Es la fruta de época que adorna las mesas y los postres de restaurantes acompañados por crema chantilly o dulce de leche, los duraznos, las ciruelas, uvas junto con las perennes manzanas y naranjas por milagro de las cámaras frías.
Por Alfredo Chies
Es la fruta de época que adorna las mesas y los postres de restaurantes acompañados por crema chantilly o dulce de leche, los duraznos, las ciruelas, uvas junto con las perennes manzanas y naranjas por milagro de las cámaras frías.
Para los viejos tipógrafos el durazno fue siempre más amable que la ananá, o la banana, conseguir tres seguidas en el magazín de la linotipo era un triunfo.
Pero el verdadero escollo de durazno es la piel, con esos pelitos blanquecinos que causan cosquillas cuando se frotan con los labios. De allí el dicho "al que le gusta el durazno que se aguante la pelusa". Quizás por eso no fue elegida como la fruta del pecado original. Porque su pulpa suave y jugosa, que se deshace en la boca, es una delicia. Pero claro, la pelusa alejó al durazno de la competencia con la manzana, con una piel tersa, cerosa, que invita al mordisco apenas se toma en las manos.
El otro tapialito importante que se levanta delante del durazno es esa zeta puesta en medio que impide, por ejemplo, vocearlo para la venta. La sabiduría popular zanjó el problema rápidamente con algunos tijeretazos, y así, a las doñas se les ofrecía (ofrece), a viva voz por cierto, los tiernos y jugosos 'durano' repartidos desde los ahora rarísimos carros verduleros.
A pesar de todo, los colores de la piel, su aroma y su delicada pulpa la tornan en una fruta muy atrayente. Que ya se avizora antes de nacer con esas flores hermosísimas, de un rosa pálido, delicadas, que hacen parecer a árbol asiático como una explosión de copos suspendidos.
Y en eso estamos, tratando de recordar, con no poco esfuerzo, algo de la buena vida.