En junio de 1950, cuando las tropas de Corea del Norte traspasaron el paralelo 38, comenzaba un conflicto indirecto, como era propio en la Guerra Fría, entre la URSS y Estados Unidos. Increíblemente, 67 años después este conflicto aún persiste por otras causas y en otro contexto, y tiene en vilo hoy a la opinión mundial. Las permanentes amenazas de Corea del Norte se han convertido en un chantaje sistemático que parece ser un juego muy divertido y redituable para el dictador Kim Jong-Un.
La división de la península de Corea en dos países se llevó a cabo al finalizar la Segunda Guerra Mundial producto, en parte, del error diplomático de Estados Unidos de exigirle a la URSS que declarase la guerra a Japón y se convirtiera en un actor más activo en la Guerra del Pacífico. ¿Por qué error? Porque Japón ya estaba virtualmente vencida, y la intervención de la URSS exigió que se le entregaran las Islas Kuriles y otras islas cercanas a Japón. Tras esa realidad, la URSS presionó para intervenir en la división de la península coreana. Brindó su apoyo mediante el envío de armas al régimen autoritario que se creó en el Norte, el cual contemplaría el curioso cargo de "Presidente Eterno de la República".
Cuando en 1950 las tropas de Corea del Norte invadieron Corea del Sur, se reunió de urgencia el Consejo de Seguridad de la ONU. En esa reunión no estuvo presente el delegado de la URSS, y dicho órgano aprobó una resolución declarando agresor a Corea del Norte. Se exhortaba también a los demás miembros a que prestaran su colaboración enviando fuerzas militares para reprimir al agresor, quien había violado la flamante Carta de la ONU en uno de sus objetivos principales.
Para el Consejo de Seguridad, tanto la ausencia como la abstención de votar de un miembro permanente no significan veto, sino que se interpreta que ese miembro se ha adherido a lo resuelto por la mayoría. De ahí que quedara firme la ya mencionada resolución. Restaba ahora implementar las medidas para sancionar al agresor. A eso se refería la parte de la resolución que reclamaba el apoyo de los otros miembros de la ONU. La URSS reaccionó dándose cuenta del error diplomático de querer boicotear al Consejo de Seguridad.
En el momento en que la URSS se reintegró al Consejo, comenzó a vetar todos los proyectos que se presentaban. Estados Unidos, por su parte, hacía lo propio con todos los que presentaba la URSS. Por todo esto, el Consejo quedó paralizado. A partir de esta realidad, es entonces que Estados Unidos presenta un proyecto de resolución que se conoce con el nombre de "Unión por la Paz" y que, haciendo una interpretación teleológica de la Carta, dice que, cuando el Consejo se encuentre técnicamente paralizado en sus funciones de bregar por la paz, la Asamblea General puede tomar las medidas necesarias para restablecerla.
Esta resolución fue aprobada por la inmensa mayoría de los miembros, y muchos de ellos pusieron a disposición de la misma sus fuerzas armadas, tal como lo había solicitado oportunamente el Consejo. Así se formó una verdadera fuerza internacional. Enviaron tropas, además de EEU, Reino Unido, Turquía, Australia, Canadá, Francia, Grecia, Colombia, Tailandia, Etiopía, Países Bajos, Filipinas, Bélgica, Sudáfrica, Nueva Zelanda y Luxemburgo.
Estas fuerzas fueron puestas bajo el mando del General MacArthur, que era a su vez el jefe de las fuerzas norteamericanas en Japón. Este militar negó siempre que él comandara una fuerza de ocupación en dicho país. Su objetivo era, con el consenso del emperador Hirohito, la colaboración de políticos democráticos japoneses y la conformación de un nuevo sistema de gobierno, que buscara, de manera pacífica, el bienestar de su pueblo y una mejor inserción en el mundo de posguerra. La misma política desarrollista y de promoción de la democracia pretendió aplicar en la península de Corea, pero sólo pudo hacerlo en el Sur de ella, creando al día de hoy un inmenso contraste con el Norte, que permanece sumido en la miseria y la desesperación bajo la opresión de un totalitarismo comunista.
En el momento actual, el gobierno comunista de Corea del Norte no ha podido superar la hambruna que con frecuencia sufre su pueblo. Sin embargo, se ha embarcado en una guerra de misiles y ojivas nucleares y no nucleares, apuntando a atacar la costa Oeste de los EEUU. Pretende chantajear al mundo con incursiones y amenazas bélicas sobre su vecindario. Sus objetivos inmediatos serían Corea del Sur y Japón, pero las implicancias de un conflicto semejante serían enormes. Basta recordar al respecto que en el Sudeste Asiático viven dos tercios de la humanidad.
No se trata de un conflicto fácil de resolver. Por un lado, bastaría un misil transcontinental o bombardeos de Estados Unidos para destruir el centro misilístico y nuclear de Corea del Norte, que ha afirmado que está en condiciones de lanzar misiles desde plataformas móviles. Si se comprobase que Corea del Norte aún no estuviera en condiciones de atacar a Japón, de igual manera la región toda caería en una posibilidad de efecto contagio que alcanzaría hasta China. EEUU podría aplicar el llamado escudo antimisiles, pero sin dudas la capacidad de daño de Corea del Norte, gobernada por un dictador inestable e imprevisible, sería enorme. En todos los casos, veríamos una destrucción de vidas y de bienes materiales devastadora, acompañada probablemente de una migración en masa desde Corea del Norte hacia el Sur, con un impacto negativo en toda la economía de la región.
Ante este panorama tan conflictivo, parece que no cabría más que una salida diplomática a mediano plazo porque, convengamos, no se puede aceptar para siempre el chantaje de los tiranos. Los tiranos, en primer término, crean una anomia tal que el temor paraliza a todos y se piensa que no se puede estar peor. Pero eso es un error, porque sí se puede. Pues la historia nos demuestra que el abismo no tiene fin. Véase, si no, el resultado de la política de apaciguamiento hacia Hitler o, más cerca de nosotros, la destrucción incesante que la dictadura chavista sigue realizando en Venezuela. No son casos iguales, pero permiten vislumbrar lo que muchos especialistas afirman: que para la solución de problemas políticos muchas veces no bastan meras sanciones económicas. En caso de tener que implementarse el recurso militar, cabe aclarar que no serían acciones preventivas apresuradas, sino de represalia ante los reiterados incumplimientos, desafíos y amenazas.
El mediano plazo significa hacer más duras las sanciones económicas, y en esto no le falta razón al presidente chino, que expresa que más sanciones por parte de su país no harían otra cosa que castigar más aún al pueblo coreano. Pero sería el único camino viable porque, a través de China, Corea del Norte recibe insumos fundamentales para el sostenimiento de su aparato opresivo y militar. La cuestión por resolver sería cómo lograr un mayor compromiso de China… antes de que sea tarde.
Eduardo Sutter Schneider / Doctor en Relaciones Internacionales.
Rafael Eduardo Micheletti / Abogado y doctorando en Relaciones Internacionales.