En los Estados Divididos de América, como supo llamarlos la revista Time para concederle a Donald Trump el título de personaje del año en 2016, la Cámara de Representantes dio luz verde al desmantelamiento de uno de los pilares de la presidencia de Barack Obama: el sistema federal de salud, llamado despectivamente Obamacare. La medida, aprobada en forma previa por el Senado, reprime la intromisión del gobierno federal en las competencias de los Estados. Cuenta, en su esencia, con el respaldo de los legisladores republicanos, celosos de ese tipo de injerencias, pero también despierta dudas entre ellos sobre el futuro del sistema de salud. Dudas despierta, en realidad, el inminente gobierno de Trump. El desánimo de la población asciende al 73 por ciento en los Estados en los que ganó las elecciones y al 68 por ciento en los que se impuso Hillary Clinton, según Gallup. Cerca de 20 millones de norteamericanos adquirieron seguros de salud por medio del Obamacare. Cinco de los 16 gobernadores republicanos que participaron del sistema pidieron a sus legisladores que consideraran el impacto de su eliminación, valuado en 350.000 millones de dólares en la próxima década. El proceso puede volverse en contra de ellos y de Trump, apenas bendecido por las expectativas que suele cobijar a un nuevo presidente. Un experto en construcciones, Trump, arrasa de ese modo con una parte vital del legado de su antecesor, marcando el tono de confrontación de una transición inusual entre un presidente demócrata y uno no republicano, más allá de que haya ganado las elecciones con esa membresía. Los republicanos, no atados a la habitual conducta partidaria frente al líder, dominan ambas cámaras del Congreso, pero se debaten en sus contradicciones. Lo mismo ocurre con algunos de los miembros del gabinete designados por Trump. En las audiencias de confirmación en el Senado demostraron no coincidir con su ideario. En plan de contradicciones, Trump no había mencionado en la campaña a Taiwán, pero, de repente, decidió antagonizar por esa causa con China, amenazando la política norteamericana de "una sola China". A un incidente con un dron submarino que China le confiscó a un buque de la marina de los Estados Unidos sobrevinieron las intimidaciones de Rex Tillerson, el primer secretario de Estado de la historia sin experiencia política ni diplomática, de bloquearle a China el acceso a las islas artificiales que construye en aguas en disputa del mar del sur. Eso despertó la ira de Xi Xinping, el presidente más poderoso desde Mao, en vísperas de una cita clave: la reunión quinquenal del Partido Comunista. La fuerte retórica de Trump contra China contrasta con la política de contención aplicada por Obama desde Europa hacia el área Asia-Pacífico y con el acercamiento a Vladimir Putin.