son los mejores.
No fue una señal en este sentido que Macri dijera esta semana que no descarta ir por un segundo mandato. Con cuatro años de gestión distinta, profunda y sensible, eso vendría por añadidura. A 11 meses de gestión, ese planteo y la realidad de todos los días, aparece, salvo prueba futura en contrario, como muy parecido a lo visto.
El insulto. El gran empresario Carlos Rottenberg sostiene que la grieta en la Argentina va a seguir existiendo siempre y cuando sea negocio para algunos medios de comunicación y para algunos políticos. No parece equivocarse. Estos días, se viven con un nivel de agresión e insulto pocas veces visto entre los actores públicos que administran el poder y, sobre todo, entre quienes lo comentan.
El periodismo, algunos de sus mejores exponentes, mucho tuvo que ver con el conocimiento de aberrantes hechos de corrupción de los últimos años. Ese mérito es indiscutido. Por eso es raro que ellos mismos, los que recurrieron a la rigurosidad de mostrar lo que el poder quería ocultar, no puedan resistir al impulso de su indignación para transformar el espacio de lo publicado en una cloaca de descalificaciones.
Quizá sería hora de volver al concepto de sustantivar nuestra actividad antes que adjetivarla. El enorme valor de relatar los hechos viene puesto en la capacidad de encontrar el sujeto y el predicado de lo que se dice y no en el adorno de los adjetivos sobre ellos. No tiene ningún sentido recurrir a enfermedades, patologías o desprecios diversos para describir las ilegalidad más flagrantes. Incluso, si se refieren a funcionarios que hicieron culto de esos desprecios, de esas arbitrariedades y de esos deseo expresos de prohibir todo tipo de disenso. Esa es la trampa de comerse al caníbal.
La violencia verbal en la que navega la actividad pública es inmensa. Sólo el acostumbramiento que provoca el transitarla todos los días nos puede anestesiar para no verla. Y también está probado que el insulto es lo que precede a la violencia física. Ahí está el mayor riesgo.